Acoger la diversidad

Hace un par de semanas leí una columna, no me acuerdo exactamente dónde ni de quién, en que se planteaba que el concepto de "tolerancia" en sí mismo tiene un marcado carácter negativo, que no se condice con los valores realmente cristianos. Esa reflexión hizo eco en mí, por lo que decidí comentarlo con la Vale, a propósito de una conversación recurrente que tenemos respecto de cómo enseñarle a nuestras hijas a convivir con la diversidad, en particular en los tiempos que corren. Efectivamente, el concepto de "tolerancia" con los demás, con los distintos, con los que piensan diferente a uno, con los que tienen visiones distintas de la vida o con los que simplemente viven una realidad diversa a la "nuestra", parece chato, pobre, egoísta y nada cristiano...

| Cristóbal Guerrero Cortés Cristóbal Guerrero Cortés

La tolerancia, presentada en esos términos, supone de suyo plantearse desde una perspectiva ajena al prójimo, que invita sólo a aceptar o a respetar, pero nunca a intentar entender, involucrarse y mucho menos a amar.

Estoy convencido que el llamado que nos hace Jesús no es a "tolerar" sino a "acoger" al prójimo, a involucrarse para aprender, desde la dimensión del contacto personal, a amarlo en su diversidad, pero siempre con verdad y diciendo las cosas por su nombre. Este es el punto de fondo: el acoger, como expresión de amor al prójimo, no supone bajo ninguna perspectiva renunciar a la verdad, porque si no tenemos verdad, si no creemos en la verdad, mal podremos aprender a amar.

La sociedad actual nos presenta, engañosamente, este concepto de la "tolerancia" como un imperativo categórico, un valor insustituible, paradigma y presupuesto básico de toda relación humana, justamente porque nos hemos encargado de tergiversar todo, al punto de valorar como una máxima social la impersonalidad, el "respeto" al metro cuadrado del otro, la "verdad" de cada uno.

Como familias cristianas nuestro llamado entonces es otro. Debemos ser capaces de transmitir a nuestros hijos el valor de la persona creada a imagen y semejanza Divina y de la necesidad de acoger y valorar a todos, sin juzgar, pero siempre conscientes y ciertos de lo verdadero. La reciedumbre y la seguridad no se contraponen con conocer y compartir con quienes piensan distinto. Por favor no les enseñemos a nuestros niños que, para conservar nuestros valores cristianos es necesario alejarnos del mundo y crear una burbuja, porque eso es justamente lo que más nos aleja de nuestra verdadera naturaleza cristiana.

El desafío que enfrentamos como padres es muy grande, pero nuestra invitación, de la mano de la Virgen María, es en primer lugar a desvivirnos por nuestros hijos, quererlos intensamente, para, sobre esa base, enseñarles a querer, a unir, a escuchar, a compartir y a jugarse por quienes están a su lado. En segundo lugar, a preguntarnos por la verdad, a estudiar y convencernos de qué es lo correcto, qué es lo que nos hace más humanos y qué nos aleja de nuestra humanidad; para, finalmente, no con palabras, sino con nuestra actitud recia, pero acogedora del prójimo, intentar transmitirles la verdadera riqueza de nuestra fe que se hace plena en la vida comunitaria.

 

Cristóbal Guerrero C.

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