El peligro del incremento en la violencia

Fuimos testigos de una nueva jornada de marchas convocadas para representar las demandas estudiantiles. Los informes establecen que la violencia, el desacato a la autoridad, los saqueos, la destrucción de bienes públicos y la agresión física a Carabineros se incrementaron con respecto a resultados de jornadas anteriores.

| Juan Emilio Cheyre Juan Emilio Cheyre

Fuimos testigos de una nueva jornada de marchas convocadas para representar las demandas estudiantiles. Los informes establecen que la violencia, el desacato a la autoridad, los saqueos, la destrucción de bienes públicos y la agresión física a Carabineros se incrementaron con respecto a resultados de jornadas anteriores.

Resulta legítimo expresar demandas como las que motivaban la marcha. Su realización fue autorizada. Es positivo que a través de expresiones ciudadanas se den soluciones a problemas urgentes que había que reconocer y asumir. Lo que resulta inaceptable y peligroso son las expresiones de violencia de las cuales el país entero fue testigo.

En Chile en forma cada día más frecuente, hay muchas otras expresiones de violencia. Ellas van desde los atentados en la Araucanía, donde lamentablemente persisten incendios y atentados contra la propiedad privada, hasta la diaria y cada día más usual intimidación verbal en la vía pública que automovilistas o peatones viven a diario producto de la irascibilidad que campea en nuestra sociedad.

Con frecuencia conocemos crímenes vinculados al femicidio u otros como resultado de diferencias que terminan dirimiéndose a través de eliminar a la contra parte. La última cuenta de vandalismo curiosamente surgió de la celebración del incuestionable triunfo de la Universidad de Chile que llevó a vándalos a saquear locales comerciales cercanos a plaza Baquedano.

La violencia se ha tornado en creciente y su causalidad es motivada por multiplicidad de presuntas causas. Ella está provocando grave daño a inocentes. Sus autores demuestran nula consideración por los derechos de otras personas, un desacato absoluto a las disposiciones legales y falta de respeto a la autoridad. Adicionalmente quienes la provocan tienen bajos costos, ya que la impunidad resulta frecuente.

Lejos está, en la mirada que tengo de la sociedad actual, la visión fatalista o represiva de manifestaciones públicas o de otro tipo. Sin embargo, creo que esta situación se ha tornado en grave para nuestra convivencia armónica. Nos hace muy mal seguir siendo testigos silentes de conductas que sin ser generalizadas han alcanzado un nivel que debería preocuparnos. La construcción de un futuro bueno para todos se sustenta en un ambiente de mutuo respeto y niveles de seguridad donde no debe haber espacio para el actuar violento en cualquiera de sus formas.

Se debe actuar para frenar esta escalada y erradicar malas prácticas antes que sea más tarde aún. Es una responsabilidad que a todos compete. La autoridad debe ejercer el poder que constituye para ella una obligación donde hay espacios para que actúen instituciones y personas con atribuciones y claras tareas que exigen nuevas formas.

Resulta vital incorporar a la educación del hogar, de las escuelas y centro superiores el tema de los deberes. Cada uno debería velar por un cuidado en la conducta propia evitando la violencia en cualquiera de sus formas.

A su vez quienes lideran manifestaciones deberían ejercer una decidida acción contra aquellos que atenten contra la paz social. Tribunales y policías tendrían que hacer exigible el cumplimiento de las normas existentes actuando de consuno. Legisladores tendrán que evaluar y revisar la normativa existente formulando las modificaciones que sean necesarias.Los comunicadores y la sociedad sería conveniente que no toleraran y se alarmaran ante hechos que observan pasivamente. Cooperaría que el mundo público y privado disminuyera focos de crispación y sensación de injusticias que lleva a buscar soluciones inadecuadas producto de frustraciones que persisten en el tiempo.

El diagnóstico es claro los caminos son variados. Asumir la tarea resulta un deber. Eludirla provocará que la violencia se torne en barrera al desarrollo. Ese escenario lamentablemente se está tornando en factible al mantenernos indiferentes de una amenaza que seguimos eludiendo.

 

*Publicado originalmente en El Diario Financiero el 9 de julio.

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