Con el alma llena de regalos

La Semana Santa y el fin de semana de Pentecostés han sido dos fechas que han marcado enormemente nuestras vidas. No sólo por lo que significan en sí mismas para nosotros como católicos, sino porque tuvimos la oportunidad de misionar entre familias afectadas por el terremoto en la zona de Parral, en la VII Región de Chile. Ahí pudimos palpar el sufrimiento y la desesperanza, pero aportamos nuestro granito de arena para devolver en cierta medida la alegría y la fe. La primera vez, salimos de Santiago en autos y buses cargados de ayuda material y espiritual. Íbamos nerviosos, expectantes, con ansias de ayudar, pero a la vez con miedo de contactarnos con ese dolor en vivo y en directo. Llegamos de noche, pero a la luz de las fogatas se veían claramente los escombros y restos de lo que en algún minuto fueron no sólo casas sino hogares, que...

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La Semana Santa y el fin de semana de Pentecostés han sido dos fechas que han marcado enormemente nuestras vidas. No sólo por lo que significan en sí mismas para nosotros como católicos, sino porque tuvimos la oportunidad de misionar entre familias afectadas por el terremoto en la zona de Parral, en la VII Región de Chile. Ahí pudimos palpar el sufrimiento y la desesperanza, pero aportamos nuestro granito de arena para devolver en cierta medida la alegría y la fe.

La primera vez, salimos de Santiago en autos y buses cargados de ayuda material y espiritual. Íbamos nerviosos, expectantes, con ansias de ayudar, pero a la vez con miedo de contactarnos con ese dolor en vivo y en directo. Llegamos de noche, pero a la luz de las fogatas se veían claramente los escombros y restos de lo que en algún minuto fueron no sólo casas sino hogares, que resguardaron entre sus paredes familias, sentimientos y cientos de vivencias. Algunas personas lo perdieron todo, pero a pesar del miedo, el impacto y las falencias materiales, agradecían de corazón estar vivos y que este grupo de santiaguinos fuera a entregarles una sonrisa y un abrazo de consuelo.

Allá nos esperaba el padre Alex Troncoso, sacerdote diocesano de Schoenstatt. Entre abrazos de bienvenida y mil emociones contenidas, pudimos ver que él, bastante joven, había vivido una prueba de fe y fortaleza enorme y que estaba emocionalmente muy afectado. Debía ayudar y contener a tanta gente, todo un pueblo que lo conoce personalmente y le cuenta sus penas y alegrías. Pero para poder ayudarlos de manera concreta dependía de la generosidad de otros. Seguro no debía ser un papel fácil, pero con su buen humor, fortaleza y fe, se veía que podía salir adelante con este desafío.

Nuestra misión, en particular, fue ayudar a construir cinco casas básicas. Mientras unos clavaban, otros salían a dar una palabra de consuelo y un mensaje espiritual, que los afectados agradecían tanto como la ayuda material.

Luego de esta experiencia y la que vivimos en Pentecostés, constatamos que es cierto eso de que los misioneros llegan de vuelta a sus casas con las maletas del alma repletas de regalos. Salen con una mochila y mucha inseguridad a donarse por entero y vuelven llorando de emoción y con el corazón hinchado de tanto amor. Las familias se unen. Durante un fin de semana grandes y chicos, mujeres y hombres, padres e hijos, trabajan por un bien común y superior. Si a eso sumamos que todos están dispuestos a entregar su tiempo y energía por el bien de otros que están sufriendo, la fórmula no puede fallar: es perfecta.

Personas como Christian y la Patricia con sus dos hijos -uno sordomudo como su padre- con los cuales solo es posible comunicarse a través de señas, lo perdieron casi todo. La madre alcanzó a salir de la casa al momento del terremoto, pero su marido e hijos quedaron atrapados entre los escombros. Como son sordomudos, nadie escuchó sus gritos de socorro. Tampoco era posible verlos en la oscuridad ni percibir sus señas. Afortunadamente, todos se salvaron.

Este terremoto dejó muchas historias fuertes de tragedia, pero también de autosuperación. Christian, por ejemplo, sacó con sus manos los escombros de lo que fue su casa y, juntando paneles, armó una piececita donde vivir. Ahí nos recibió, feliz y agradecido. Dos familias le ayudaron a construir una mediagua, otras le regalaron las herramientas que perdió: la base de su sustento diario. Otros lo escuchaban y abrazaban para calmar su llanto de pena y emoción. Todos estos gestos de entrega marcaron tanto a esa familia como a nosotros mismos.

Como dije al principio, fueron experiencias que no se irán fácilmente de nuestras memorias, menos de nuestros corazones. Tuvimos la posibilidad de compartir con gente sencilla, acogedora y llena de sentimientos contenidos; de ayudarles a construir sus casas, reconstruir sus espíritus y darles la confianza de que no están solos. Esa fue, sin duda, la mejor parte.

Jesús dijo: Todo aquello que hagan por el más desvalido, lo hacen por mí. Como conclusión, creo que no existe una mejor experiencia personal y familiar que salir en auxilio de quienes lo necesitan. Se conoce a gente increíble y se palpa a Dios en todo, todo el tiempo. Por eso queremos compartir esta vivencia con ustedes. Sería egoísta de nuestra parte reservarnos este verdadero tesoro y no darlo a conocer.

Familias Voluntarias de Schoenstatt
Santiago, Chile 2010

 

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