El reto de mis vacaciones: Pequeñas grandes entregas

. Reflexión a raiz del libro sobre el Padre Albeto Eise - Apóstol de las Familias. Autor: Padre Marcial Parada Estaba deseando que llegase el tiempo de vacaciones para poder sentarme tranquilamente un rato y sentir lo que se siente cuando uno abre un buen libro en medio del silencio y la comodidad de un buen sillón. Pasaban los días de Navidad y ese esperado momento nunca llegaba. El libro elegido permanecía en la mesilla, como si intentara llamar mi atención cada vez que, exhausta por el intenso día, volvía de rehacer el camino de mi cama a la de las niñas, que no entienden ni de vacaciones, ni de silencio, y mucho menos de cuanto necesita su madre esos momentos espirituales. Mis vacaciones han sido maravillosas, no quisiera que pareciese lo contrario, pero la vida con niños conlleva una serie de obstáculos que a veces uno puede olvidar a la hora de desear cosas. En fin, que mis maravillosos planes no se hicieron realidad. Sin embargo, esto no quiere decir que leyese el libro, lo leí. Desde la mesilla él consiguió su misión. Creo que en realidad estaba aguardando al mejor momento para dejarse atacar...

| Macarena Navas Gasset (España) Macarena Navas Gasset (España)

Estaba deseando que llegase el tiempo de vacaciones para poder sentarme tranquilamente un rato y sentir lo que se siente cuando uno abre un buen libro en medio del silencio y la comodidad de un buen sillón.

Pasaban los días de Navidad y ese esperado momento nunca llegaba. El libro elegido permanecía en la mesilla, como si intentara llamar mi atención cada vez que, exhausta por el intenso día, volvía de rehacer el camino de mi cama a la de las niñas, que no entienden ni de vacaciones, ni de silencio, y mucho menos de cuanto necesita su madre esos momentos espirituales.

Mis vacaciones han sido maravillosas, no quisiera que pareciese lo contrario, pero la vida con niños conlleva una serie de obstáculos que a veces uno puede olvidar a la hora de desear cosas. En fin, que mis maravillosos planes no se hicieron realidad. Sin embargo, esto no quiere decir que leyese el libro, lo leí. Desde la mesilla él consiguió su misión. Creo que en realidad estaba aguardando al mejor momento para dejarse atacar.

Era ya de noche, las niñas aún se resistían a dormir y con tantos días de fiesta, los cambios en sus rutinas, y el cansancio acumulado, iban surgiendo tensiones, las típicas en una convivencia más intensa de lo normal. A pesar de que no hubiese ningún motivo real para sentirse mal, tenía ciertas ganas de llorar, de huir, de encontrar algo que llenase mis verdaderas necesidades. Nadie me concedía mis minutos de silencio, ni mi rato de tranquilidad y estaba enfadada, triste y nerviosa. Cogí el libro con rabia y me tumbé en la cama dejando que fueran otros los que se ocupasen de los llantos, los platos y demás. ¡Me voy, aunque no pueda irme, no puedo más!

Y así fue como, en pocos minutos, me trasladé a una barraca de Dachau. ¡Puf! Aquello sí que era incómodo. Olía fatal, la gente me empujaba de un lado a otro... Pero en mi rinconcito de litera guardaba mi cuadrito de la Mater, el que me regalaron el día que hice la Alianza en el Santuario Original y siempre me acompaña. Era mi cobijo -y el de Albert, el protagonista de mi librito-.

Bueno, en realidad estuve hojeando un poco de su vida antes. Y el caso es que al principio no me sentía demasiado identificada con él. Parecía tan perfecto... Una infancia feliz, bajo el amparo de una familia ejemplar. ¡Así ya se puede ser santo! Como aquello no conseguía apaciguar demasiado el estado de nervios, decidí ir al grano: Sabía que Albert Eise había entregado su vida en Dachau, pero ¿cómo? ¿A qué se referían exactamente? Eso era lo que mi corazón agitado anhelaba saber en ese momento. Hojeé por encima los capítulos intermedios de su resumida biografía y por fin empecé a devorar aquellos días de entrega en el sufrimiento más extremo.

Normalmente cuando un libro consigue deleitarme, trato de saborear cada página. Incluso me aguanto y no corro a pesar de que la intriga me invite a lo contrario, para prolongarlo así lo más posible. Pero con un ansia bulímica y, el ajetreo de la casa todavía de fondo, vi nacer y enterrar a nuestro querido héroe en menos de una hora.

Por un momento me pareció poco respetuosa hacia tal persona una lectura tan superficial. Sin embargo, el hecho de haberlo engullido de tal forma, no sólo no le quitó un ápice de intensidad, sino que precisamente fue lo que dio lugar a mi reflexión posterior.

Siempre que leo sobre las vidas entregadas por la Obra y miro nuestra Familia (la de Schönstatt), me entristecen mucho las tibiezas con que a veces vivimos las cosas, lo poco conscientes que somos del tesoro recibido y de la responsabilidad que tenemos de asumir ese peso de esas vidas entregadas, sobre nuestros propios hombros. Por eso casi quería haberle pedido perdón a Albert por haber leído eso capítulos tan fuertes de su historia de aquella manera.

Pero esa experiencia que conseguía por fin apaciguar mi interior, a pesar de la crudeza de la historia, me estaba brindando una importante misión. Yo, que me estaba rebelando contra la privación de mi intimidad y descanso, tenía ante mí el ejemplo vivido de Eise. Albert, como también lo hizo el Padre, nos demuestra que realmente es posible encontrar paz en las barracas, y no sólo eso, sino que se puede vivir y morir de forma plena, privado de intimidad y descanso, de todo respeto y tantas otras muchas cosas. La libertad interior llevada a las últimas consecuencias.

Desde luego es desproporcionado comparar mis circunstancias con las de un campo de concentración, de hecho, uno de los primeros frutos de mi lectura fue una sincerísima acción de gracias por mi familia y todo lo demás. Pero no me parece exagerado examinar mis faltas de libertad interior a la luz de este testimonio, y no me parece tampoco pretencioso, por el reto que a mi me supone, querer prolongar su entrega en mis "privaciones" diarias. Si cada uno de nosotros lograra liberarse de tantas cosas que nos esclavizan, que nos restan dignidad como personas...

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