Reciedumbre y fortaleza: Levantarse a tropezones

Steve Jobs, fundador de Apple, cuenta en un video -ya célebre- ante un grupo de estudiantes de la Universidad de Stanford, la historia de sus desventuras. Resulta paradojal que, una persona a vista de todos tan afortunada en la vida, dedique media hora a un recuento de fracasos, desaciertos y tropiezos. El punto está en que, a partir de cada una de las dolorosas experiencias narradas, logró inyectar nueva vida y energías a su aventurera existencia. Casi como historia de cuentos, comparte con un mar de alumnos que lo contemplan extasiados, que es hijo de madre soltera, que fue dado en adopción, que debió trabajar para costear su universidad y que finalmente la deja para dedicarse a un incipiente negocio por el cual, como ya es sabido de larga data, nadie daba un peso en esos primeros años. Pero no fue solo en sus inicios donde se presentaron escollos. Tuvo que lidiar con sus socios hasta que finalmente es ¡despedido! de la misma empresa que él había fundado. Salió mal, asqueado por la incomprensión de sus pares y ante el bombardeo mediático y la fama de excéntrico que fue adquiriendo. Pero no se amilanó. Fundó una nueva empresa de multimedia, Pixar Animation Studios, que lo volvió a la lanzar a la fama y que significó, con los años, fuente de nuevos proyectos que mantienen en el primer lugar de los rankings al cúmulo de proyectos nacidos a su sombra. Las vueltas de la vida: su antigua casa le abriría nuevamente las puertas como socio, ahora en gloria y majestad...

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle
Steve Jobs, fundador de Apple, cuenta en un video -ya célebre- ante un grupo de estudiantes de la Universidad de Stanford, la historia de sus desventuras. Resulta paradojal que, una persona a vista de todos tan afortunada en la vida, dedique media hora a un recuento de fracasos, desaciertos y tropiezos.

El punto está en que, a partir de cada una de las dolorosas experiencias narradas, logró inyectar nueva vida y energías a su aventurera existencia. Casi como historia de cuentos, comparte con un mar de alumnos que lo contemplan extasiados, que es hijo de madre soltera, que fue dado en adopción, que debió trabajar para costear su universidad y que finalmente la deja para dedicarse a un incipiente negocio por el cual, como ya es sabido de larga data, nadie daba un peso en esos primeros años.

Pero no fue solo en sus inicios donde se presentaron escollos. Tuvo que lidiar con sus socios hasta que finalmente es ¡despedido! de la misma empresa que él había fundado. Salió mal, asqueado por la incomprensión de sus pares y ante el bombardeo mediático y la fama de excéntrico que fue adquiriendo. Pero no se amilanó. Fundó una nueva empresa de multimedia, Pixar Animation Studios, que lo volvió a la lanzar a la fama y que significó, con los años, fuente de nuevos proyectos que mantienen en el primer lugar de los rankings al cúmulo de proyectos nacidos a su sombra. Las vueltas de la vida: su antigua casa le abriría nuevamente las puertas como socio, ahora en gloria y majestad.

Cuando todo parecía encontrar un reposo, viene una nueva lucha: ahora contra el cáncer. Y en eso ha estado los últimos lustros, sacándole tajadas a la vida y devolviéndole a los suyos el tiempo que les arrebató en años de frenético trabajo y creatividad. El hombre es capaz de todo, cuando tiene un norte, ganas de vivir y a quien querer.

"Hacer de tripas corazón"

El ejemplo de Steve Jobs nos permite adentrarnos en una virtud olvidada en tiempos en que estamos acostumbrados a la comida rápida; al cumplimiento automático de los deseos y a la cotización al alza de las ganas y antojos. Me refiero a la fortaleza y reciedumbre o, en terminología más moderna, a la resiliencia. Lo primero es el temple del alma ante la adversidad, de mantenerse enhiesto a pesar de las dificultades. La reciedumbre es el ejercicio permanente de esa misma virtud en la vida cotidiana. La resiliencia es la versión moderna de estas virtudes ancestrales, con el componente añadido de que no es solo el hecho de mantenerse de pie, sino el asumir como positivo el aparente sinsentido de una experiencia dolorosa. En efecto, no hay vivencia de la que no se pueda sacar algo positivo. Tras cada caída, existe no solo la posibilidad de levantarse, sino la posibilidad de crecer aún más de lo que lo habíamos hecho antes de ese quizá fatídico momento.

De hecho, en la sabiduría popular encontramos decenas de dichos que resaltan la virtud de superación de la adversidad: "hacer de tripas corazón", "templar a fuego lento". En dos palabras: saber hacer de los escollos, dolores, adversidades, fuente de alegría, paz y energía.

Daniela García, estudiante de medicina de la UC mutilada hace unos años en un accidente de tren, cuenta en su libro-testimonio "Elegí vivir" que la energía que la llevó a luchar por la vida en esos minutos trágicos de abandono y soledad, fue la imagen de sus padres quienes, así lo sintió como en un flechazo de lucidez, harían todo para salvarla y hacer que comenzara de nuevo. Esa imagen, como una inyección de vitalidad en medio de la noche y el frío de los rieles y el viento, le regaló energía y fe a un cuerpo de cuyas entrañas la vida comenzaba a escaparse y dolorosamente e irremediablemente mutilado.

Su historia de empuje, tesón y entrega son conocidos por todos. Imposible olvidar ese gesto sobrecogedor hace un par de Teletones atrás en que, superando su reconocida timidez, le habla a Chile a través de la televisión para pedir mayor generosidad en esa hora compleja de esa campaña entrañable. Y los ejemplos se multiplican hasta el infinito. Cada uno de ellos nos muestra que la adversidad no es obstáculo sino trampolín para nueva vida.

En la escuela del rigor

Lo que para unos es fuente de desconsuelo, para otros es fuente de oportunidades. Donde unos ven fracasos y callejones sin salida; otros ven un tablón para lanzarse con nuevos bríos.

En una ventana del bus, en un restorán, puede encontrarse a una persona que la trata con afabilidad y simpatía, y a otra –con el mismo tipo y modo de trabajo– que está amargada y parece que incluso se esmera en fastidiar. Lo que a unos les realiza, a otros les sumerge en la infelicidad ¿Es asunto de educación? En buena parte sí. Hay toda una serie de virtudes que influyen en el talante habitual que manifiesta una persona.

Hemos perdido la costumbre de la exigencia. Pero no hay mejor escuela que colocarnos metas altas y hacer ver a las personas, sobre todo jóvenes, lo mucho que pueden hacer.

No puede ser que el niño vaya dando el espectáculo porque no se atreve a meterse a la ducha fría. O que su drama sea levantarse de la cama a la hora que debe. O que le sea casi imposible aguantar una hora y media seguida estudiando, o comer de algo que le gusta menos. O que no consiga mantener siquiera unos días unos pequeños propósitos de mejorar en algo.

¿Cómo será el futuro de alguien así? ¿Qué decisiones tomará cuando la vida le depare alternativas más costosas? Debemos ir aprendiendo a amordazar un poco nuestras quejas frente al sacrificio ¿Cómo? Ayudándonos a mejorar insistiendo en algunos puntos. Por ejemplo:

- Corrigiendo ante quejas excesivas;

- Atreverse a pedir pequeños sacrificios necesarios para la buena marcha de la casa;

- Exigiendo perseverancia en las tareas que se han emprendido y siendo tenaz en la forma de abordarlas;

- Elogiando la resistencia ante contrariedades o molestias físicas (dolor por un golpe o una enfermedad, sed o cansancio en un viaje o una excursión, etc.).

Séneca, pensador griego, decía que no es que nos falte valor para emprender las cosas porque sean difíciles, sino que son difíciles precisamente porque nos falta valor para emprenderlas. No existe decisión o empeño que no suponga vencer dificultades, superar obstáculos, tener decisión, ser constante.

¡Ahora sí me levanto!

Para educarse en la reciedumbre humana y espiritual, interior y exterior, se necesitan virtudes muy similares a la de los gimnastas. Por de pronto, cultivar la paciencia. No se hace con perfección un ejercicio gimnástico a la primera. No se puede desear quererlo todo aquí y ahora. Hay que aprender a esperar, sin desánimos, sabiendo que las dificultades no se superan en un momento. Tras cada pozo petrolero encontrado, hay más de 200 perforaciones fracasadas. Tras un buen resultado deportivo, hay horas de sudor, dolores e intentos fallidos.

Luego, cultivar la paciencia con nuestros propios defectos. No es fácil. Creemos conocernos bien, pero no es así. El primer paso es aceptarlos, pero sin claudicar ante ellos. Y tener paciencia con los defectos de los demás, que con frecuencia los imaginamos o exageramos. En ese sentido, haremos bien en hacer el ejercicio autocrítico de revisar hasta qué punto somos libres de nuestras emociones negativas.

Esforzarse por ganar en entereza y decisión ante las dificultades: todos los gimnastas se han caído alguna vez. Se gana en entereza poco a poco, aprendiendo a no desconcertarse excesivamente cuando las cosas no salen como esperábamos. Por lo mismo, proponerse ganar en realismo ante las adversidades es el primer paso para superarlas. Realismo en conocimiento de las propias posibilidades y de lo que nos rodea. Como los gimnastas, no podemos lograr todas las metas: sólo aquellas que con mucho esfuerzo están a nuestro alcance. Un buen ejemplo es el del aprendizaje de idiomas. No será lo mismo proponerse y aprender chino a una temprana edad que ya siendo mayor. La prudencia le llevará a detectar las dificultades. Un falso optimismo lleva al desengaño.

Esa misma prudencia le llevará a valorar las dificultades en su justa medida, sin agrandarlas. No tendría sentido pensar, tras un primer examen que ¡jamás aprenderé inglés! Será cosa de cambiar la práctica y forma de abordar el estudio.

Medir bien sus fuerzas reales. No es audaz sino poco realista, el que discurre así: este año voy a aprender inglés, francés, alemán, sueco y portugués. A la reciedumbre y fortaleza le hace bien una cuota de realismo. Hace más quien reconoce sus capacidades y trabaja dentro de ellas, que quien se sobrevalora ciega y engreídamente.

Haremos bien en rechazar la tentación del victimismo y de la autocompasión, del espíritu de queja, que con frecuencia son excusas para la pereza. Tengo tiempo para estudiar, pero eso me exigiría esforzarme y no tengo oído para los idiomas. En toda actitud derrotista se esconde un pequeño egoísta, que busca centrar la atención de otros y evitar así un esfuerzo adicional.

Reciedumbre no es puro músculo. La verdad, es lo menos.

No entendemos siempre todo lo que nos sucede. No se encuentra siempre una explicación rápida y sencilla de todo. Todo desafío exige una buena dosis de realismo. El ideal es actuar atendiendo con equilibrio a las razones de la cabeza y del corazón.

Hay áreas de la vida en que se exige una particular cuota de "reciedumbre". Una de ellas es en el hablar. Por ejemplo, en defender de forma excesivamente apasionada nuestras opiniones personales. Saber moderarse exige rigor y temple. O en intentar imponer nuestras opiniones a los demás, dando rienda suelta a argumentos hirientes y que rayan en la falsedad. Exige moderación y fuerza interior el frenarse a tiempo. No dar nuestra opinión innecesariamente, venga o no a cuento. No estamos obligados a pronunciarnos sobre todo lo que acontece, y menos de forma descalificadora. Ayuda una buena cuota de humildad y darles a nuestras opiniones personales el valor relativo que tienen.

Templa el alma el acostumbrarse a conversar con personas de diversas opiniones, o de opinión diversa a la nuestra, sin buscar que siempre nos den la razón. Buscar a quienes piensan en forma diversa. Y hacerlo concientemente. Ayuda a templar el alma el esforzarse por escuchar a los demás. Pasar por alto modos de decir de los demás que no sean del todo exactos, sin hacer puntualizaciones puntillosas, corrigiendo constantemente expresiones, fechas, datos inexactos. En esa línea, evitar la ironía, los autoritarismos, que tanto distancian del resto y que finalmente aíslan.

¡Me duele todo!

Un ejercicio cotidiano y de alto valor pedagógico es el de la minimización de las propias dolencias. Saber asumirlas con humildad, paciencia y alegría. No hacer de la enfermedad un espectáculo, que contamos a todos, para que todos nos compadezcan y estén preocupados de nosotros, sin soportar que lo pasen bien mientras nosotros estamos molestos. Solo contar lo que nos sucede de mal a las personas oportunas y de la forma oportuna. La vida es un regalo y estamos aquí de paso, con tiempo de préstamo. Por lo mismo, asumir las dolencias como parte de una existencia - ésta, la única que tenemos acá – que nos es regalada.

Fortaleza en la fragilidad

Puede ser más fuerte una caña mecida al viento que un roble duro y enhiesto. La primera, sortea los temporales; el segundo, bien puede quebrarse y caer. De ahí que fortaleza tenga mucho que ver con conciencia de las limitaciones, flexibilidad, ductibilidad. Cultivar la autoestima, la seguridad en uno mismo, lleva reconocer límites y trabajar a partir de ellos. "Si hay que gloriarse de algo, yo me gloriaré de mi debilidad" (2Cor 11,30) dice San Pablo.

No tomar más previsiones que las necesarias. El deseo de "amarrarlo todo muy bien" puede reflejar un miedo excesivo al fracaso. Toda elección supone un riesgo, que conviene asumir con sencillez. Asumir los fracasos, reconocer los propios errores, puede ser camino para fortalecimiento de la voluntad mucho mayor que los fracasos. Éstos forman parte de nuestra vida. Pero tampoco conviene exagerar su alcance. La fortaleza lleva a aprender a reconocer los propios errores, las equivocaciones personales, sin desviar la culpa hacia los demás: los padres, los profesores, los amigos, las circunstancias.

Nos fortalecemos en la adversidad. Entre más conscientes de las limitaciones, agradecidos ante la vida, tanto más fuertes nos hacemos.

P. Hugo Tagle

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