Más lento por la vida

Asistí a la presentación del libro "Elogio a la Lentitud" de Carl Honoré, un periodista canadiense que ha propagado a nivel mundial los fundamentos de una filosofía que propone aplicar en los diferentes ámbitos donde los seres humanos corremos por la vida. La conferencia me hizo reflexionar y comparto con ustedes mi personal visión. Advierto que no tengo ninguna autoridad moral para pregonar la lentitud ya que soy de aquellos que trabaja con prisa; me incluyo en los que asumen tareas más allá de las que les permiten las horas del día y los días de la semana. Lo anterior me exige estar urgido casi siempre por maximizar el tiempo para poder cumplirlas...

| Juan Emilio Cheyre (Chile) Juan Emilio Cheyre (Chile)

Asistí a la presentación del libro "Elogio a la Lentitud" de Carl Honoré, un periodista canadiense que ha propagado a nivel mundial los fundamentos de una filosofía que propone aplicar en los diferentes ámbitos donde los seres humanos corremos por la vida.

La conferencia me hizo reflexionar y comparto con ustedes mi personal visión. Advierto que no tengo ninguna autoridad moral para pregonar la lentitud ya que soy de aquellos que trabaja con prisa; me incluyo en los que asumen tareas más allá de las que les permiten las horas del día y los días de la semana. Lo anterior me exige estar urgido casi siempre por maximizar el tiempo para poder cumplirlas.

Hace tiempo soy un convencido de que debemos bajar la velocidad, y la charla reafirmó lo que ya había descubierto. Me propuse intentar hacerlo en lo personal y compartirlo para que cada cual tome su opción. Dejo constancia que estimo que uno debe ser jugado, trabajador, comprometido, aportando en actividades y productos concretos en diferentes ámbitos. Ello significa que ir más lento no es sinónimo de abandonarse y refugiarse en excusas para no asumir deberes, trabajos y actividades donde la familia, el país y la sociedad necesitan de gente que sea laboriosa, productiva y solidaria. Sino más bien encontrar el justo medio entre la vorágine de la vida y un actuar que nos haga estar plenamente en cada una de las cosas que hacemos. Ese es el desafío.

Lo ejemplifico: si estoy con mi familia un domingo en la tarde, compartiendo y jugando naipes o conversando, creo que el celular debe estar desconectado. No es bueno que los niños tengan como distractor la televisión encendida y que los padres de las criaturas estén sumergidos en sus mensajes de texto. Solo así la reunión será lo que debe ser, un encuentro de conversación, relajo y generación de afectos. En el caso de estar investigando para preparar una conferencia a través de lecturas y análisis de documentos en el computador, me parece poco eficiente que a la menor alerta de mail lo abra y proceda a contestarlo de inmediato; peor aún, entusiasmarse en responder cinco o seis más sin mayor urgencia. Si a ello le agregamos que nos pasan llamadas sin filtro o que a uno se le viene a la cabeza coordinar una reunión y se abandona la revisión de documentos para concretar los contactos que hagan factible la cita, ya se habrá perdido calidad en lo importante que era preparar la clase o conferencia.

En fin, ejemplos podríamos encontrar miles. Revisemos ciertas conductas observables. Concurrí a un matrimonio donde mis vecinos de banco no pararon de twittear durante toda la misa: pienso que no estuvieron allí salvo en cuerpo. Manejando, veo frecuentemente a madres o padres contestando o llamando por teléfono al tiempo que dan instrucciones a los niños y retando a quien suponen afecta su conducción por respetar la velocidad y no ir a la de ellos.

En una jornada internacional, donde exponía un "súper estrella" acerca de la realidad mundial, la élite del mundo empresarial -al menos el 50%- estaba atento a su blackberry, ajeno al mensaje que iban a escuchar: tal vez habría sido mejor mantenerse en sus oficinas y no limitarse a hacer acto de una presencia ausente.

Multiplicar las actividades no solo es hacer muchas a la vez, también es no saber detenerse. Me toca enviar mails a diferentes personas y cada día me sorprende más las horas de respuesta. Las agradezco, ya que cada una en general resuelve el tema que motivó el mail. En la última semana uno de ellos fue respondido a las 2.47 AM y otro a las 5.07 de la madrugada. Debo ser sincero, muchos de mis mails han salido en horarios similares. Cabe preguntarnos, ¿ a qué hora estamos durmiendo?

Un último ejemplo, ya que por casos podría escribir un libro. El almuerzo es cada día más rápido y menos conversado, transformándose en la extensión de la reunión de oficina. Se ha eliminado la hora de once; con nostalgia rememoro la casa de mis padres cuando gastábamos más de una hora entre ricas tostadas, mermelada de naranja o palta, cuando alcanzaba el presupuesto, y uno conversaba, se reía y compartía formando y fortaleciendo familia.

Sintetizando la idea central, lo que propongo es que nos centremos en hacer bien lo que hemos decidido hacer. Recordemos lo que se agradece cuando uno va al médico y éste nos regala su tiempo, que a veces importa más que su sabiduría.

En nuestra comunidad, estoy cierto que muchos añoramos al Padre Horacio por tantas razones. Para mí, una fundamental es que pocas veces he conocido a un hombre capaz de hacer sentir al otro que sus problemas o inquietudes eran lo único importante, y de poner su inteligencia, su corazón y su mente en esa sintonía.

Finalizo. He decidido ir más lento por el mundo. Sé que me será difícil. Sospecho que fallaré varias veces, argumentando que he perdido eficiencia y que mi estadística de trabajos realizados ha sufrido una merma. Sin embargo, creo que tal vez ésta suba si evalúo lo bien hecho de cada cosa, la disminución del cansancio, la profundidad de los afectos de quienes me rodean y hasta mi felicidad. Tratemos de hacerlo y luego intercambiamos experiencias.

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