Dios no ha muerto

Cuando a finales del siglo XIX Nietzche afirmaba que "Dios ha muerto" no quería decir literalmente que Dios está efectivamente muerto sino que pretendía constatar que las creencias religiosas (particularmente el cristianismo) habían llegado a su fin en el mundo actual. En esa misma línea de pensamiento, Manuel Azaña, uno de los intelectuales más brillantes del socialismo español y Presidente de la República durante la guerra civil española, afirmaba en un discurso ante el Congreso de la Nación que "España ha dejado de ser católica". Más recientemente, Alfonso Guerra, Vicepresidente del gobierno de Felipe González, profetizaba que "Vamos a dejar España que no la va a reconocer ni la madre que la parió". Con esta rotunda frase quería decir, entre otras cosas, que su gobierno iba a conseguir desterrar de este país todas las costumbres y creencias del pasado, entre ellas su milenaria tradición católica...

| César Fernández-Quintanilla (España) César Fernández-Quintanilla (España)

Cuando a finales del siglo XIX Nietzche afirmaba que "Dios ha muerto" no quería decir literalmente que Dios está efectivamente muerto sino que pretendía constatar que las creencias religiosas (particularmente el cristianismo) habían llegado a su fin en el mundo actual. En esa misma línea de pensamiento, Manuel Azaña, uno de los intelectuales más brillantes del socialismo español y Presidente de la República durante la guerra civil española, afirmaba en un discurso ante el Congreso de la Nación que "España ha dejado de ser católica". Más recientemente, Alfonso Guerra, Vicepresidente del gobierno de Felipe González, profetizaba que "Vamos a dejar España que no la va a reconocer ni la madre que la parió". Con esta rotunda frase quería decir, entre otras cosas, que su gobierno iba a conseguir desterrar de este país todas las costumbres y creencias del pasado, entre ellas su milenaria tradición católica.

Afortunadamente, da la impresión de que todos estos intelectuales se han equivocado en sus profecías. Así, al menos, se deduce de la reciente experiencia de la visita del Papa a Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes (una gran parte de ellos españoles) invadieron esta ciudad y dieron un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad y es capaz de sortear las tempestades que quisieran hundirla.

Si bien es cierto que las estadísticas indican un declive en el número de católicos practicantes en España (y en muchos países de Latinoamérica), hay que saber interpretar este fenómeno. En un reciente artículo publicado en el periódico peruano La República, Mario Vargas Llosa consideraba que "La verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas" (se refiere a la convulsa etapa que siguió al Concilio Vaticano II). Esta opinión, proveniente de un reconocido agnóstico, tiene un especial interés.

En el mencionado artículo, el reciente Premio Nobel de Literatura hace un interesante análisis de uno de los factores involucrados en ese proceso de pérdida de Dios: "Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales".

Aunque no coincida totalmente con ese análisis, me alegra escuchar de Vargas Llosa ese tirón de orejas a los intelectuales. Sin duda que estos necesitan una cura de humildad. Por más que muchos de ellos traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, millones de personas por todo el mundo seguimos encontrando en la fe, la esperanza, la alegría y el sentido de nuestras vidas. Es cierto que la sociedad y la cultura actual no son un caldo de cultivo apropiado para que broten y florezcan sentimientos religiosos. Pero acontecimientos como los vividos recientemente en Madrid nos confirman que el poder de Dios está por encima de todas las amenazas.

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