Evangelio domingo 8 de septiembre

Domingo 8 de septiembre de 2019 | Juan Enrique Coeymans

8 de SEPTIEMBRE del 2019

Evangelio según San Lucas, capítulo 14, 25 - 33

Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."

Meditación de Juan Enrique Coeymans Avaria

Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."

Pareciera que Jesús nos dice: Para ser mi discípulo y mi instrumento, hay que tener un desasimiento radical de todas las cosas y bienes, materiales y espirituales. Porque la tarea de Uds. es asemejarse a mí, a fin de que yo aparezca a través de Uds., a través del amor que Uds. entreguen. No es una exigencia sádica la que les hago, es una invitación a ser como yo. Pero esa semejanza no será nunca posible mientras tengan su corazón lleno de sus cosas, de sus bienes de sus talentos. Sólo en un corazón libre, que eso es despojarse de todo, puedo entrar yo, y transformarlos para ser de verdad mis discípulos.

El Señor me regalado una clara indiferencia ante los bienes materiales. No ando añorando ni riquezas ni nada material. Pero eso no basta, debo entregar todo, también mis bienes espirituales, mis talentos mis alegrías, mis dolores, todo. Porque la meta es asemejarse al Señor, ser otro Cristo, y que Él hable, ame, sirva y cuide desde mi realidad, y que no sea yo el que resplandezca sino El, como lo pedía con hondura el Beato Juan Enrique Newman y la Santa Madre Teresa de Calcuta.

Mi Señor y Salvador, que diste tu sangre por mi libertad del pecado, te adoro y reconozco como mi Rey y Compañero. Bendito seas ahora y siempre. Te pido la gracia de seguirte enteramente. Yo con mis propias fuerzas no voy a poder entregarte todo sin reservas, y siempre habrá rinconcitos que no querré soltar. Señor, esa gracia no la conquistaré yo sino que será regalo tuyo. Escucha Señor mi oración que te la presento por manos de María mi Madre y tu Madre.

AMÉN

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