Equipos y familias

No deja de llamarme la atención la manera en que muchos matrimonios hablan de sí mismos como "un equipo". Según el Diccionario de la Real Academia, en las acepciones que se refieren a personas, un equipo es un grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado o, en determinados deportes, cada uno de los grupos que se disputan el triunfo. Es decir, un grupo de personas organizadas para un fin. Me parece que es algo más propio de una empresa que de una familia.

| Pablo Crevillén (España) Pablo Crevillén (España)

No deja de llamarme la atención la manera en que muchos matrimonios hablan de sí mismos como "un equipo". Según el Diccionario de la Real Academia, en las acepciones que se refieren a personas, un equipo es un grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado o, en determinados deportes, cada uno de los grupos que se disputan el triunfo. Es decir, un grupo de personas organizadas para un fin. Me parece que es algo más propio de una empresa que de una familia.

Seguramente, muchas personas que utilizan la expresión para referirse a su familia, no lo hacen con esa intención, sino para expresar que están compenetrados. Pero me parece que todos nos vamos contaminando sin querer de una cierta mentalidad economicista. Y es que en los últimos treinta o cuarenta años los valores se han subvertido. Antes, cuando se quería hablar bien de una empresa, se decía que era muy familiar. Ahora, es un tipo empresarial que ha desaparecido y se suele hablar de él de forma despectiva, refiriéndose a un modelo "paternalista".

No sólo eso. También se valora a una familia si responde a criterios de eficacia o de organización empresarial. Se valora la profesión de los cónyuges, así como los colegios elitistas a los que van los hijos, dónde pasan las vacaciones o los idiomas que hablan. Incluso, los propios padres muchas veces se preocupan más por los resultados académicos de los hijos que de sus valores o de si se sienten felices. Y al igual que en la producción empresarial, se requiere rapidez; no sólo hay que producir, sino producir mucho y muy rápido.

Pero las personas no funcionamos así. Necesitamos tiempo. Es difícil que un matrimonio pueda durar si los cónyuges no están dispuestos a tener paciencia. Y, como decía el P. Kentenich, en la educación los cambios auténticos son lentos y el educador ha de saber esperar porque tiene el tiempo de su parte. Si pretende resultados inmediatos, está abocado al fracaso y puede, además, hacer desgraciados a sus hijos.

Lo que más me preocupa de la crisis económica que estamos viviendo no son las terribles consecuencias que tiene para tantas personas, aun siendo muy duras, sino la falta de valores alternativos. Es sorprendente que estando en el origen de la crisis las actividades especulativas, no se haya penalizado a éstas, orientándose hacia inversiones productivas, sino que la solución que se aplica es dar ayudas públicas a los bancos que la causaron (en contradicción con lo que se defendía antes, que el Estado no debe intervenir en la economía) y muchos de los responsables políticos de la economía nombrados últimamente, han sido directivos de dichos bancos o de las agencias de calificación, como si para apagar un fuego se acudiera a aquél que lo inició.

Mientras tengamos interiorizados determinados valores que, aunque sea sin nosotros ser conscientes del todo, anteponen el resultado práctico a las personas, será difícil salir de la crisis. E incluso, si saliéramos sin un cambio moral profundo, habríamos arreglado nuestras cuentas y balances, pero la sociedad seguiría enferma.

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