Yo siempre tengo razón

En el mundo natural (es decir, en la naturaleza) está ampliamente reconocido el valor de la heterogeneidad ambiental y la diversidad biológica. Ellos son la materia prima para la evolución y los cimientos para la estabilidad de los sistemas. ¿Ocurre algo parecido en el mundo social? Aparentemente no. Hoy en día existe una clara tendencia hacia la uniformidad, hacia el hombre masificado. Nos gusta seguir los dictados de la moda o de las costumbres ampliamente aceptadas. Vestimos, pensamos y actuamos como el resto de la gente (o, al menos, como los miembros de nuestra "tribu" particular). Nos gusta leer siempre el mismo periódico, con opiniones coincidentes a las nuestras: nos aporta argumentos adicionales que van apilándose sobre esa montaña de evidencias que sustentan nuestros criterios y valores. Nos gusta sentirnos apoyados y reconfortados por nuestro entorno próximo, encontrándonos más cómodos entre gente que piensa lo mismo que nosotros. Y nos desagrada llamar la atención con nuestra manera de vestir, pensar o actuar; leer un periódico en el que se exponen opiniones contrarias a las nuestras; juntarnos con gente con la que "no tenemos nada en común"....

| César Fernández-Quintanilla (España) César Fernández-Quintanilla (España)

En el mundo natural (es decir, en la naturaleza) está ampliamente reconocido el valor de la heterogeneidad ambiental y la diversidad biológica. Ellos son la materia prima para la evolución y los cimientos para la estabilidad de los sistemas. ¿Ocurre algo parecido en el mundo social?

Aparentemente no. Hoy en día existe una clara tendencia hacia la uniformidad, hacia el hombre masificado. Nos gusta seguir los dictados de la moda o de las costumbres ampliamente aceptadas. Vestimos, pensamos y actuamos como el resto de la gente (o, al menos, como los miembros de nuestra "tribu" particular). Nos gusta leer siempre el mismo periódico, con opiniones coincidentes a las nuestras: nos aporta argumentos adicionales que van apilándose sobre esa montaña de evidencias que sustentan nuestros criterios y valores. Nos gusta sentirnos apoyados y reconfortados por nuestro entorno próximo, encontrándonos más cómodos entre gente que piensa lo mismo que nosotros. Y nos desagrada llamar la atención con nuestra manera de vestir, pensar o actuar; leer un periódico en el que se exponen opiniones contrarias a las nuestras; juntarnos con gente con la que "no tenemos nada en común".

Nos gusta sentirnos poseedores de la verdad y considerar que el que no la comparte, o bien está en el error o es un insufrible relativista. Nos gusta pensar que "yo siempre tengo razón". Ciertamente, la verdad existe (al menos en determinados casos). Pero lo que no está tan claro es que nosotros hayamos sido agraciados con el premio gordo de la lotería, habiéndonos convertido en los únicos depositarios de dicha verdad.

Durante un cierto tiempo tuve la oportunidad de compartir con Pablo Crevillén (otro columnista de Schoenstatt Vivo) la sección "Cara y Cruz" de la revista "Tiempos más Nuevos" (España). En ella intercambiábamos nuestras opiniones, siempre contrastantes, sobre los asuntos más variopintos. Para mí fue una experiencia muy valiosa experimentar cómo, compartiendo casi todo en lo fundamental, teníamos tan grandes divergencias de opinión en la concreción de esos ideales comunes.

La vida es una interminable búsqueda de la verdad que debemos recorrer con la mente y el corazón bien abiertos. Debemos estar siempre atentos para poder oír la voz de Dios escondida en los acontecimientos diarios, en las palabras y en los hechos de las personas más diversas. Escarbar en la realidad de cada persona y descubrir que Dios también está allí presente y que tiene algo que decirnos.

¿Qué tiene que ver todo esto con Schoenstatt? Bastante. Por lo pronto, una de las grandes preocupaciones del P. Kentenich fue la deriva del hombre actual hacia el hombre masa, despersonalizado. Por ello, dentro de su pedagogía se preocupó especialmente de tratar a cada persona como alguien único e irrepetible, querido por Dios de esa forma particular. Trató de evitar a toda costa el conductismo, esforzándose por sacar eso tan especial que hay dentro de cada ser humano. Pero, al margen de eso (o, quizás, por ello) es bastante característico de Schoenstatt el estar abierto a personas de todo tipo de edades, sexos, situaciones personales, sensibilidades, aspiraciones, ideologías,.... ofreciéndoles una enorme diversidad de ramas, federaciones, institutos y grupos que permitan a cada cual encontrar su propio lugar, sin necesidad de tener que ajustarse a unas normas o estilo que le puedan resultar ajenos. Pero, a la vez, brindándole múltiples oportunidades para enriquecerse con el contacto y el intercambio con otras personas muy diferentes, pero que comparten unos cuantos ideales y un mismo amor a María. A mi entender, esta es una de las grandes riquezas de Schoenstatt.

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