¡A la conquista de la Nación de Dios, Corazón de América!

El autor de este artículo, comparte la alegría que vivió durante una semana en el pueblo de Caázapá, ubicado a poco más de 200 kms de Asunción, Paraguay. Allí vivió experiencias notables que lo dejaron profunda y positivamente marcado.

Miércoles 18 de mayo de 2016 | Gilbert Sanabria Ravinovich

Este año le dije sí a una misión en Semana Santa y decidí dejar todo e ir a un lugar alejado de la ciudad, sin comodidades y menos aún lujos, pero con la gran alegría de ser portador del amor de Cristo.

No sabía a donde iría, pero estaba seguro de que ese lugar era el indicado para hacer felices a muchas personas regalando un abrazo, una sonrisa o tal vez un Mba'eicha pa, señora, mba'eicha pa, señor, peime porâ piko? (¿Cómo le va, señora, como le va, señor, están bien?)

Y llegué a Caázapá, una hermosa ciudad ubicada a 230 kilómetros de Asunción, en el centro sur del país, en el departamento del mismo nombre. Allí conocí a muchas personas que compartían los mismos sentimientos, algunos con timidez, otros con alegría, pero siempre, por encima de todo, con el anhelo de realizar esa Misión.

20 de Julio

En Caázapá me tocó misionar una compañía (caserío en zona rural) "mágica" llamada 20 de Julio, un pequeño pedacito de cielo en ésta tierra, un lugar en donde un saludo, un abrazo o unas pocas palabras podían convertirse en un motivo de gran alegría para otros.

Ña Marciana

"Che añe'etá peeme guaraní eté", "Avy'aite picó peju jey hagué che visita" (Les voy a hablar en guaraní, estoy muy feliz porque vinieron a visitarme nuevamente) nos decía Ña (doña) Marciana con un suspiro y una lágrima de alegría y de emoción.

Una persona con un corazón lleno de amor y unas manos generosas, pero por sobre todo con una fe inmensa en Cristo y en María.

Don Gaspar

Recuerdo que fuimos a visitar a Don Gaspar el primer día de la misión, cuando con cierta inquietud terminábamos de misionar la tercera casa y vimos a lo lejos a una persona que nos observaba ocultándose detrás de la puerta... tal como un niño esperando un regalo. Era Don Gaspar, que estaba un poco molesto porque su familia no le había avisado que ya habían llegado los misioneros que él esperaba.

Compartimos un momento con él, lo suficiente para que nos llenáramos de alegría.

Es maravilloso como Dios se presenta en las cosas aparentemente insignificantes pero que en realidad son enormes. Don Gaspar nos brindó una gran lección: a pesar de sus muchas dificultades su fe sigue intacta y su corazón siempre rebosando de alegría para recibir a los demás.

El llamado a esta misión

Llegué a las misiones por una experiencia muy peculiar, después de haber tenido un encuentro en sueños con María, en el que respondía a su llamado... Las cosas se fueron acomodando como las piezas de un rompecabezas, llegando a encajar por completo en el lugar donde Ella y su Hijo colocaron la última pieza. Así me animé a ser instrumento del amor de Cristo. Me identifico con una frase de la Madre Teresa "No estoy completamente segura de cómo será el cielo, pero sí sé que cuando llegue la hora de que Dios nos juzgue, él no preguntará ¿cuántas cosas buenas has hecho en tu vida?, sino ¿cuánto amor pusiste en ello?".

Esta frase describe perfectamente esta locura de amor que uno pueda experimentar en las misiones, llegar a compartir algo de lo que uno ha recibido con otros que no lo tienen... Ese pequeño aporte a los demás produce un eco en todo el mundo.

Nunca sabremos de cuanta alegría podemos llenar el corazón de otros si no lo intentamos. Expresar buenos deseos, brindar una sonrisa, regalar un abrazo y otras mil maneras de transmitir amor.

Yo me animé, vos también podes hacerlo ¡Anímate a ser instrumento de Cristo y de María!

Fuente: Schoenstatt.org

Comentarios
Total comentarios: 1
19/05/2016 - 08:21:07  
Muchas gracias por compartir tu experiencia en ese pedacito de cielo.

Veronica Lepeley
Chile Paine
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