Jorobados

Me sucedió en un seminario, también en un funeral y en una reunión de apoderados. En la misa de difunto observé cómo algunos levantaban la vista sólo segundos, inmóviles en sus asientos, dobladas sus espaldas con la cabeza gacha. Manipulando con los dedos de una mano los duros celulares cual plasticina, pensé aliviada, ah, los están apagando. Craso error. En la reunión de apoderados sobre droga y alcohol sucedió lo mismo, un par jamás apartó la vista de sus celulares y teclearon sobre él la hora completa. En el seminario organizado por una Universidad noté en medio del público a varios agachados con el pelo hacía adelante tecleando frenéticamente sobre sus pantallas mientras echaban apenas un vistazo al panel de expertos y sus cifras... ...

| Mariana Grunefeld Echeverría Mariana Grunefeld Echeverría

Me sucedió en un seminario, también en un funeral y en una reunión de apoderados. En la misa de difunto observé cómo algunos levantaban la vista sólo segundos, inmóviles en sus asientos, dobladas sus espaldas con la cabeza gacha. Manipulando con los dedos de una mano los duros celulares cual plasticina, pensé aliviada, ah, los están apagando. Craso error. En la reunión de apoderados sobre droga y alcohol sucedió lo mismo, un par jamás apartó la vista de sus celulares y teclearon sobre él la hora completa. En el seminario organizado por una Universidad noté en medio del público a varios agachados con el pelo hacía adelante tecleando frenéticamente sobre sus pantallas mientras echaban apenas un vistazo al panel de expertos y sus cifras.

Son los jorobados, los nuevos fanáticos de Twitter que comentan todo lo que ven, miran y tocan esperando con ansia brutal de rey Midas, el eco de sus emociones. Twitter se ha convertido en la más eficaz herramienta de toda una generación que quiere tener seguidores con sólo un par de palabras, con una opinión corta, luminosa como una chispa que quema. Y la euforia de salir del anonimato parece tan grande que nadie contiene los impulsos de opinar de todo y sobre todo habiendo olvidado una regla mínima: contar hasta diez (¿soy la única que se arrepiente de lo que escribe?).

Famosos consideran que los medios tradicionales les han quedado chicos o no les hacen "justicia" y en una orgía opinante apuntan sobre matrimonio, impuestos, liderazgo, educación, fe, política, historia, vida cotidiana, salud, como en una eterna y disparatada sobremesa. Periodistas, panelistas, políticos, poderosos y aspirantes a serlo, mientras hablan, inclinan sus cabezas ante el aparato, ¿me estarán siguiendo?, ¿cuántos? Incluso a los ministros el Presidente ha tenido que controlarlos recordándole –por favor- cuál es su trabajo. Twitter está saciando el hambre de los que se consideran brillantes, informados, modernos, y que desean ser oráculos de Delfos para los demás. Suerte la de ellos, pienso, sólo un vistazo a personas reales, a power points, a gráficos y cifras les basta para tener reacciones inmediatas, contundentes, públicas. ¿Será un problema de rapidez mental, de egos inflados, de necesidad comunicacional reprimida? El análisis psiquiátrico me supera, pero hay aspectos que sí me atrevo a señalar.

El ciberespacio ha estirado el marco de la libertad de expresión y ha multiplicado su eco, pero ¿lo ha enriquecido? El renovado interés de unos por otros y por la cosa pública es loable, pero la maraña de comentarios es tal y son tantos los que opinan sin control y con predominio emocional, que se pierden las voces autorizadas, esas cuyo peso específico es mayor porque son expertas en tal materia o por sus experiencias únicas, sobresalientes. Aparecen voces nuevas y un peso pluma puede arrastrar a miles. Los más atractivos e intuitivos de entre los jorobados captan anhelos y frustraciones para tirarlas al espacio y de ahí a la calle. Estimulante, novedoso, pero eso no certifica la bondad de lo escrito como lo comprobaron los ingleses.

Es verdad, circulan primicias en Twitter. A veces poderosos y consagrados no habituados a estas lides, lo usan para opinar saltándose a la "fregada" prensa que "tergiversa", para sentir que tienen el control de lo que comentan. Pero pagan caro tirarse sin paracaídas al vacío cuando una multitud de jorobados se les abalanza y los insultos son imparables. Los twitteros sólo ante tragedias de proporciones moderan el lenguaje. Lo habitual es un desparpajo ante la realidad y ante las personas, además de una autoestima muy elevada: les gusta oírse, que los oigan y estar en todas. No estar al día sería el peor de los pecados.

El corolario para esta compulsión descontrolada parece claro: por teclear y/o seguir a otros sobreviene la imperiosa necesidad de incomunicarse con los cercanos, de encerrarse. Obvio, al menos yo no soy capaz de rezar en un funeral y teclear al mismo tiempo, tampoco puedo estar realmente en una comida o con mis hijos, familiares y amigos mirando la pantalla a cada minuto. Y dudo que se tenga una conversación de calidad si el corazón, la mente y los ojos están en diálogos twitteros. En este afán por influir y estar tan al día se están rompiendo reglas de convivencia mínimas, se prefieren los comentarios, desahogos y socialización del ciberespacio, lugar en el que incluso los insultos son recibidos con secreto gusto.

Claro, porque según la regla jorobada, mejor insultado que ignorado.

Mariana Grunefeld Echeverría

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