“Unum in sanguine”

La unidad es un bien preciosísimo pero muy frágil, y como en el caso del amor, que es precisamente el que genera la unidad ha de ser cultivada día a día con un mimo extraordinario. No hay comunidad, movimiento o asociación que no llegue un momento en que no se encuentre con el desafío de su unidad interna, y Schoenstatt no ha estado libre de la amenaza de la desunidad.

Lunes 26 de enero de 2015 | Mercedes de Soto

Escribo el artículo de este mes el primer 18 del año que acaba de comenzar, que este año coincide con el comienzo del Octavario por la Unidad de los Cristianos. Día pues, de renovación de nuestra Alianza con la MTA, coloreado con esta intención a la que se unen la mayoría de las Iglesias y confesiones cristianas desde 1908. De la plena unidad de los cristianos depende nada menos y nada más, según las palabras de Jesús justo antes de morir, que el mundo crea que él es el enviado del Padre para la salvación de la humanidad: que ellos también sea uno en nosotros para que el mundo crea (Jn 17, 21).
La unidad es un bien preciosísimo pero muy frágil que puede romperse muy fácilmente y como en el caso del amor, que es precisamente el que genera la unidad , la refuerza y la hace fecunda , ha de ser cultivada día a día con un mimo extraordinario. No hay comunidad, bien sea la primera de todas, la familia, bien sea comunidad de trabajo, religiosa, movimiento o asociación que no llegue un momento en que no se encuentre con el desafío de su unidad interna. De hecho si miramos la historia de todas las fundaciones nos encontramos que todas han sido probadas fuertemente en su unidad, pues de ella dependerá su mayor o menor fecundidad o incluso su pervivencia en el tiempo. Cuando hay de por medio una Obra de Dios esto es mucho más evidente. Siempre está el Demonio al acecho para crear la división, la desconfianza, valiéndose en muchas ocasiones de buenas personas a las que enreda y engaña, de buenas intenciones e inclusive de las cosas más santas. Allí donde surjan disensiones, rivalidades, agravios, donde comiencen a crearse muros que impidan el diálogo franco y la voluntad de entenderse, podemos estar seguros que está a la obra el enemigo de Dios y de sus seguidores .
Schoenstatt no ha estado libre de la amenaza de la desunidad. Fue en 1960 cuando se colocó por primera vez nuestra Cruz de la Unidad en el Santuario de Bellavista, en el contexto de una Familia que estaba desunida, peligrando incluso el futuro del Movimiento. Y Dios quiso a través de esa cruz otorgar la gracia de la reconciliación y de un nuevo comienzo para nuestra Familia que salió reforzada y confirmada en la misión que Dios la había confiado. La cruz se convirtió así en un sacramental de la unidad, no solo para nosotros, sino para muchas personas y comunidades ajenas a nuestra espiritualidad, que al contemplarla en cierta forma han intuido en ella la oración y la gracia, del ideal de comunión con Dios y entre nosotros, por el cual Jesús vertió su sangre. Y es que en el reverso de esa Cruz la primera generación de Padres de Schoenstatt había grabado en 1958 el ideal de su generación: "Unum in sanguine", "Uno en la sangre (de Cristo)". En la Cruz de la Unidad original han quedado grabadas estas palabras para siempre, que nos recuerdan que la religación del hombre con Dios, con los demás y con lo creado, fue realizada a través de la sangre de Cristo. La sangre de Cristo es más poderosa que nuestro pecado, limitaciones y pobrezas, nos reúne, nos hermana, nos hace uno con él y nos devuelve al Padre. En María levantando el cáliz puede reconocerse a la Iglesia, a cualquier comunidad, y a cada persona. Como ella estamos llamados a entregar nuestra sangre, nuestra vida, unida a la de Cristo por la reconciliación con Dios del todo el género humano.

No olvidemos que la Cruz de la Unidad antes de ser tallada, había sido vivida espiritualmente por el P. Kentenich y su Familia en esa solidaridad de vida y destinos vivida cada vez con más radicalidad y que se anudó en el 20 de enero y después en los 14 años de separación de su Obra, en Milwaukee. La entrega de del Padre por sus hijos y de los hijos por su Padre anudo una unidad que mostró ser mucho más fuerte de todo cuanto atento contra la Familia, contra el Padre de ella y contra su crecimiento, mostro el rostro del Padre en sus hijos sacerdotes y en todos cuantos son portadores de su paternidad, y la misión de María para nuestro tiempo. Ese camino recorrido por nuestra Familia es parte fundamental de nuestro carisma para la construcción de unidad en la Iglesia y esta magníficamente expresado en nuestra Cruz de la Unidad que se convierte así en la Cruz de nuestra Misión.
En este octavario por la unidad de los cristianos, que cada uno tome su Cruz de la Misión en la que está la María contribuyendo a la gran causa de la unidad, y pidámosle vivir nuestra Alianza de amor a tal altura y profundidad que en la Iglesia, lleguemos a ser de verdad, un solo corazón y una sola alma por el amor.

Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el 09/02/2020 a las 01:02hrs