Cambió Totalmente Nuestra Perspectiva de la Vida

"Cambió Totalmente Nuestra Perspectiva de la Vida" Lo que parecía una catástrofe se transformó en una bendición. La Crisis Asiática de fines de los noventa, les sacó a Pedro Pablo González, María Luisa Álamos y sus cinco hijos todos los bienes materiales, pero les reforzó drásticamente su vida espiritual, familiar y matrimonial. En sus más de dos décadas en Schoenstatt, María Luisa Álamos y Pedro Pablo González han sido monitores matrimoniales, miembros del Consejo de la Rama de la Familia y formadores de pastorales parroquiales. Desde hace seis años que trabajan en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, en Las Condes, en función del programa de la Casa de la Familia.

| Jorge Velasco Cruz Jorge Velasco Cruz

"Cambió Totalmente Nuestra Perspectiva de la Vida"

Llevan 27 años de matrimonio y tienen cinco hijos. En sus más de dos décadas en Schoenstatt, María Luisa Álamos y Pedro Pablo González han sido monitores matrimoniales, miembros del Consejo de la Rama de la Familia y formadores de pastorales parroquiales. Desde hace seis años que trabajan en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, en Las Condes, en función del programa de la Casa de la Familia. "A nosotros lo que más nos mueve es el tema familiar. Siempre tratamos que las actividades sean para convocar a las familias", sostiene María Luisa. Su trabajo se ha extendido como coordinadores de toda la parroquia y así han formado catorce pastorales. Sin embargo, nada de esto produjo un cambio radical en sus vidas. La Crisis Asiática (1998-2000) sí. Les sacó todo.

"Hace trece o catorce años atrás, creíamos que teníamos la vida hecha. A los 40 y 35 años, respectivamente, teníamos nuestra casa estupenda en La Dehesa, excelentes autos, nuestra casa en el lago con lanchas, con veleros. Teníamos una situación económica estupenda", recuerda Pedro Pablo González, que por entonces tenía una empresa constructora y se dedicaba a los negocios inmobiliarios.

Pero con la crisis, las tasas de interés subieron a niveles históricos y la gente dejó de comprar. Pedro Pablo tuvo que limitarse a terminar los proyectos que estaba llevando a cabo, sabiendo que no podría recuperar la inversión. Para peor, tampoco llegaron nuevas obras. Quedó sin trabajo. "En menos de dos años perdimos todo", sostiene. "Llegamos hasta las últimas, hasta el momento en que no teníamos para lo esencial".

Sencillez y Desprendimiento

A partir de ahí les cambió la perspectiva de la vida. "Nuestros objetivos de vida ya no son comprarnos una casa, por ejemplo. No nos interesa, porque hemos valorado muchas otras cosas de nuestra relación matrimonial: crecer como matrimonio de la mano de Dios, pero en una perspectiva de trascender. Entendemos que estamos de paso y que vamos a la vida eterna. Eso antes no lo habíamos pensado o cuestionado, a pesar de hacer trabajos pastorales", reflexionan.

Los valores que siempre estuvieron latentes, se volvieron reales. "El método que tiene el Señor para hacerlos vivir es diferente para cada uno. Nos hicieron comer tierra", afirma Pedro Pablo. Pero con los problemas llegaron los regalos, tanto los divinos como los humanos. Ante la incertidumbre, aparecieron los amigos y el apoyo de la familia.

Los bienes materiales pasaron a un segundo plano y los espirituales tomaron la delantera. "La oración para nosotros fue básica. Rezamos mucho como familia. Y siempre le poníamos especial énfasis en pedirles al Señor y a la Virgen que nos regalaran la paz", dice María Luisa. Al orar en familia, siempre aparecía el saludo fraterno que se mantiene hasta hoy. La paz les ayudó a sortear los momentos más complicados, a tener confianza en salir adelante. Y a desprenderse. "Aprendimos a saber lo que es la libertad y apreciar lo maravilloso que es ser libre en tu interior... Uno piensa en el estándar de vida y uno se cree muy encachado. Pero te pueden herir donde nunca quisiste: en el orgullo, la soberbia, en la poca humildad, la fanfarronería, la vanidad. Todo se te cae y es un porrazo fuerte. Pero te ayuda mucho. Ya sabes que eres una persona frágil. Eso para nosotros ha sido un regalo tremendo", comentan.

Nació la sencillez. "Esta situación nos hizo vivir una circunstancia tremendamente dura para nosotros, pero que a la larga involucraba el desarrollo de muchas virtudes, de muchos valores de los cuales uno quería siempre inculcarles a los hijos. La cultura del desprendimiento es algo maravilloso, porque te lleva a ser muy generoso y solidario". Los cinco hijos, por ejemplo, se organizaron para juntar sus propios recursos e incluso para aportarlos al fondo familiar. En las vacaciones, en tanto, los grandes viajes fueron reemplazados por salidas más cercanas. "Aprendimos a divertirnos y entretenernos en forma sana, con la naturaleza. Empezamos a mostrarle otra perspectiva a nuestros hijos", comentan.

Un Matrimonio Sólido

Nada de esto, sin embargo, podría darse sin un matrimonio afiatado en el que las inseguridades e incertidumbres se transformen en fortalezas. Durante la crisis, los González Álamos se abocaron con mayor fuerza al trabajo pastoral. "La actividad de la parroquia nos permite tener una vida de matrimonio en las cosas que a nosotros dos nos gustan", dicen.

Advierten que no hay recetas. Aunque sí, quizás, aspectos claves para mantener un matrimonio vivo y creciente: una comunicación fluida y profunda que permita saber lo que siente y piensa el otro, y tener metas claras como matrimonio y familia ("si los dos tienen metas divergentes, están liquidados, porque van por caminos paralelos"). Pero, por sobre todo, valorarse como personas. "Por lo que son y no por lo que tienen y por lo que son capaces de aportar materialmente cada uno, porque los bienes que uno tiene le pueden provocar alegría, pero no la felicidad. La felicidad como matrimonio, como familia, uno la puede obtener de otra forma".

Eso, argumentan, les permite valorar la intimidad de cada uno y encontrar instancias comunes. "Nosotros, desde nuestro primer hijo, incluso de pololos, generamos actividades juntos: cuáles son las cosas que le gustaban a ella y cuáles a mí. Yo me metí mucho en su mundo y ella se metió mucho en el mío", explica Pedro Pablo. Ese espacio es crucial. Porque, finalmente, los hijos se van y el matrimonio es el que queda. "Uno tiene que haber fundado un matrimonio sólido. Para eso tiene que haberle dedicado tiempo, comunicación, cariño y respeto", dice María Luisa.

Hoy, María Luisa y Pedro Pablo se confiesan "cien mil veces más enamorados" que hace veinte años. "A nosotros como matrimonio, todo lo que nos ha pasado ha sido maravilloso", argumentan. Comprendieron que caminan juntos, de la mano, a un objetivo común. "Nuestro horizonte de vida es llegar al lado de Dios, pero los dos".

*Artículo aparecido en Revista Apóstol En Familia N° 65, octubre 2011

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