El confesionario y yo

. Recuerdo cuando mis hijos estaban a punto de hacer su primera Comunión y se acercaba el momento de la confesión. Yo estaba junto a ellos mirando sus caritas y preguntándome qué le iban a decir al Padre. ¡Qué dicha de niños! Su inocencia era tal que no comprendían lo que era un pecado. Mi hija le confesó al Padre que se enojaba cuando la peinaba su mamá... y creo que se quedó conforme con la respuesta del Padre, porque salió muy contenta y relajada... Ya había pasado lo peor. Pero para mí no, pues se acercaba la fecha de la Comunión y no me atrevía a confesarme. Ya tenía varios años sin hacerlo, y esto en lugar de animarme me detenía. Por fin, un domingo me animé a entrar al confesionario... fui la última en pasar, pues algo seguía deteniéndome. Comenzó a molestar el estómago, me paraba, me sentaba, caminaba, bueno... estaba tan nerviosa como un niño de 10 años...

| Lucía Zamora Valero (México) Lucía Zamora Valero (México)
Recuerdo cuando mis hijos estaban a punto de hacer su primera Comunión y se acercaba el momento de la confesión. Yo estaba junto a ellos mirando sus caritas y preguntándome qué le iban a decir al Padre. ¡Qué dicha de niños! Su inocencia era tal que no comprendían lo que era un pecado. Mi hija le confesó al Padre que se enojaba cuando la peinaba su mamá... y creo que se quedó conforme con la respuesta del Padre, porque salió muy contenta y relajada... Ya había pasado lo peor.

Pero para mí no, pues se acercaba la fecha de la Comunión y no me atrevía a confesarme. Ya tenía varios años sin hacerlo, y esto en lugar de animarme me detenía. Por fin, un domingo me animé a entrar al confesionario... fui la última en pasar, pues algo seguía deteniéndome. Comenzó a molestar el estómago, me paraba, me sentaba, caminaba, bueno... estaba tan nerviosa como un niño de 10 años.

No sabía por dónde empezar mi confesión. Cuando le dije al Padre que tenía ya varios años sin confesarme, él me contestó muy sonriente: - Pues...BIENVENIDA - Y comencé a hablar, no me detenía. Decía tantas cosas que no me detuve a pensar si eran pecados o no, pero eran cosas que me lastimaban, que no me dejaban en paz, que me estaban enfermando, porque el orgullo crecía y la humildad desaparecía. Al terminar mi conversación con el sacerdote me dice: - ¿Verdad que no es lo mismo venir a contárselo a Dios?- Con estas palabras, comprendí que no estaba hablando con él... estaba hablando con Dios. Y lo mejor de todo... es que me estaba reconciliando con El.

Hace unos días vi un programa en la televisión mexicana que se llama el "Pulso de la fe". Se abordó el tema del exorcismo. Los invitados fueron dos sacerdotes preparados para realizar este acto. Se analizó, también, la película "El rito", y aunque pareciera un tema solo para atraer audiencia, los sacerdotes ahí presentes aseguraron que todo eso podía suceder. Comentaron algunas de sus experiencias. Uno de ellos relató cómo trató de liberar a cuatro muchachos poseídos, sin ningún éxito. Pidió ayuda a otro sacerdote con más experiencia, y éste le sugirió que cuando estos muchachos tuvieran un momento de lucidez los confesara. Y así fue... logro confesarlos para liberarlos.

Cuando el Padre relató su experiencia con los jóvenes poseídos, y de cómo el acto de contrición fue su salvación, vi con más claridad cómo la confesión logra liberarnos de tanta suciedad. Pues estamos llenos de demonios disfrazados de orgullo, vanidad, rencor y de tantas cosas que solo nos intoxican el cuerpo, la mente y el espíritu. Lo peor de todo es que no nos damos cuenta. Bien dicen que el triunfo más grande del demonio es hacernos creer que no existe. Le damos muchos nombres, pero sigue siendo el mal, personificado en cada uno de nosotros.

Nos cuesta trabajo reconocer nuestras debilidades y solo vemos las debilidades de los demás. Nos cuesta trabajo ver al sacerdote como instrumento de Dios. Nos cuesta trabajo entrar al confesionario y decirle al Padre: -Me equivoqué y he causado mucho daño con mi soberbia y mis mentiras- Nos es muy difícil creer que Dios está escuchando; tal vez porque no nos va a gustar lo que vamos a oír. Pero qué fácil es leer los horóscopos, o acudir a la lectura de cartas y de café. Ahí sí... nos van a decir todo aquello que queremos saber.

Es muy cómodo no enfrentarnos a nuestros errores y seguir por la vida creyendo que los demás son culpables de todo lo que nos sucede. Es más difícil, pero mucho más reconfortante, reconocer que nos hemos equivocado, que tenemos nuestras propias debilidades como todos los demás. Les aseguro que enfrentarnos cara a cara con Jesús nos fortalece ante toda tentación.

No dejemos pasar la oportunidad de entrar al confesionario y reconciliarnos con Dios. Imaginemos su rostro lleno de alegría ante su hijo que ha llegado a este lugar a pedir perdón. Que el miedo y la vergüenza no se apoderen de nosotros. Dios es nuestro padre y nos quiere. El hablará al oído del sacerdote para que sus palabras sean las adecuadas y así... aliviar nuestro corazón.

Ahora les puedo decir que, cuando terminó mi confesión, salí como nueva, muy contenta por que alguien había escuchado lo que no podía contar así como así. Porque alguien había escuchado todo aquello que me avergonzaba y me lastimaba. Dios me guió hacia la persona indicada y pronunció las palabras adecuadas. Pero lo mejor de todo es que Dios mismo estaba ahí, junto a un hombre de gran sabiduría y una mujer débil pero con una gran necesidad de encontrarse con Jesús. Desde ese momento mi encuentro con El en el confesionario ha sido cada vez más frecuente.

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