¿Educación o pérdida de tiempo?

Este verano, un amigo, padre de 7 hijos, comentaba que él se había preocupado por la pedagogía, había asistido a escuelas de padres, leído libros sobre el tema y había intentado educar a sus hijos. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que la educación tenía un efecto muy limitado. Ponía el ejemplo de que 5 de sus hijos habían sido siempre muy obedientes, mientras que los otros nunca lo habían sido y habían sido educados de la misma manera. También una amiga que es una persona con una sana autoestima, me negaba que eso hubiera sido debido al cariño que recibió de pequeña de sus padres (que lo recibió), pues, dijo, su hermano había tenido el mismo afecto y había sido educado de la misma manera y, sin embargo, era una persona insegura. Como soy lento reaccionando, no comenté nada en el momento, pero los dos me dejaron pensando. Los dos apuntaban a sentimientos ambivalentes de los padres; por un lado, el pesimismo por la inutilidad de nuestros esfuerzos y, por otro, un cierto alivio, en cuanto a que si la educación no sirve para mejorar lo malo, también nos exime de responsabilidad, ya que tampoco estropeamos lo bueno...

| Pablo Crevillén (España) Pablo Crevillén (España)
Este verano, un amigo, padre de 7 hijos, comentaba que él se había preocupado por la pedagogía, había asistido a escuelas de padres, leído libros sobre el tema y había intentado educar a sus hijos. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que la educación tenía un efecto muy limitado. Ponía el ejemplo de que 5 de sus hijos habían sido siempre muy obedientes, mientras que los otros nunca lo habían sido y habían sido educados de la misma manera.

También una amiga que es una persona con una sana autoestima, me negaba que eso hubiera sido debido al cariño que recibió de pequeña de sus padres (que lo recibió), pues, dijo, su hermano había tenido el mismo afecto y había sido educado de la misma manera y, sin embargo, era una persona insegura.

Como soy lento reaccionando, no comenté nada en el momento, pero los dos me dejaron pensando. Los dos apuntaban a sentimientos ambivalentes de los padres; por un lado, el pesimismo por la inutilidad de nuestros esfuerzos y, por otro, un cierto alivio, en cuanto a que si la educación no sirve para mejorar lo malo, también nos exime de responsabilidad, ya que tampoco estropeamos lo bueno.

¿Tienen razón? Estamos ante el eterno debate de si son más importantes las condiciones innatas o lo adquirido. Es un debate interminable porque por obvias razones éticas no se pueden hacer experimentos con niños. Y los pocos estudios que existen se han hecho con gemelos idénticos (2 de cada mil nacimientos), separados al nacer (lo que hace todavía más pequeña la muestra). La razón es que tienen los mismos genes (lo innato), mientras que al estar separados desde el nacimiento, el medio ambiente al que han sido sometidos es distinto. Pero, los resultados no son concluyentes, no sólo porque la muestra estudiada es muy pequeña, sino porque el medio ambiente no es tan distinto, ya que, en Estados Unidos (donde se hicieron los estudios), las comunidades raciales son cerradas y lo normal es que a un niño judío, lo adopte una familia judía, a un irlandés, una familia irlandesa y así sucesivamente. Además, el hecho de que dos personas tengan el mismo ADN, no supone que sean idénticos. Se trata de dos personas diferentes, cada uno con su propia alma, si se me permite la expresión sin que se me tache de acientífico fundamentalista.

Volviendo al tema, creo que mis amigos parten de un hecho que no es cierto y es que tratamos a nuestros hijos igual. Si queremos ser justos es imposible tratar a los hijos igual porque sus necesidades, aptitudes y defectos son diferentes. Incluso el trato con cada hijo no es igual en los diferentes momentos de su vida, ellos van cambiando. Y nosotros, tampoco somos los mismos, no somos iguales a los treinta años, cuando a lo mejor tuvimos al primero, que a los cuarenta (¡envejecemos, vamos!). Y la vida no es estática. Ellos reaccionan a nuestros estímulos y nosotros respondemos a su reacción.

Dicho esto, mis amigos tienen razón en dos cosas: la primera es que aquellas características que están inscritas en el alma de nuestros hijos no podemos (no debemos) ignorarlas o intentar borrarlas. Pero sí cabe mejorar. Normalmente un determinado defecto, lleva aparejado una virtud y viceversa, con lo que es un error ver sólo un aspecto aislado. Schönstatt en su complejidad, tiene como un punto central la educación. Si no fuera así, la transmisión de afecto y valores sería inútil. E inútil también nuestro esfuerzo por mejorar a través de la autoeducación.

La segunda es que la tarea es difícil, la posibilidad de cometer errores graves, mucha y los resultados inciertos. En ocasiones sólo queda dar un salto mortal en la confianza divina.

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