Evangelio domingo 19 de enero

Domingo 19 de enero de 2020 | Juan Enrique Coeymans

19 de ENERO del 2020

Evangelio según San Juan capítulo 1, 29 - 34

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".

Meditación de Juan Enrique Coeymans Avaria

"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

Pareciera que el Señor nos dice: Las palabras de Juan son claras: el me proclama como el que venía a bautizar en el ;Espíritu Santo. No sólo como un profeta, sino claramente como hombre y Dios:" porque él existía antes que yo", cuando sabemos que yo tenía seis meses menos que el Bautista. Y al referirse a mi como el Cordero de Dios muestra mi tarea salvadora, yo soy el Cordero que inmolado, libera no sólo a Israel, sino que a todos los hombres.

Mi comprensión de los misterios de la redención es muchas veces muy estrecha. Pierdo las dimensiones del lenguaje simbólico con que no sólo el Bautista, sino también el mismo Señor va revelando el misterio de su doble naturaleza en una misma y única persona. Y la designación del Señor como Cordero de Dios, es como una frase que pasa rápido por los labios, pero no penetra el corazón. Mi tarea a futuro es meditar hondamente la designación del Señor como Codero de Dios con todas la implicancia que ello conlleva.

Señor Jesús, bendito y alabado asas como Dios y hombre. Te agradezco lo que has hecho siempre por mí y por todos los hombres a lo largo de todos los siglos. Moriste y sufriste por cada uno de nosotros, por eso regálame la conciencia que la salvación, el llamado a una plenitud humana y la apertura de las puertas del cielo para los hombres y para mí, pobre pecador, es un regalo inmerecido, un regalo que no podremos nunca comprender sino en la lógica del amor. Señor, desde el fondo de mi alma te bendigo y agradezco y te pido que pueda amarte como te ama tu Madre María.

AMÉN

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