El fuego pulsa en palabras

En esta ocasión, el padre Joaquín Alliende nos habla de los fines del Movimiento de Schoenstatt, que fueron claramente definidos por el fundador.

| P. Joaquín Alliende P. Joaquín Alliende

Sabemos que nuestro fundador enseñó latín en Ehrenbreitstein. Más tarde sostuvo que el preferiría que ciertos ramos de la teología se dieran en latín, en razón de la precisión lingüística.Recuerdo bien al prior de una cartuja en medio de bosques nevados. En víspera de Navidad le oí decir: "Kentenich es un pensador neoescolástico, y como tal, no me interesa". Sentí que aquel monje caía en la trampa de confundir el traje con la persona. Si bien, en algunos asuntos el habla kentenijiana es deudora de un tiempo pasado, su mensaje tiene proyección para varios siglos, como él se atrevió a sostener.

La cuestión es más seria de lo que parece, porque el fundador se refirió a la materia más clave de su obra, usando la palabra "fin", en alemán: "Ziel". Al pronunciarla, en su mente resonaba un adagio central en latín: "finis causa causarum". Hoy pudiera traducirse como: la finalidad determina todo. Un ejemplo muy simple: si yo me propongo ir con urgencia a París, esa meta determina qué ropa me pongo, a qué hora me levanto, qué boleto solicito en la ventanilla... todo para lograr mi propósito.

Un fundador carismático tiene la obligación de de-finir los fines de la Obra que funda. Sin esto, él está programando el pronto fracaso de su fundación. Nuestro padre fue clarísimo, tres fines: la comunidad nueva con hombres nuevos, la misión salvífica de occidente, la Confederación Apostólica Universal, como herencia de san Vicente Pallotti. Aquí se juega todo el existir de Schoenstatt en el tiempo. Recortar los fines, adaptarlos a lo que buenamente hoy podemos hacer, a lo que creo, siento, oigo y presiento, es enfriar o apagar del todo el fuego pentecostal que se apoderó del Santuario el 18 de octubre de 1914.

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