Diferencia entre Miseria y Pobreza - Desde México

¿Cuál es la diferencia entre miseria y pobreza? En este texto, Lucía Zamora nos invita a una revisión de nuestra mirada sobre la pobreza, la caridad y la acción liberadora de Dios. ¿Cuál es mi mirada de esta herida social?   Hace unos días, señoras de la rama y yo, fuimos a evangelizar a un lugar que se encuentra en la periferia de San Luis capital (en México). El pretexto es llevar alguna ayuda para la familia; y así poder platicar un poco sobre la Mater y su hijo. La comunidad es pequeña, algunas casas están construidas de ladrillo, pero otras son chozas hechas de lámina, madera, cartón o del algún otro material que encuentren en la basura... ...

| Lucía Zamora V. Lucía Zamora V.

En este texto, Lucía Zamora nos invita a una revisión de nuestra mirada sobre la pobreza, la caridad y la acción liberadora de Dios. ¿Cuál es mi mirada de esta herida social?

Hace unos días, señoras de la rama y yo, fuimos a evangelizar a un lugar que se encuentra en la periferia de San Luis capital (en México). El pretexto es llevar alguna ayuda para la familia; y así poder platicar un poco sobre la Mater y su hijo.

La comunidad es pequeña, algunas casas están construidas de ladrillo, pero otras son chozas hechas de lámina, madera, cartón o del algún otro material que encuentren en la basura... ...

Porque la mayoría de los habitantes de "San Juanico chico" (así se llama el lugar) se dedican a pepenar en un basurero municipal muy cerca de allí. Algunos han sabido combinar este trabajo con algún otro, como la albañilería o la venta de leña. Algunos con un poco de suerte (sí así le podemos decir) pueden viajar a los EEUU, que con un golpe... de más suerte (otra vez) pueden alcanzar el vagón del tren que justo atraviesa el pequeño poblado. Lo alcanzan en un salto que puede ser mortal, porque el tren nunca para. Y así como suben también bajan, pues es común encontrar entre estas calles a migrantes centro americanos, que viajan en la "bestia" (el tren) para alcanzar ese sueño americano del que tantos hablan. Yo diría más bien, que es una pesadilla, pues desafortunadamente, eso es lo que viven desde que salen de su lugar de origen.

Al llegar a San Juanico encontramos a una mujer muy desalineada y sucia. Nos llevó a su casa, una choza como se las describí antes... hecha de todo y nada, oscura, sucia y rota. Si, rota, con grietas que dejan pasar animales y tierra, pero tristemente no dejan pasar la luz, no solo del sol, la luz del conocimiento, del trabajo y del amor.

Estuvimos platicando con esta mujer cerca de media hora, pudo ser más tiempo, pero cuando llegamos al tema de "ayúdate que yo te ayudaré" ¡no le gusto! y poco faltó para soltarnos un golpe en la cabeza, por andar queriendo arreglar su mudo de confort, su mundo de "mírenme como sufro". La pena fue mayor cuando al salir de ahí, nos encontramos con dos de sus hijos de 16 y 18 años, delgados pero fuertes, con mascas de la desnutrición en su piel, pero simpáticos y agradables, bien parecidos los muchachos y... ¡no saben leer!... cuando la escuela está a uno o dos kilómetros de distancia, no está lejos. ¡Nunca los llevó a la escuela! pobres jovencitos. Más tarde me enteré que ya se drogan con algún inhalante barato.

La mujer de 40 años, aparentemente bien de salud, no sabe leer, no sabe trabajar, más bien !no quiere trabajar! Se acomodo en su sillón de pobreza para que se compadezcan de ella y así obtener algo a cambio. Cuida a su esposo de una enfermedad que bien cuidada no es mortal ¡gripa! El hombre, imagino que se encontraba en algún rincón de este oscuro lugar, escuchando a un grupo de señoras bien intencionadas, pero no ingenuas. Puedo imaginar que nunca se enteraron que su sillón de pobreza no nos convenció de su incapacidad para salir y vivir una vida plena, no en abundancia pero si en dignidad.

Que pena ver como tan fácil nos podemos dejar llevar por la comodidad de decir: - no se andar en las calles, - nadie me quiere dar agua, - no tengo que comer - nadie me habla porque vivo así. Es "no querer" no querer dar nada, solo se piensa en recibir a cambio de la lástima, para poder sobre vivir a expensas de los demás. Que tristeza no querer ser alguien, no querer servir a los demás, que pena ¡no querer encontrar a Dios!

En este camino de caridad, he encontrado a gente pobre pero con la dignidad del tamaño del mundo. He visto las manos callosas de mujeres y hombres que desgranan maíz, que preparan la tierra, que ordeñan vacas, que cocinan en leña y que hacen muchas cosas más que dignifican sus vidas y las de sus hijos. He encontrado profesionistas que salieron adelante gracias al esfuerzo de esas manos que con el tiempo se engrosaron por la tierra y la rutina. Personas que encontraron en el trabajo el alimento del cuerpo, que supieron y quisieron guiarse por la mano de Dios. La miseria no es otra cosa, que el no dejar entrar su palabra en nuestro corazón, para dar un sentido a nuestra vida. Dios no nos ama por lo que hacemos, nos ama por lo que Él es. Sólo hay que dejarlo entrar para que obre en nosotros, y no perder su amor.

Cuando veamos en nosotros miserias, como el orgullo, la vanidad, la soberbia y algunos otros detallitos más, abramos el corazón y dejemos entrar a Dios, dejemos que Él se instale y actúe en nosotros para ser personas de bien, personas con una gran dignidad, que ni la misma pobreza nos podrá quitar.

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