Evangelio martes 24 de diciembre

Martes 24 de diciembre de 2019 | Juan Francisco Bravo

24 de DICIEMBRE del 2019

Evangelio según San Lucas, capítulo 1, 39 - 45.

Día 24. Día anterior a la Navidad

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".

Meditación de Francisco Bravo Collado

"Fue aprisa por la región montañosa de Judá"

Es como si Jesús me dijera riendo: "¡Qué mujer maravillosa es mi madre! ¡Qué regalo más grande es una madre así! ¿Qué mujer embarazada emprende un viaje, sola, con prisa, por una región montañosa, para ayudar a una prima vieja? ¡Mi madre, María! A ustedes les gusta que les llamen 'marianos', y creen que eso significa rezar avemarías con un rosario en la mano, y tener imágenes piadosas de mujeres con paños en la cabeza pegadas por todos lados. Pero están muy equivocados. Ser mariano es tener la actitud de esta mujer aguerrida y generosa. Es salir por la región montañosa de Judea, con embarazo y todo, a servir a los demás."

Me lleno de admiración por María. Me siento llamado a salir de mis propias comodidades para buscar la verdadera María. Seguramente la Máter no era una mujer con las manos impecables, con un manto en la cabeza en actitud estática, sino que era una mujer trabajadora, vital, de manos gastadas, de sonrisa simple, silenciosa y alegre. Debe haberse parecido a mi mujer o a mi madre. Por el evangelio podemos imaginar que tenía estas actitudes generosas –casi alocadas- de salir a servir y correr riesgos (embarazada y sola, en el camino). Esa es la actitud mariana que yo debo cultivar en mí, admirar en mi mujer y sembrar en mi hija.

Jesús, yo también quiero a tu madre. También la admiro, y también –como tú- junto a ella me siento más niño pequeño y más hombre grande. Te pido que me ayudes a conocerla de verdad, como la conoces tú. Enséñame a quererla y servirla en todas las dimensiones de mi vida. Hoy especialmente te pido que me enseñes de su reciedumbre. Que aprenda a salir de mi mismo y de mi comodidad, para atreverme a arriesgar por las regiones montañosas del mundo.

AMÉN

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