El disco pare

Las instituciones pasan por una severa crisis institucional, ya que muchas de ellas se han visto involucradas en casos de corrupción. En este marco es bueno preguntarse cuán honestos somos, no solo en los negocios o en el trabajo, sino en cada acción diaria, por pequeña que sea.

Jueves 21 de mayo de 2015 | P. Hugo Tagle

Vivimos un tiempo privilegiado. Nunca habíamos hablado tanto de ética, probidad, honradez, integridad, transparencia. Los casos Penta, SQM y Caval han provocado una avalancha de épicos comentarios y conferencias tocando estos tópicos, lo que nos hace muy bien.

Estos escándalos financieros deberían provocar un efecto disuasivo y de renovación en la forma de hacer negocios mayor que la mejor ley o reforma tributaria. Quizá no seamos buenos por convicción, pero al menos lo seremos por temor a los perjuicios de las malas obras. A veces, se aprende a costalazos (bueno, ahora los costalazos del otro). Lo ideal es que se actúe bien por convicción y no por temor a un castigo. Pero, en fin, estos casos han provocado un efecto positivo: la revisión de las (malas) prácticas mercantiles y tributarias en todos los rincones del mundo laboral.

Empecemos por casa. Hace unos años, en una comida, un empresario me contó del "trofeo" de uno de sus hijos adolescentes. Me llevó a su pieza y, allí, colgando, veo ¡un gran disco Pare! Botín de diablura juvenil de fin de semana. Perplejo, no atiné a decir nada. El dueño de casa notó mi incomodidad por lo que volvimos al living y se cambió de tema. Yo no dejaba de pensar en el disco Pare, en la esquina ahora peligrosa, en las posibilidades de accidentes y un largo etcétera.

El adolescente en cuestión, iba a un muy buen colegio, se había confirmado y estaba orgulloso de su hazaña juvenil. Lo aplaudió el papá después de todo.

Por ahí comienza el cambio ético al que aspiramos. No se trata de leyes más draconianas ni de tener un fiscal o inspector de impuestos internos tras cada chileno. Se trata de ser honesto consigo mismo, severo, apostar por la corrección a todo trance, poder mirar a los hijos a la cara y decirles "soy un hombre honesto".

Sí habría que fiscalizar mejor el uso de las platas públicas. Se ha extendido la mala idea de que "yo administro mejor el dinero que el fisco". Pues bien, dé ideas, para que se invierta mejor. Pero no llegamos a ninguna parte con triquiñuelas. Corrupción habrá siempre. Preocupémonos que las instituciones funcionen. Y la mejor fiscalización será tanto un cambio de ethos como más y mejor democracia.

No somos peores que antes. Vivimos una dictadura en la que no solo se atropellaron los derechos humanos, sino donde se anidó una sensación de impunidad que ha dejado su huella hasta ahora. Nos cansamos de las malas artes. Palabras como probidad, honestidad, transparencia, justicia, llegaron para quedarse. A portarse bien.
Y para terminar bien el cuento, tengo entendido que el joven de la historia devolvió el disco Pare. Vamos por buen camino.

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