El Club

Un grupo de sacerdotes castigados por la Iglesia protagoniza la premiada película chilena El Club. Una cinta dolorosa y perturbadora, que hoy analiza con detalle el padre Enrique José Grez.

Miércoles 15 de julio de 2015 | P. Enrique José Grez

Si tengo que reconocerle algo a El Club es que me provocó. No es menor, creo que una buena película es aquella de la que podemos conversar con abundancia. No podría decir que esta me gustó, pero aquí van algunas de las reflexiones que me suscitó esta película hiriente y perturbadora.

Bien podría llamarse Mala Onda, como el libro de Fuguet, dada la atmósfera pesada y amarga que todo lo embarga. Pero más bien me hizo recordar a la Escuela Filosófica Cínica de los griegos, que por lo demás le debe el nombre a la palabra "perro", algo esencial en la presente narración. Los cínicos se caracterizaron por su ácida crítica, un demoledor desprecio por cualquier punto de vista, ante lo que preferían una vivencia austera, sin propuestas. No hay amor, no hay redención.

En cuanto a la forma... tengo que decir que me sorprendió. A pesar de haber un problema con la imagen que la filmografía de Larraín no ha logrado resolver, llevándonos desde el VHS hasta el uso indiscriminado de filtros que perturban el color, las imágenes de la costa, la casa, el pueblo tienen algo de naturalidad que no habíamos percibido en otras obras. Las actuaciones están a la altura de un reparto destacado y el flujo de la historia se agradece, en un guión que absorbe y envuelve.

En cuanto al fondo... me cuesta mucho más decir algo imparcial, pero dado que la mirada del autor no lo es, y en una columna hablamos de impresiones y opiniones, me atrevo a dar una personal. Si bien existe una cierta verosimilitud de la atmósfera religiosa a través de los cantos, rezos y temáticas afines, no se alcanza a ilustrar la complejidad de los fenómenos religiosos que intenta describir, que superan ampliamente lo que vemos en escena. Aquel ramillete de pervertidos, son todos más o menos iguales: perezosos, pechoños e irredentos a la vez. A diferencia de El Bosque de Karadima (2015), que quizás era una película menos artística, pero tenía un referente claro en los casos de la Parroquia susodicha, aquí hace falta un objeto a partir del cual narrar. Como no lo hay se cae en una majamama de lugares comunes, leyenda negra y suposiciones. Hoy por hoy, que las barreras entre el documental y la ficción se han ido borrando, aparecen obras maestras que cruzan el espectro de los géneros pero también es la oportunidad de la impostura, como en este caso.

¿Quién es quién en la película? En cuanto a los culpables está más o menos claro, se trata de un conjunto de estereotipos mediáticos, curas delincuentes. Sin embargo en contraste con su maldad o simple idiotez, no encontramos a quien amar o admirar mientras avanza la historia. No hay amor al que aferrarse. La única mujer presente en el filme es perversa, tómese nota del machismo. La víctima no es presentada como querible y a pesar de que intentemos, no podemos empatizar con Sandokan, que por lo demás usa un nombre de fantasía, así de vacía está su identidad en el guión. La película lo sitúa como inaccesible, nos es ajeno y desconocido, y lo que es peor, no tiene más historia que su dolor, es un grito anónimo. Finalmente aquél jesuíta que viene a reformar es un soñador incapaz ante tanto mal. Esa 'Nueva Iglesia' a la que juzga Larraín no se la puede, y finalmente lo único que hace es sumarse a la corriente de mal para brindar una venganza dulce. Sí, en lo que sí cree Larraín es en una penitencia arbitraria y, coherentemente con ello, nos condena a todos a escuchar una historia donde no cabe el amor. Cínica hasta el final, en la película también están los surfistas cuicos que representan la autocrítica de clase del director, tampoco como ellos quiere ser. Esa elite autocomplaciente que en algún momento defendió a la Iglesia pero que hoy se ríe de ella. Pero no por eso se salva: son pura superficialidad.

Comentario a la salida de alguien que no sabía que yo era sacerdote: fuerte, como será para los que creen en los curas... Sí, fuerte, pero en mi caso, que soy cura, y que más que en los curas creo en Jesús, la encuentro fuerte porque me impresiona que un artista sensible, ya bien avanzado el desencanto existencialista del siglo XX, emprenda el camino del desprecio absoluto: a todos, a todo. No hay amor, sólo queda la venganza.

Fuente imagen: Eldinamo.cl

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