Educación contra la violencia

Juan Emilio Cheyre, Director Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile. Los últimos meses el mundo ha conocido y observado crueles actos de violencia. En países del norte de África y Medio Oriente, revoluciones inéditas derrocaron en Egipto y Túnez a dictadores que por décadas gobernaban en esos países. La revolución conocida como La primavera árabe ha sido reprimida con inusual violencia en Libia, donde se ha desencadenado una guerra civil, en Siria, donde suman más de mil muertos los abatidos por el régimen que no acepta las protestas y expresiones menos vistosas, pero que con la misma fuerza se replican en Yemen, Bahrein y otros países...

| Juan Emilio Cheyre (Chile) Juan Emilio Cheyre (Chile)

Los últimos meses el mundo ha conocido y observado crueles actos de violencia. En países del norte de África y Medio Oriente, revoluciones inéditas derrocaron en Egipto y Túnez a dictadores que por décadas gobernaban en esos países. La revolución conocida como La primavera árabe ha sido reprimida con inusual violencia en Libia, donde se ha desencadenado una guerra civil, en Siria, donde suman más de mil muertos los abatidos por el régimen que no acepta las protestas y expresiones menos vistosas, pero que con la misma fuerza se replican en Yemen, Bahrein y otros países.

Chile se encuentra muy distante geográficamente, y también alejado de los serios problemas que aquejan a esas sociedades sumidas en conflictos que reclaman derechos a la libertad, respeto a los derechos humanos, aspiran a soluciones a una situación angustiante de inequidad y claman por puestos de trabajo. Sin embargo, en diferente escala y, lógicamente, en un marco absolutamente distinto, también hemos conocido expresiones de violencia que hace tiempo no veíamos en la magnitud y con las características que se han presentado en los últimos días.

Me refiero, entre otras a las siguientes, diferentes en sus motivaciones, alcances , formas de expresión, pero, sin embargo, con un factor común: la violencia como elemento central:

• Con motivo del 21 de Mayo pudimos observar que con ocasión del Mensaje Presidencial, en que se da cuenta del Estado de la Nación, grupos violentos agredieron a la población, protestaron destruyendo bienes públicos y privados, actuaron contra Carabineros y produjeron destrozos importantes.
• El debate sobre la conveniencia o no de construir una generadora eléctrica en la región de Aysén abandonó las oficinas de organismos técnicos que considera la ley y ocupó las calles con miles de personas que, sintiendo poseer la verdad en su planteamiento, los esgrimen en marchas y manifestaciones donde la violencia pasa a ser un elemento central en la argumentación.
• Los estudiantes han ocupado nuevamente la calle, también con expresiones de violencia, para manifestar su desacuerdo con reformas o readecuaciones a las políticas educacionales.
• En el país hemos visto aumentar los casos de bullying, donde la violencia de niños y jóvenes contra alguno de sus compañeros provocaron hasta el suicidio de un muchacho. En la televisión hemos observado como, a golpes, jovencitas dirimen sus problemas en los patios o puertas de sus liceos.
• Los noticieros de las últimas semanas nos han hecho testigos de la actuación de los carteles de la droga en poblaciones de Santiago, donde el temor a verdaderas bandas de delincuentes se apodera de familias cuyo legítimo deseo es vivir en paz.

Sin duda, no es comparable la violencia en el mundo internacional a la que hice referencia con estos ejemplos de nuestra realidad interna. Pero convengamos que resulta preocupante la multiplicación de una tendencia perniciosa que se está presentando en nuestro país.

Es una situación preocupante y grave que debemos detener y erradicar. Sería muy largo buscar una explicación a las razones que pueden causar hechos como los reseñados y también argumentar sobre a quien corresponde enfrentar la temática y resolverla.

Independiente de ello, me parece claro que resolver el asunto como sociedad constituye una responsabilidad de cada uno de nosotros. Se trata de que a nivel de familias y comunidades eduquemos en la no violencia, hagamos comprender la gravedad de usarla como arma o herramienta para defender causas de cualquier naturaleza, y nos comprometamos a nivel societario para que esa idea vaya más allá de nuestros hogares y se extrapole a las oficinas y lugares de trabajo, a nuestras relaciones sociales, a los colegios y centros de educación. En definitiva, a todos los espacios donde nos corresponde interactuar con otros.

En fin, hagámonos cargo de generar una cultura de la razón y el respeto. De no hacerlo, podemos encontrarnos sin darnos cuenta reeditando formas de actuar que mucho daño nos causaron. Asumir la tarea es urgente y exige un actuar desde la base que es la familia, el hogar y los vínculos diarios en cada actividad en la que estemos involucrados.

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