Alquimia política virtuosa: poder + servicio = autoridad

Patricio Chaparro profundiza en lo escrito en su columna anterior acerca del poder, y amplía su visión al respecto. "Un político con vocación de poder que proclamó su intención de adquirirlo para ejercerlo en servicio nuestro y que hace efectiva esa intención, no sólo tiene mejores expectativas de obtenerlo y mantenerlo sino que lo transformará – como consecuencia de una especie de alquimia política virtuosa- en autoridad", reflexiona.

| Patricio Chaparro Patricio Chaparro

 

Un amigo que leyó atentamente mi anterior columna, la critica constructivamente -en este caso resulta ser cierto lo de constructivo- y me observa que la vocación al poder no solamente debe ir acompañada de la vocación al derecho sino también al servicio.

Desde un punto de vista valórico comparto esa observación.

Pero debo agregar que lo que he sugerido en la precedente y en otras de mis columnas sobre estas materias, es que en política la distancia entre "lo que debe ser" y "lo que es" tiende a ser simplemente sideral.

Así, en el tema específico que comento, todos, sean viejos, menos viejos o jóvenes, que reconozcan abiertamente su vocación al poder y la pongan en acción nos dirán, enfáticamente, sin un ápice de duda, que quieren el poder para servirnos.

Pero luego, en la dura realidad de la contienda política y una vez obtenido el poder, todos - o casi todos, para ser menos arisco- pueden terminar sirviéndose a sí mismos, o a sus seguidores, a su clientela, al partido al que adhieran, a la ideología que sustenten, al Gobierno (cuando están en él), a la Oposición (si están en ella), a los intereses económicos específicos que representen, al segmento social del cual provienen, a las instituciones y reglas políticas de sus preferencias y conveniencias, etcétera.

Una de las grandes virtudes de la política organizada democráticamente es que, reconociendo realistamente lo anterior, permite, crea, desarrolla y trata de perfeccionar espacios institucionales y mecanismos -como el sufragio universal, por ejemplo- que hacen posible que el poder pueda efectivamente servir a quien es su único legítimo dueño, el pueblo, esto es, cada uno y todos nosotros, contados y validados, políticamente, uno a uno.

Para ejemplificar lo expuesto en el párrafo precedente propongo el análisis de una situación cercana y actual: la reciente promulgación de la ley que reforma las reglas políticas, aprobada en el Congreso Nacional, y que abre el sistema político chileno a la inscripción electoral automática y al voto voluntario.

Este importante cambio de las reglas políticas, podría –está todavía por verificarse empíricamente- incrementar el número de personas que hacen efectiva su titularidad del poder político.

Ello a través de ejercer su derecho a votar y así designar a quienes, temporalmente, ejercerán el poder societal en los diferentes ámbitos institucionales y tendrán facultades de decisión en diversas áreas de asuntos tales como educación, salud, vivienda, transporte, tributos, etcétera.

Así, considero que merced a tal reforma existirán mejores oportunidades para que todos y cada uno de nosotros podamos ejercer nuestras capacidades, informarnos, distinguir y evaluar a quienes buscan el poder para servirnos, y entonces apoyar y elegir a aquellas personas y grupos políticos respecto de quienes hemos arribado a la convicción que así lo harán o que así lo han hecho en el período anterior.

De otro lado, reconozco y acepto que la política no es una materia que gire exclusivamente en torno al tema del poder. Lo es también acerca de la autoridad.

Ambos temas están relacionados y no pueden ignorarse ni menospreciarse.

A mi juicio, entre nosotros existe una marcada tendencia a enfatizar el tema de la autoridad. Ello podría ser correcto siempre que no se ignore ni menosprecie la dimensión ya señalada, el otro polo, por así expresarlo, el del poder.

La autoridad es aquel poder que se ha obtenido y que se ejerce con legitimidad o aceptación voluntaria extendida por parte de una población dada dentro de un territorio determinado.

Esa legitimidad puede provenir del derecho, del carisma, de la tradición o, mejor aún, de una combinación de estos y otros factores que logran que el poder tenga una aceptación voluntaria, o al menos no mayormente forzada, por parte de la población.

De entre esos otros factores destaco aquél que me fuera señalado por mi amigo lector: el servicio.

Un político con vocación de poder que proclamó su intención de adquirirlo para ejercerlo en servicio nuestro y que hace efectiva esa intención, no sólo tiene mejores expectativas de obtenerlo y mantenerlo sino que lo transformará – como consecuencia de una especie de alquimia política virtuosa- en autoridad.

Develo entonces aquí, exclusivamente para los lectores de SchVivo, la fórmula secreta de tal alquimia política virtuosa: poder + servicio = autoridad.

Considero que allí se puede encontrar, desde una perspectiva valórica, una raíz y una base sustantiva, más profunda, ética, humanista, del sentido del poder.

A mi juicio, solamente después de examinar y ponderar atentamente estos prolegómenos -o preámbulos, como en el ámbito psicológico los denominaba el P. Kentenich- es posible elevar la mirada y comenzar a reflexionar desde una perspectiva ética cristiana acerca del poder y de la autoridad.

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