La espiral de la magnanimidad

Hay quienes dicen que no hay nada nuevo bajo el sol, y mucha verdad hay en ello ya que de la observación de nuestra cotidianeidad nos percatamos de cuantas veces parece repetirse "la misma historia". Pero, al profundizar nuestra mirada descubrimos que la reiteración no es exactamente igual, porque la vida no es un permanente círculo sin sentido, sino que en todo caso es una espiral, por lo cual la visión es diferente cuando nuevamente pasamos por lo que podría haber sido confundido con el mismo punto del pasado. Espiral que puede ser ascendente o descendente. La opción por la vía ascendente es un modo de definir a la magnanimidad. La opción ascendente es crecer espiritualmente, y al respecto cito a Ángela Sannuti: "Si bien el crecimiento biológico es ineludible ya que irrumpe en los diversos ciclos vitales, el crecimiento psicológico - espiritual es un don que otorga sentido a nuestra existencia: crecer es madurar"...

| Jorge Horacio Day (Argentina) Jorge Horacio Day (Argentina)

Hay quienes dicen que no hay nada nuevo bajo el sol, y mucha verdad hay en ello ya que de la observación de nuestra cotidianeidad nos percatamos de cuantas veces parece repetirse "la misma historia".

Pero, al profundizar nuestra mirada descubrimos que la reiteración no es exactamente igual, porque la vida no es un permanente círculo sin sentido, sino que en todo caso es una espiral, por lo cual la visión es diferente cuando nuevamente pasamos por lo que podría haber sido confundido con el mismo punto del pasado. Espiral que puede ser ascendente o descendente.

La opción por la vía ascendente es un modo de definir a la magnanimidad. La opción ascendente es crecer espiritualmente, y al respecto cito a Ángela Sannuti: "Si bien el crecimiento biológico es ineludible ya que irrumpe en los diversos ciclos vitales, el crecimiento psicológico - espiritual es un don que otorga sentido a nuestra existencia: crecer es madurar".

En eso pensaba al leer a Jean Guitton describiendo a su querido amigo Giambattista Montini, mejor conocido como Pablo VI. El párrafo que releí con especial deleite dice: "En la vida moral yo pienso más en niveles que en elecciones. La elección entre el bien y el mal es poco frecuente. Pero en todo momento yo puedo elevarme a un nivel superior, hacer lo que estoy haciendo de un modo más noble; hablar con más precisión; sufrir con mayor aceptación; estar alegre con mayor felicidad. No se trata tanto de elegir sino de crecer. Jesús vivió su vida al más alto nivel, con la mayor ternura y fortaleza y me animaría a decir, de modo eterno. Para ser llamado al nacimiento final, sin duda debe haber un último ascenso; ser idéntico pero al más alto nivel". ¡Qué magnífico modo de describir la magnanimidad del modo que el Padre José Kentenich la entendía y a la que nos invitaba!

Reconozco que hubo un tiempo en que magnanimidad fue un concepto que me acercaba más al adjetivo aplicado a Alejandro de Macedonia que a una aspiración para cristianos. Un anhelo para más adelante, una meta para alcanzar al final, y no para todos, sino para los que con sus vidas ejemplares se acercan a la gloria de los altares o de la historia. No la consideraba seriamente como una actitud para cada momento.

Una reciente nota periodística que se titula "El efecto Lucifer", describe la tendencia al mal en el hombre. No es concepto nuevo para nosotros, para quienes el pecado original no es un simple mito, sino la descripción siempre valedera del mal en nuestro interior y que nos coloca en cada momento en la disyuntiva sobre el camino a seguir.

Cuando el Padre Kentenich optó por Dachau en vez de aceptar las sugerencias de escapar a Suiza o de buscar otras alternativas para librarse de aquel espantoso destino, dio un nuevo brillo, un nuevo significado para la palabra magnanimidad. Lo hizo a un nivel heroico y sublime que sirvió, y sigue sirviendo, de fundamento para toda su obra. El Padre no hizo una simple elección entre el bien y el mal. Huir de un destino cruel en Dachau no fue solo una elección entre el bien y el mal. Fue optar por un nivel más alto, el de la magnanimidad, y al compartir voluntariamente la suerte de miles de compatriotas, probó a sus seguidores que la libertad interior era posible aun en circunstancias extremadamente adversas. Y como testimonio, allí él escribió ese nuevo himno a la vida que es el Cántico al Terruño.

Sigo con Guitton, "estos actos (estas opciones), estos actos de sacrificio total, estos momentos secretos de diálogo del alma con su Creador, cuando ella es golpeada como San Pablo en el camino a Damasco, y que le hace decir "Señor, ¿que quieres de mí?". Es en esos velados momentos que el Señor la reafirma, susurrándole: "Soy Yo. No temas".

Jorge Horacio Day

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