Evangelio sábado 26 de septiembre

Viernes 25 de septiembre de 2020 | Gonzalo Manzano

26 de SEPTIEMBRE del 2020

Evangelio según San Lucas, capítulo 9, 43b – 45

Sábado de la Vigésima Quinta Semana del Tiempo Ordinario

San Vicente de Paul, Presbítero. Memoria obligatoria.

Todos estaban maravillados de la grandeza de Dios. Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: "Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres". Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.

Meditación de Gonzalo Manzano González

"Pero ellos no entendían estas palabras"

Jesús parece decirme: Mientras caminé con ustedes, les expliqué todo lo que necesitan saber para vivir una buena vida y alcanzar el cielo. No les guardé nada que necesitaran saber, y a su debido tiempo, les fui mostrando lo que debía pasar. Si hubiese explicado todo de manera más literal, muchos hubiesen actuado como Pedro, intentando impedir que yo diese mi vida por ustedes. Luego, en Pentecostés, todo se aclaró, y se levantaron todos los velos. Hoy, siguen necesitando entender, porque si bien los velos que cubren sus ojos no los he puesto Yo, no pueden ver la verdad que se expresa en mi Evangelio.

Me siento mal por no entender. Me duele ser ciego, incluso por ignorancia, al Mensaje de Jesús, que tantas veces dijo las cosas casi de manera expresa, y los hombres de su tiempo, al igual que nosotros hoy, nos negamos a entender. Me siento responsable de mi ignorancia, de mi falta de fe y la soberbia con que tantas veces oigo sin escuchar de verdad lo que Jesús quiere decirme. Le debo tanto a Él como a mi mismo el preocuparme por mi crecimiento espiritual, y abordarlo como la tarea más importante de mi vida, sin olvidar su aplicación práctica en mi vida, haciendo obras lo que Él me pide hacer.
Señor Jesús, te agradezco este minuto de lucidez. Te debo todo, y los regalos que me has dado sé que no son fruto de mi amor por ti, sino que son por tu mera liberalidad, por ese amor incondicional que profesas por mí. No merezco nada de esto, e igualmente me los entregas. Quiero ser merecedor de ellos, ocupando mis talentos, la personalidad que me has dejado cultivar, y los principios que rigen mi caminar, para que en su ejercicio y desarrollo te regocijes al ver que he hecho algo bueno con ellos. Madre querida, te encargo mi educación, ya que solo no puedo.

AMÉN

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