Año de Indignados

Una ráfaga de indignación atravesó el año 2011. Dejó en evidencia la fragilidad de nuestras estructuras sociales; desestabilizó, si es que no cambió, más de un régimen político. Prendió primero en los países árabes, continuó por Europa, atravesó el Atlántico, se anidó en EE.UU. y terminó en algunos países del sur. Quizá no alcanzó a cubrir regiones como Asia o África, pero éstas usufructuaron de sus efectos mirando críticamente a sus propios sistemas de vida, buscando cambiar más de una institución que, ante la evidencia, resulta obsoleta e injusta. Hay hambre de desarrollo con justicia. De la indignación pasamos a la perplejidad ¿Cómo llegamos a este estado de descontento que se ha sembrabo desde Madrid hasta Tel Aviv, Santiago de Chile y Wall Street? Sociedades que mostraban una bonanza aparentemente estable, ahora se lanzaban a las calles, sacando un velo que cubría falsas apariencias. Nos sinceramos como sociedad. Reconocimos, a través de este descontento desbocado, que... ...

| Padre Hugo Tagle (Chile) Padre Hugo Tagle (Chile)
Una ráfaga de indignación atravesó el año 2011. Dejó en evidencia la fragilidad de nuestras estructuras sociales; desestabilizó, si es que no cambió, más de un régimen político. Prendió primero en los países árabes, continuó por Europa, atravesó el Atlántico, se anidó en EE.UU. y terminó en algunos países del sur. Quizá no alcanzó a cubrir regiones como Asia o África, pero éstas usufructuaron de sus efectos mirando críticamente a sus propios sistemas de vida, buscando cambiar más de una institución que, ante la evidencia, resulta obsoleta e injusta. Hay hambre de desarrollo con justicia.

De la indignación pasamos a la perplejidad ¿Cómo llegamos a este estado de descontento que se ha sembrabo desde Madrid hasta Tel Aviv, Santiago de Chile y Wall Street? Sociedades que mostraban una bonanza aparentemente estable, ahora se lanzaban a las calles, sacando un velo que cubría falsas apariencias. Nos sinceramos como sociedad. Reconocimos, a través de este descontento desbocado, que las cosas no marchan tan bien como lo anunciaban algunos periódicos; que, de seguir así, el mundo colapsaría más temprano que tarde.

Europa ha sido un buen ejemplo de políticas públicas erráticas. Asistimos al destape de un estado de bienestar que irresponsablemente ha ido manteniendo niveles de vida insoportables para cualquier economía seria. Y ahora, hay que ajustarse el cinturón.

En efecto, el talón de Aquiles de todo el sistema es la irresponsabilidad de unos pocos que han llevado a muchos a vivir estrecheces, miserias, que no se condicen con el desarrollo que presentan las cifras globales. Algo huele mal. Llegó la hora de abordar un crecimiento mundial responsable, solidario, que apunte a mayor equidad.

La Iglesia lanzó en octubre una propuesta de solución global que incluiría desde un órgano regulador de las políticas económicas mundiales, hasta regulaciones responsables de los entes financieros y un cambio de ética mercantil. En suma, alentar economías más humanas y así evitar crisis que lleven a debacles a las sociedades más débiles.

Pero no se trata solo de crecer mejor. La indignación ciudadana lleva a repensar los parámetros sobre los cuales se construyen nuestras democracias; un desafío para mejorar la representatividad de los actores sociales, incluir mejor sus voces, pasar de ciudadanos pasivos a sociedades más inclusivas. No es solo tiempo "de indignados": es un tiempo que desafía para una sociedad mejor.

Nos acercamos a Navidad. Tiempo de renovación y nueva esperanza. Signo palpable de un Creador que se hace uno con nosotros, que sigue confiando en el hombre.

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