Papa Benedicto XVI: "Creo en Dios Padre" (Segunda Parte)

Podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar a un Dios todopoderoso, al mirar la cruz de Cristo? ¿Es este poder del mal, que llega a matar al Hijo de Dios?

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Podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar a un Dios todopoderoso, al mirar la cruz de Cristo? ¿Es este poder del mal, que llega a matar al Hijo de Dios? Sin duda que quisiéramos una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "todopoderoso" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos los problemas, que le gane al adversario, y que cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor. Por lo tanto, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no puede ser omnipotente, de lo contrario no podría haber tanto sufrimiento, tanta maldad en el mundo.

De hecho, ante el mal y el sufrimiento, para muchos, para nosotros, es problemático, es difícil creer en Dios Padre y creer que es todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una supuesta omnipotencia "mágica" y en sus promesas ilusorias.

Sin embargo la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes: tales como aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente al nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros (cf. Is. 55,8), e incluso su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal. En realidad, Dios, al crear criaturas libres, dándoles libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder en nuestra libertad. Así, Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamado. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos y que vivamos como tales en su Hijo, en comunión, en plena intimidad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de todo poder adverso como quisiéramos, sino que se expresa en el amor, en la misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón; en una actitud aparentemente débil --Dios parece débil si pensamos en Jesucristo orando, que se deja matar. ¡Una actitud aparentemente débil, hecha de paciencia, de mansedumbre y de amor, muestra que éste es el camino correcto para ser poderoso! ¡Esta es la potencia de Dios! ¡Y este poder vencerá! El sabio del libro de la Sabiduría se dirige así a Dios:

"Tú eres misericordioso con todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos ante los pecados de los hombres, esperando su arrepentimiento. Amas a todos los seres que existen... ¡Eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amante de la vida!" (11,23-24a.26).

Sólo quien es realmente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; sólo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente el poder del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando todo y a todos, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto de que "no retuvo a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rm. 8,32).

La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino es aquella del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino. Entonces el mal es en verdad vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada porque es transformada en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo (cf. 1 Cor. 15,26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Cor. 15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.

Es así que cuando decimos "Creo en Dios Padre Todopoderoso," expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios, que en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la maldad, el pecado y nos da vida eterna: aquella de los hijos que quieren estar siempre en la "Casa del Padre". Decir "Creo en Dios Padre Todopoderoso", en su poder, en su modo de ser Padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestros pensamientos, de todo nuestro amor, de todo nuestro modo de vida.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar verdaderamente la fe y que nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado y de testimoniarlo en el amor a Dios y al prójimo. Y que Dios nos conceda acoger el don de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, en el abandono confiado al amor del Padre y a su omnipotencia misericordiosa, que es la verdadera omnipotencia y que salva.

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