La partícula de Dios

Hace unas semanas se dio inicio, en la frontera franco-suiza, al experimento más importante de la historia. Una compleja estructura mecánica enterrada a 150 metros de profundidad llamada Colisionador ...

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle
Hace unas semanas se dio inicio, en la frontera franco-suiza, al experimento más importante de la historia. Una compleja estructura mecánica enterrada a 150 metros de profundidad llamada Colisionador de Hadrones (LHC) despejaría, ni más ni menos, el misterio de la creación. La máquina en cuestión dilucidará varias incógnitas que traen de cabeza al mundo de la física: Primero, buscará el "bosón de Higgs", la llamada "partícula de Dios", estudiada sin haber sido aún demostrada su existencia. Es la última pieza de un rompecabezas hasta ahora incompleto de la física de las partículas. Luego, explorará la "supersimetría", el "lado oscuro" de la creación. La materia visible sólo representa el 4% del universo; el 96% restante, es un absoluto misterio. Por último, escudriñará en la misteriosa relación entre materia y antimateria y recreará las condiciones que prevalecieron en el universo en las milésimas de segundo luego del "Big Bang", la explosión misteriosa que dio inicio a todo lo existente. No hay otro límite para el hombre que su propia imaginación, que duda cabe. Toda esta faraónica experimentación, fuera de asombrarnos, nos debe llevar a agradecer que tanta inteligencia se coloque, al unísono, al servicio de la ciencia, de un mayor progreso y de la búsqueda de la verdad científica, preludio y complemento de la verdad sobre el hombre y, por ello mismo, de quien está detrás de todo. Brota espontánea una primera gran lección de este mega experimento: la unidad de objetivos del hombre. A pesar de las comprensibles diferencias, éste puede lo imposible cuando se gestan proyectos comunes. En esta aventura participan más de 10 mil científicos de decenas de naciones: distintos idiomas, idiosincrasias, intereses. Todos embarcados en una tarea de altísima complejidad. A su vez, aventuras de la ciencia como éstas nos desnudan en nuestra pequeñez y dependencia de algo o alguien ajeno a nosotros. La búsqueda de la ciencia confirma que detrás del misterio hay una lógica escondida: que todo tiene como centro un solo ser creado, el hombre.Freeman Dyson, físico y matemático inglés, luego de sus múltiples experimentos decía: "Cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura, más pruebas hallo de que el universo debe de haber sabido de algún modo que veníamos". En efecto, entre más escudriñamos el espacio infinito, tanto hacia fuera de nosotros como en su misterio infinitesimal; entre más tratamos de hurgar en sus misteriosos pliegues, tanto más pequeños nos sentimos pero, a su vez, tanto más se revela que todo apuntaba a la creación de un ser inteligente, único e irrepetible, cada uno de nosotros. Fuimos pensados y queridos desde toda la eternidad, para buscar a Dios y amar a los hombres. No se entiende tanta perfección, tanta inefable magnitud, sin un "porqué" que lo justifique. Benedicto XVI señaló en su discurso en Ratisbona: "Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin Él no cuadran. Quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional". Entre más hurgamos en la creación, todo pareciera indicar misteriosamente que "en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad".No somos producto del acaso. La célebre frase de Einstein, "Dios no juega a los dados", parece confirmarse. Esa intuición primigenia escondida en lo recóndito del alma humana, iluminada por la fe, se impone en cada avance humano, confirmando que todo se pensó desde siempre para que surgiera aquí una vida única. La misma reconoce, paso a paso en su búsqueda de la verdad y en su inteligencia, lo inconmensurable de su Creador. El misterio de la "partícula divina" que falta para completar el puzzle de la materia quizá no se resuelva en esta serie de experimentos. Pero es un notable estímulo para seguir explorando. Como dice el mismo Einstein: "El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir". Y entre más nos acercamos a Él, tanto más inefable nos resulta. Cada ventana abierta por la ciencia devela un nuevo misterio; transforma al hombre nuevamente en un niño, el mismo que da rienda suelta a su inagotable curiosidad y que pregunta una y otra vez: "¿Estás ahí?".
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