EL ARTE DE HACER MÚSICA EN LA IGLESIA

            La composición, el ejercicio y la interpretación de la   música religiosa tienen sus particularidades. Un artículo que nos explica la experiencia de Iglesia que se vive a través de la música.

| María Isabel Herreros Herrera María Isabel Herreros Herrera

La creatividad musical en la Iglesia es un signo de que nuestra fe está viva y operante. Sin embargo, al momento de crear e interpretar una canción religiosa, ¿tomamos en cuenta su impacto en la asamblea, o sólo nos importa transmitir su mensaje como sea, o la calidad y el volumen del sonido, o la satisfacción que experimentamos al presentarla en público? Si un canto no interpreta ni responde adecuadamente al pensar, sentir y actuar comunitario en un momento determinado de nuestra vida de fe,  por muy bien hecho que esté, no nos sirve.

En la Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los Artistas, capítulo 3, leemos: “El modo en que el hombre establece la propia relación con el ser, con la verdad y con el bien, es viviendo y trabajando. El artista vive una relación peculiar con la belleza. En un sentido muy real puede decirse que la belleza es la vocación a la que el Creador le llama con el don del “talento artístico”. Y, ciertamente, también éste es un talento que hay que desarrollar según la lógica de la parábola evangélica de los talentos (confrontar Mateo 25, 14-30

Las palabras de Juan Pablo II nos hacen reflexionar acerca de los medios que utilizamos para comunicar el mensaje evangélico a través de la música. Cuando la Santísima Virgen acunaba a su Niño o le enseñaba a cantar, ciertamente no lo hacía de la misma forma que cuando alababa a Dios en el templo, o al cantar ella misma en su corazón, o durante una fiesta de bodas, por ejemplo. Aunque el contenido del canto fuese el mismo, ella cantaba a su Dios con un amor personal, de acuerdo a cada momento especial que vivía con Él. 

Según el maestro Silvio Olate Valenzuela -profesor de música y director de coros, con quien yo canté durante 20 años-, cuando nacemos “cantamos” por primera vez: nuestro llanto es la única expresión de que somos capaces en ese momento, y el sonido que emitimos es el signo de vida que alegra a nuestros padres. (Extraído de la revista escolar del Colegio Hebreo, de diciembre de 1993).

Hay ocasiones en que se nos pide o sugiere crear una canción, a través de un llamado a concurso, una experiencia impactante, una solicitud especial, o  una necesidad de expresión comunitaria. Otras veces sencillamente la idea nace de nosotros, cuando necesitamos comunicar de la mejor forma posible y con cierta urgencia lo que pensamos, sentimos o deseamos; ya sea a Dios o a nuestros seres queridos. Y como resultado de esto nace una composición musical, cuyo mensaje es espontáneamente captado por quienes la escuchan, y la encuentran emocionante, sin que para ello sean necesarias muchas explicaciones.

Es por eso, dice Silvio Olate, que la música iguala a simples y sabios, jóvenes y viejos, ricos y pobres. Cuando nace de lo profundo y nos toca en lo profundo, no nos preocupa su origen, comprenderla o criticarla, sino sólo la emoción, el placer que  nos produce.

Pero a la vez, él destaca que desde los tiempos antiguos la música ha tenido el misterioso poder de modificar la conducta humana, y esto, al margen de ser bella. Cuando los antiguos griegos consideraban necesario apaciguar los ánimos y dulcificar el carácter, decretaban por ley el uso de la lira y no de otro instrumento musical. En cambio, el sonido del aulos (otro instrumento musical) hacía belicosos a los más pacíficos en  tiempo de guerra. Desde entonces tenemos conciencia de que la música tiene dos valores: el ético o de bondad y el estético o de belleza. De ahí la importancia de mantener un equilibrio entre la bondad y la belleza en la música que hacemos y en la que elegimos para que nos rodee. Esto, como dice él con cariño a sus alumnos, es más importante de lo que parece. 

La música básicamente se compone de cuatro elementos: ritmo, melodía, armonía y timbre vocal e instrumental. Todo lo demás, como la velocidad, el volumen, los matices, el fraseo, el color, la intensidad, son parte de la interpretación que nosotros hacemos de ella, de acuerdo a las indicaciones del autor, a la dirección musical y a nuestra propia expresión de vida. En una composición musical, el ritmo determina la duración de cada sonido, la melodía determina la altura de los sonidos (notas musicales) que componen la canción, la armonía relaciona entre sí los sonidos que acompañan a la melodía, de acuerdo a la distancia (en altura) entre ellos, a través de los acordes (no es lo mismo una nota que un acorde; el acorde agrupa varias notas que suenan juntas armónicamente, en forma simultánea o a su alrededor), y el timbre vocal e instrumental determina las distintas fuentes del sonido; es decir, las voces humanas y los instrumentos musicales.

Al igual que para orar, es condición previa para la creación e interpretación musical la relajación y la concentración, y para conseguirlas existe una gran variedad de recursos. La dispersión y el estrés dañan la voz, se transmiten a la asamblea e impiden que el canto y la interpretación instrumental cumplan su objetivo principal, que es la oración cantada. Es por ello que, idealmente, el ministerio de la música en la Iglesia debería poder tener una práctica musical constante, estar al día en el repertorio de la Iglesia, preparar los cantos, coordinarse previamente entre los músicos antes de cantar, y también con el área litúrgica y pastoral, en especial con el celebrante, que es el liturgo principal. 

En la liturgia, la catequesis o la pastoral, no se nos pide, por ejemplo, alfabetizar a los lectores, sino solamente enseñarles a leer en público. Es decir, la vocación a cada ministerio es un llamado que recibimos (y al que respondemos libremente) en base a las capacidades y conocimientos previos que hemos recibido y nos caracterizan. Y esa vocación la vamos desarrollando en la vida práctica, al servir desinteresadamente, unidos en un mismo Espíritu y con amor, desde nuestro Santuario, a las necesidades de nuestra Iglesia.

 

 

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