Hablemos de Educación

¿Cómo hacer para que todos tengan la misma calidad educativa? ¿Qué acciones se pueden implementar? La respuesta no está tanto en pensar en políticas públicas concretas, sino en desarrollar la interioridad del docente. Si no nos concentramos en fomentar docentes íntegros, la educación va a fracasar, no en contenidos académicos, sino en aquellos más humanos. Ningún sistema educativo tendrá éxito si desde los colegios no hay un fuerte impulso para formar a los docentes en el juicio crítico, en el debate, en la confrontación axiológica que hoy más que nunca requiere nuestra época. 

| Cecilia Sturla Cecilia Sturla

Son muchos los tópicos importantísimos a la hora de analizar la educación de los jóvenes: fomentar la solidaridad, el compromiso social, la excelencia académica, los valores en todo su abanico de posibilidades. La tarea del educador convengamos que nunca fue fácil.

Si nos ubicamos desde el lado de las políticas públicas, el panorama se complica aún más: una educación "para todas y todos" (como está de moda decir en Argentina), que incluya a los sectores más vulnerables de la sociedad, a aquellos sectores con más privilegios y a los sectores medios. ¿Cómo hacer para que todos tengan la misma calidad educativa? ¿Qué acciones se pueden implementar?

Creo que la respuesta no está tanto en pensar en políticas públicas concretas, sino en desarrollar la interioridad del docente. 

Una de las dificultades más importantes de la pedagogía kentenijiana es el hecho de que el primero que debe educarse en el aula es el docente. Si no hay una encarnación de los valores, la educación siempre va a quedar a mitad de camino.

Decimos que el principal problema de nuestros pueblos no es tanto la corrupción de los gobernantes, sino lo moral. Nuestros países están enfermos, pero no de economías mal llevadas, sino de valores morales. Y no es que no haya virtudes, sino que las virtudes andan sin rumbo, perdidas, porque no sabemos qué hacer con ellas.

No es que los adolescentes estén perdidos como las virtudes; es que los adultos lo estamos. La gravedad de la situación no se encuentra tanto "afuera" del hombre, sino en el mismo corazón del hombre que está desorientado con tanto vértigo afuera.

Por más políticas públicas que realicemos para sanear la educación, si no nos concentramos en fomentar docentes íntegros, la educación va a fracasar. Pero no en contenidos académicos, sino en los contenidos más humanos. Podremos elaborar muchas maneras de diseñar espacios curriculares, pero si dejamos de lado lo que impulsa a la educación desde su misma raíz, el cultivo del espíritu en los docentes, no hay salida para la educación.

Y esa tarea es ciertamente hercúlea: es más fácil trabajar con niños y adolescentes que con los adultos, sencillamente porque a los adultos nos cuesta mucho más reconocer errores, adentrarse en uno mismo para sacar lo bueno y lo malo que tenemos... La introspección del docente es clave a la hora de renovar la educación.

Esto lo vio el Padre Kentenich ya en 1912, cuando les dice a sus estudiantes: "En adelante no podemos permitir que nuestra ciencia nos esclavice, sino que debemos tener dominio sobre ella. Que jamás nos acontezca saber varias lenguas extranjeras, como lo exige el programa escolar, y que seamos absolutamente ignorantes en el conocimiento y comprensión del lenguaje de nuestro propio corazón (...). Así lo exigen nuestros ideales y las aspiraciones de nuestro corazón, lo exige nuestra sociedad, lo exigen sobre todo nuestros contemporáneos, especialmente aquellos con quienes conviviremos al realizar nuestras tareas futuras".

Podemos llenarnos la boca con decir que la educación es un desastre, que tanto la infraestructura como los planes curriculares son nocivos, atomizados, sin pies ni cabeza. Pero si no arremetemos contra la mediocridad del docente, con nuestra mediocridad, la tarea educativa seguirá siendo infructuosa, así tengamos edificios increíbles y planes orgánicamente concebidos.

Ningún sistema educativo tendrá éxito si desde los colegios no hay un fuerte impulso para formar a los docentes en el juicio crítico, en el debate, en la confrontación axiológica que hoy más que nunca requiere nuestra época. ¿No llama la atención el poco intercambio de opiniones a nivel público? ¿La gente adulta ya no sabe debatir? ¿O es un fenómeno exclusivo de Argentina?

Nuestros docentes tienen que tener herramientas para darle al mundo, jóvenes que tengan principios firmes, que puedan sortear las dificultades de la vida viendo siempre un Norte... y ésa es la tarea más grande que tiene el docente. Por ello es que la pedagogía kentenijiana tiene una llave poderosísima: la llave de la autoeducación, de la formación en valores y la encarnación de los mismos... quizás nada nuevo desde Cristo en adelante, pero definitivamente con "tips" adaptados a las necesidades actuales...

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