EL CANTO EN LA MISA

EL  CANTO  EN  LA  MISA             “El que canta ora dos veces…” ¿Sabemos qué significa esto? ¿Conocemos el significado de los cantos en misa? Una reflexión sobre la importancia y el porqué de las canciones en la Eucaristía.        

| María Isabel Herreros Herrera María Isabel Herreros Herrera

Siempre que escucho decir a padres de familia: “mi hijo(a) sabe todos los cantos de la misa”, me pregunto si ellos, en la práctica, saben realmente lo que eso significa… Porque en la Iglesia siempre están surgiendo cantos nuevos, de acuerdo a las necesidades de expresión de nuestra vida de fe, esperanza y amor; tanto personal como comunitaria.

Los católicos tenemos el compromiso, en consecuencia con un mandamiento de la Iglesia, de reunirnos en asamblea para la celebración de la Eucaristía todos los domingos y fiestas de guardar o de precepto. No obstante, en la medida en que vamos profundizando nuestro crecimiento en la fe, se hace cada vez mayor nuestra necesidad de congregarnos en torno al altar del Señor, de alimentarnos de su Palabra, de renovar nuestra comunión con Él y con nuestros hermanos, de alabarle y glorificarle con nuestro canto. Y para eso es importante que sepamos escoger entre los muchos y diversos cantos que contienen nuestros cancioneros, de acuerdo a lo que nos inspira el Espíritu de Dios para cada Eucaristía y en conformidad con las normas litúrgicas del magisterio de la Iglesia.

Al preparar los cantos para una liturgia eucarística tenemos diversas opciones. El número y  tipo de cantos dependen de distintos factores, tales como la solemnidad de la celebración litúrgica, la guía de quien la preside, las características de la asamblea, la motivación principal que les congrega, los tiempos litúrgicos, las lecturas bíblicas, el lugar y las circunstancias en que se realiza, el tiempo disponible… Pero siempre lo más importante es nuestra unidad en el Espíritu del Señor, que es, en definitiva, quien nos enseña a orar.

 El canto en la misa no es algo indispensable, pero sí lo es la oración, y como es sabido, “el que canta ora dos veces” frase atribuida a San Agustín (aunque no aparece en ninguno de sus escritos). Según la Enciclopedia Cecilia, San Agustín escribió en su comentario sobre el Salmo 73 (72): “Qui enim cantat laudem, non solum laudat, sed etiam hilariter laudat, qui cantat laudem, non solum cantat, sed et amat eum quem cantat. In laude confidentis est praedicatio, in cantico amantis affetio…” Traducción libre: “Pues aquel que canta alabanzas, no sólo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no sólo canta, sino que también ama a quien le canta. En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor…”

La frase atribuida a este santo aparece también en el párrafo número 1156 del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice además: “La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas; principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne” (Sacrosanctum Concilium 112).

La composición y el canto de salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. (Efesios 5, 19; confrontar Colosenses 3, 16-17).

 La Santa Misa tiene partes fijas y otras que pueden agregarse, modificarse o suprimirse,  según la ocasión y según quien la preside, que es el liturgo principal. En la introducción hay un Canto de Entrada, que tiene carácter de convocatoria. Luego solemos cantar en el Rito del Perdón (Kyrie), y también cantamos el Gloria los domingos y festivos (se suprime en tiempo de Adviento). Después de la primera lectura viene el Salmo, que originalmente fue compuesto para ser cantado (podemos cantar sólo la antífona o cantarlo entero), y después de la segunda lectura -cuando la hay, los domingos y festivos- proclamamos el Evangelio cantando Aleluya (esta expresión de alegre alabanza se reemplaza por otro canto en tiempo de Cuaresma; también podemos cantar después de la lectura del Evangelio). Antes del Concilio Vaticano II se solía cantar el Credo completo, los domingos y festivos (actualmente el Credo se reza casi siempre con el texto litúrgico resumido). En la oración de los fieles ocasionalmente respondemos cantando a las peticiones, y en la Presentación de las Ofrendas (ofertorio), podemos cantar presentando nuestra ofrenda junto al pan y el vino. El Prefacio o acción de gracias en ciertas ocasiones lo canta el sacerdote, y luego todos solemos cantar el Santo (Sanctus) seguido del Benedictus (“Bendito es el que viene en el nombre del Señor”). Más adelante, en la Consagración, a veces cantamos cuando el sacerdote eleva la hostia y el vino consagrados, o respondemos cantando cuando él dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. En seguida el sacerdote suele entonar la doxología: “Por Cristo, con Él y en Él…”y respondemos cantando: “Amén”. Luego viene el Padre Nuestro, que en ocasiones se reza cantando, pero normalmente se da más importancia a que lo recen todos con el texto litúrgico. Si cantamos en el momento de darnos la paz, lo hacemos sin reemplazar el Cordero de Dios (Agnus Dei), que es parte fija de la misa y viene inmediatamente después. Luego cantamos durante la Comunión, y como acción de gracias podemos cantar un canto meditativo (si hay tiempo). El Canto Final de la misa tiene carácter de envío y por lo general está dedicado a la Santísima Virgen.

 Kyrie (en griego), Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei (en latín) eran las seis partes que componían antiguamente una misa cantada. Después del Concilio Vaticano II, junto con aparecer las misas en el idioma propio de cada país, comenzó la renovación del canto litúrgico de la Iglesia, hasta llegar a la gran diversidad de cantos de que disponemos hoy. El Papa Benedicto XVI facilitó durante su pontificado la celebración ocasional de misas en latín, que después del Concilio habían quedado en decadencia, lo cual nos pone ante el desafío de componer nuevos cantos que expresen la universalidad de la Iglesia y  también la unidad de los cristianos, ya que el ecumenismo ha crecido a pasos agigantados. Y nosotros, como Familia, tal como decimos con el P. Kentenich en la oración final del Oficio de Schoenstatt: “Trinidad Santísima, alabanza a Ti eternamente…” (Hacia el Padre, 221-223),  no podemos quedarnos fuera de este proceso.

 

 

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