Homilía del padre Carlos Padilla - 26 de diciembre de 2021

Domingo 26 de diciembre de 2021 | Carlos Padilla

Navidad y Sagrada Familia

Isaías 9, 1-3. 5-6; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14; eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52

«No temáis, traigo una buena noticia, una gran alegría: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Encontraréis un niño envuelto en pañales»

25-26 diciembre 2021    P. Carlos Padilla Esteban

«Tengo el corazón tranquilo en medio de la vida. Me arrodillo conmovido ante el nacimiento. No sé cómo lo hará ese niño para cambiar este mundo lleno de guerras y odios»

Navidad es vestir la tarde de colores. Es el olor a chocolate caliente, a pan dulce, a turrón. A música de infancia, a recuerdos de abrazos de niño en brazos maternos, a muchas miradas y sonrisas. Navidad es la luz de colores y el calor del hogar, con olor a leña quemada. Navidad son tantos sueños tejidos en el alma, algunos se hicieron vida, otros tal vez se olvidaron. Navidad es la paz del descanso, de la calma después de muchas prisas. Navidad son espacios sagrados en los que puedo reír y estar, sin nada que defender, sin nada que proteger. Me conmueven las calles mojadas en días de lluvia, el frío en la cara con un viento que hiela. El olor a hogar mezclado en los recuerdos. Siento que la Navidad tiene mucho de todo eso. Pero soy consciente de que muchas veces, en muchas familias, en muchas almas, no llega la Navidad. Y vivir la Navidad a la fuerza no resulta. Forzar los abrazos y el ánimo para fingir un calor ausente, para suplir la ausencia del que falta, queriendo olvidar el dolor y la pena. Entonando en silencio melodías olvidadas. En muchas miradas no hay Navidad, y los colores fuertes son la distorsión del alma que pretende vivir lo que no siente por dentro. Algunas veces falta el perdón, la reconciliación o el abrazo que me recuerden que soy amado. Y al faltar el perdón, no hay milagro. Navidad es una caricia en medio de la soledad. Y una palabra de aliento después de haber tragado demasiadas críticas. Navidad es confiar cuando muchos no han confiado. Y esperar algo de mí cuando nadie lo esperaba. Navidad es la luz que brota de noches rotas y el silencio paciente envuelto en capas de invierno. Navidad es levantar al caído, cuando no sabe que alguien le espera. Es creer en quien nadie cree. Y ayudar a caminar al que no camina. Navidad es empezar de nuevo, una y otra vez, sin importar cuántas veces haya caído. Es mantener la palabra dada aunque me cueste la vida. Es decir la verdad y no inventarme mentiras tapando mis deficiencias. Es decir al que va conmigo palabras gratas y no vivir cuestionando su forma de hacer las cosas. Navidad es ser empático, que es mucho más que creer comprender lo que el otro siente, es ponerse en sus zapatos, mirar por sus ojos, sentir por sus manos. Navidad es darme cuenta de que la felicidad de los demás podría estar antes que la mía, aunque me parezca descabellado. Es ponerme en el último puesto sin querer ser el primero. Es aplaudir los logros de mi hermano, aunque muestre con su luz la oscuridad de mis obras. Navidad es dejar que el aliento de Dios brote de mis palabras. Y permitir que su voz se confunda con mi canto. Navidad es levantarme alegre cada mañana, sin resentimiento ni ira, sin rabia ni rencor. Navidad es acoger al que está perdido en su dolor, o se siente rechazado. Es hablar bien de mi hermano, aunque este haya pecado y hablado mal de mí. Es proteger con mi vida su nombre, salvar su fama, levantar su honor. Navidad es nacer de nuevo habiendo muerto poco antes, es alzar la mirada al cielo con la confianza de los niños y saber que la vida se juega en sabias decisiones. Navidad es confiar en el que me ha fallado, detenerme ante el que me reclama cuando creo que no se lo merece. Es aceptar sin fingimiento, querer sin máscaras, mirar sin exigencias. Navidad es la luz que brota de una cueva oscura llenando de paz mis guerras. Es aceptar que los nuevos comienzos pasan por el arrepentimiento. Que de nada sirve confesar mis pecados si no quiero dejar de cometerlos. Aunque no lo consiga. Navidad es rezar en silencio ante un día que atardece en un crepúsculo cálido. Es levantar los brazos al cielo queriendo retener las estrellas, guardándolas muy dentro. Navidad es buscar cuando me dicen que todo está perdido. Y esperar la mañana cuando nadie junto a mí confía en que llegue el alba. Navidad es acompañar al que sufre, en silencio, quizás sobran las palabras. Es tocar con los dedos la puerta del que no quiere abrirme, sin forzar nada. Navidad no es vivir exigiendo a los demás que hagan algo si yo no estoy dispuesto a mover un dedo. De nada sirve vivir con críticas si no me pongo en camino dispuesto a cambiar mi vida. Navidad es pasear tranquilo por un camino solitario, con el corazón lleno. Sin levantar el polvo. Sin miedo a perderme porque Dios va conmigo. Navidad es descubrir que Dios se ha hecho mi amigo, hermano en la noche. Luz en las estrellas. Ha venido a mi encuentro rompiendo las barreras, salvando las distancias. Se ha colocado a la altura de mis ojos para que no tema el futuro y no me amargue pensando en lo que aún no poseo. Navidad son silencios, y melodías nuevas y antiguas que levantan mi ánimo y dan luz a mi mirada. Navidad es ese encuentro esperado, ese abrazo añorado, esas palabras de cariño siempre guardadas en lo más hondo. Navidad es la carta que le escribo a mi Niño Dios diciéndole que lo amo. Es así la Navidad que sueño, la Navidad que espero y vivo cada día, cada mañana. 

¿Qué es lo más grande que me ha pasado en la vida? ¿Qué ha sido lo más emocionante, lo más profundo, lo más bello? ¿Dónde se esconde el misterio de todo mi caminar? No sé responder a menudo. Es como si todo fuera muy natural, nada tan extraordinario. Una vida como otras muchas. No tiene nada de especial. Me quedo pensando. ¿Qué cambiaría? ¿Qué hubiera hecho de forma diferente? Tampoco encuentro una respuesta rápida. No sé qué borraría. Los dolores tal vez, o las pérdidas. Los errores y esos pecados que han dolido. Las omisiones de las que me arrepiento. Esos silencios incómodos que no me dejaron crecer. Sacaría todas las cárceles en las que yo mismo me hice esclavo. Borraría de un plumazo los miedos que no me dejaron ser feliz. Eliminaría mis ansiedades que me hicieron huir muchas veces hacia delante. Y le daría un sí grande a todo lo vivido. Lo pasado está pisado, queda atrás, no hay como levantar el tiempo que se ha ido. Simplemente aprendo a dar gracias por lo vivido. Así llego ante el Belén, el nacimiento oculto en medio de la noche. Unos ángeles me anuncian que ha nacido la salvación. ¿Quiero que algo cambie en mi vida, es acaso necesario? Miro mi corazón herido y necesitado de cariño y de esperanza. Sí, quiero cambiar. Pero al mismo tiempo quiero aceptar lo inaceptable. ¿Cómo se puede perdonar al que me ha hecho daño? A mí, o a alguno de los míos, un hijo, un papá o una mamá, un hermano. ¿Cómo hago para no condenar a los causantes de injusticias que viven junto a mí? El alma se envenena al pensar en cómo podían cambiar las cosas y ser diferentes. No lo sé, tiemblo. Me duele el alma ante la cueva. Quiero tomar al niño entre mis brazos. Me siento tan indigno. Como ese pastor que corría desde sus rebaños para abrazar, estando sucio, a un niño recién nacido. No llegaba sin manchas, más bien manchado, sucio, maloliente, despreciado. Un hombre indigno. Y quiero que cambie todo en esa noche. Con la impaciencia propia de mi alma. Me gustaría que fuera ya el cambio, que todo se arreglara de repente, que la noche amaneciera, y la tormenta se apaciguara, que el frío menguara y el calor refrescara. Me cuesta tanto aceptar la realidad llena de aristas. Sufro. Y entonces como ese pastor me arrodillo ante un niño, sin comprender nada. ¿Cómo podrá esa familia indefensa mejorar mi vida? ¿Qué podrán cambiar ellos que no pueden elegir siquiera un lugar digno para su hijo? Me desilusiono y busco a los poderosos, a los que pueden cambiar algo, a los que tienen poder en esta tierra para mejorar las cosas. Ellos podrán, pienso, traer la paz. ¿Cómo se hace para calmar las guerras y apaciguar los odios? ¿No será necesario alguien poderoso que ponga fin a las injusticias? Vuelvo a pensar en mi vida. En los grandes regalos vividos. En los momentos de luz y fiesta que me llenaron el corazón de alegría. Pienso en mi historia, tanto es lo vivido, lo disfrutado, lo sufrido. No estoy triste, más bien la alegría llena mis entrañas de paz y optimismo. Dios puede cambiar mi corazón naciendo de nuevo en mi alma. Puede tocar las campanas que tengo ya oxidadas en mi interior, en el fondo del mar. Puede cambiar mis sueños despertando alegrías dormidas. Lo más grande que me ha pasado en la vida fue encontrarme con Jesús. O más bien, todo lo que vino después ha sido como es ahora gracias a aquel encuentro. Porque un día me dejé abrazar por la espalda cuando me escapaba de sus manos y tapaba mis oídos a sus voces. Y escuché entonces una voz que no era la mía dentro del alma. Y supe que su amor era poderoso porque vencía mis resistencias y me llevaba donde yo nunca hubiera pensado ir. Es curioso ese plan de Dios que altera todos mis proyectos tan humanos, tan ordinarios y cotidianos. Lo extraordinario en mi vida ha sido ver a Dios caminando a mi lado cuando no comprendía yo nada. Y saber que en mis manos Él se hacía carne, era Navidad. Lo más grande que me ha pasado ha sido esa fe que me dio Dios como sacada de debajo de las piedras. Y puso en mi alma sin merecerlo una fuente de luz, de agua, de alegría que yo desconocía. Lo más grande ha sido que me dio un mundo para amar ante mis ojos y la capacidad inmensa de dejarme amar en lo humano, sin ascender a las alturas alejándome del mundo. No quiero borrar nada de mi historia, tampoco mis pecados. Ellos siempre me han hecho más humilde y más niño, más necesitado y pobre. Más indigno como ese cordero con mancha que no cumple el requisito de perfección. Pero no importa porque Jesús me llama a mí a que le siga por los caminos, sin miedo, sin reservas. Tengo el corazón tranquilo en medio de la vida. Me arrodillo conmovido. No sé cómo lo hará ese niño para cambiar este mundo lleno de guerras y odios. No sé cómo lo hará para gestar unidad en medio de las divisiones. Cómo armonizará en mí y en todos, esa tensión entre lo humano y lo de divino. Cómo logrará hacer que mis palabras sean las suyas. No sé cómo y por eso me impaciento, quiero más, quiero el cielo en la tierra de forma inmediata. A mi manera y en mis tiempos. Es imposible, lo acepto y miro a Dios conmovido.

Me detengo ante muchas puertas cerradas. Intento que me abran, deseo abrirlas. No quiero forzarlas, aguardo impaciente, en el frío, en el calor, no importa. El respeto es lo más sagrado que conozco. El respeto a los deseos de mi hermano, de mi propia alma. El respeto que aguarda ante la puerta cerrada sin querer forzarla. El amor es respeto, vive del respeto y sin respeto muere. Corro buscando respuestas a las preguntas guardadas. Son muchas, siempre lo han sido, no me importa caminar con preguntas sin respuestas. Soy impaciente, pido el don de la paciencia. Esa actitud que pacifica mi alma. Me quedo quieto, callado, aguardando. Busco respuestas en medio de la noche. Aguardo a que el día nazca, a que la noche caiga, a que la hora llegue. Espero a que amanezca el esperado. Ese Dios que trae respuestas y sueños. Confío, en medio de mi dolor, a que todo pase y lleguen épocas mejores o simplemente deseo nacer a una nueva mirada, a una forma distinta de afrontar la vida y los caminos que suben y bajan, salen y se adentran, se detienen y avanzan. Confío en el abrazo de un niño Dios con brazos pequeños en medio de la pandemia. Espero a que todo salga bien, cuando es bastante incierto el futuro, siempre lo es, ahora y antes. Se llena de esperanza mi mirada cuando he vivido ya muchos fracasos o intentos frustrados. Me limpio el alma o me la limpia Dios estando sucio. No viene para premiar a los puros, sino para salvar a los heridos, a los perdidos, a los que se alejaron. Me levanto una vez más en la lucha, estando ya caído. Hablo con fuerza y altura, después de haber callado largo tiempo. La respuesta a mis preguntas brota en medio de una noche de estrellas. Tienen que saberlo todos, no puedo callarlo. Está vacío el portal, el pesebre, el establo, la gruta. Está vacía la vida y el corazón que sueña estrellas. Y yo me abajo agachándome, para entrar por esa puerta pequeña dibujada en la roca. Quizás la humildad es la única actitud que de verdad me salva en este tiempo de luchas. El orgullo es sólo vanidad y me envenena el alma. Y el deseo de valer y ser tomado en cuenta. Necesito aprender a bajar la cabeza e inclinar el corazón, con la humildad de los niños que sólo buscan posada donde descansar la cabeza. Me quiero postrar ante quien amo, ante ese Dios hecho carne de mi carne. Mi Niño amado. ¿De qué me sirve vender la vida por unas cuantas monedas si al final no encuentro un sentido? ¿Merece la pena ser esclavo de los hombres viviendo de rodillas ante ellos o puedo vivir con felicidad y en libertad esta vida que tengo agachándome sólo ante Dios? ¿Están rotos los vínculos que me forman y guían en esta vida? ¿Están sesgados los lazos que me salvan y me elevan por encima de la tierra? ¿Hay alguna voz lejana pronunciando mi nombre en la noche, perdidos los vientos, calmadas las olas, apaciguados los fuegos? ¿Hay luz después de haber caído el sol de nuevo este atardecer cuando las sonrisas se nublan? ¿Podrá la luz de las estrellas iluminar mi camino para saber cuáles son los siguientes pasos? La salvación tiene nombre de niño recién nacido. Es un abrazo que me salva habiendo estado perdido demasiado tiempo, solo, con nostalgia. Sueño con una Navidad que me cambie el alma para siempre y me llene de vida. Una Navidad que transforme mis vínculos y los haga más verdaderos, más hondos y nuevos. Una Navidad que me enseñe a amar, puede ser que nunca haya aprendido a hacerlo. Pongo en mis labios con mucha frecuencia la palabra yo antes que tú. Quiero conjugarlo todo en primera persona, para salvarme a mí primero, por encima del mundo. Me equivoco al ser tan egoísta. Yo no soy el importante. Seré más feliz cuando aprenda a vivir pensando en mi prójimo y menos en mi bienestar. Cuando abra mi corazón y me entregue por entero a quien camina a mi lado, seré más feliz, estaré más lleno. Hoy, en Navidad, escucho todo lo que provoca el nacimiento del Salvador: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín». Dios se hace carne para habitar en mi presencia regalándome su paz. Viene para darme su luz y su esperanza, para pacificar mi alma y regalarme calma interior. Viene Jesús a traer la paz a mi vida y quiere que yo pacifique a los que caminan a mi lado. «Maravilla de consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz». Es el dueño de la paz verdadera, esa paz que no se apaga nunca. Esa paz que salva mi vida. Quiero que acaben mis guerras interiores. Quiero dejar de lado mis rencores y resentimientos. No me hacen feliz y logran que viva en tensión, atacando y sintiéndome atacado, agrediendo y sabiéndome ofendido. Me gustaría que no me importaran tanto esas injusticias que me afectan. Cuando no me dan lo que creo merecer. O no me tratan como yo hubiera deseado. La vida no siempre es como yo quisiera. Si me tratan mal no me lleno de rabia. No voy midiendo a los demás por su amor, su forma de tratarme, sus palabras y decisiones. Cada uno me da lo que puede. No les exijo lo que yo mismo les daría. No vivo de expectativas imposibles. Mi esperanza es más honda y nadie puede frustrarla. Jesús siempre vuelve de nuevo a nacer en mi alma. Es Navidad. El alma se calma y alegra. Nada temo. Muchos tienen que saberlo. Si lo supieran dejarían de caminar como ovejas sin pastor.

Me gustan los ángeles y me gustan los pastores. Los ángeles aparecen en el cielo y trasmiten esperanza. Los pastores están cuidando su rebaño, tal vez no buscan nada: «En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: - No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: - Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Los ángeles vuelan, anuncian, proclaman. Tienen que saberlo los hombres, tienen que enterarse. Pero no todos están preparados para comprender el misterio, para ver a Dios. Y aún así, los ángeles tienen que dar luz, cantar con sus voces llenas de esperanza, aparecerse en medio de la oscuridad. Tengo vocación de ángel. Quiero anunciar siempre palabras de esperanza, decir cosas bellas, halagar y ensalzar a mi hermano, dar buenas noticias. Al mismo tiempo me gusta descubrir ángeles en mi vida. Veo muchos ángeles a mi alrededor. Muchos ángeles caminando con su piel humana. Muchos ángeles vestidos de cotidianidad que hablan palabras suaves que dan esperanza. Son las voces de los míos, de los más cercanos. Ellos me dan alegría. Sé que los ángeles que conozco son pecadores, tienen luces y sombras, piden perdón y son salvados en su debilidad. Los ángeles que veo y escucho caminan por la misma vereda por la que yo asciendo. Tropiezan y caen, se levantan de nuevo. No caminan varios metros por encima de la tierra. Simplemente tienen en el corazón una luz propia. Alguien, ese Dios que ama, los ha tocado con su mano, con su palabra, los abraza con su alegría y susurra palabras llenas de luz en sus oídos para que todos sepan que Jesús ha nacido. Yo también tengo vocación de ángel. Necesito escuchar a Dios dentro de mí para llevarlo a muchos. Quiero que mi alma como la de los pastores se llene de luz. Porque también me siento pastor. Cuido mi vida, mi rebaño pequeño, mi entorno sagrado. Cuido a los míos y soy pastor de ovejas descarriadas y dóciles y les digo conmovido: «Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Alégrese el cielo, goce la tierra». Es mi mensaje como pastor. Quiero que otros tengan paz y confíen. Sé que algunas de las ovejas se quedarán tranquilas en el redil, otras se escaparán siguiendo sus propios caminos. Y yo me precipitaré buscando a las perdidas para que no se mueran. Y vuelvo con ellas sobre mis hombros. No me quedo sólo con las que no tienen manchas. Me gustan las heridas, las que están enfermas, las que están más solas. Mi vocación de pastor me hace sentir pequeño y vulnerable. ¿Qué hago yo guiando a otros cuando no sé bien cómo caminar? ¿Qué hago yo cuidando a otros cuando soy yo el que necesita ser cuidado? Soy pastor y soy oveja, no lo olvido. Por eso me gustan las palabras de S. Juan Crisóstomo: «Mientras somos ovejas vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero si nos convertimos en lobos entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del pastor. Éste, en efecto, no pastorea lobos, sino ovejas, y por esto te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder». Me siento como cordero lleno de manchas que camina indefenso en medio de la vida. Necesito a Jesús. No tengo respuestas para todo, ni logro solucionar todos los problemas. Me siento tan frágil en medio de la noche. Me veo perdido. Soy una oveja que necesita ser rescatada por el pastor. Eso es lo que me salva realmente en medio de los peligros. Sentirme frágil, no fuerte. Débil, no capaz. Vulnerable y herido en medio de mil batallas. Y llego al nacimiento en Navidad, me sé indigno: «Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada». En la humildad de una gruta, en la sencillez de una noche, Jesús se hace carne para darme fuerzas y esperanza. Tengo su luz.

El domingo de la Sagrada Familia coloca a José y María con Jesús en el centro. Me lleva hasta Nazaret, a esa vida oculta de la que sé tan poco. Esos años que me parecen inútiles porque no los conozco y pienso que Jesús en ellos no hace nada importante, nada digno de ser reseñado. Como si las cosas que de verdad importaran fueran aquellas que todos conocen, esas que son noticia. Y no importaran las grandes obras que suceden en lo hondo del corazón. Me da miedo volverme superficial al valorar las cosas. Lo cierto es que sólo he oído hablar del silencio de ese tiempo y de un niño perdido y hallado en el templo: «El niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: - Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él les contestó: - ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir». El único acontecimiento importante que recogen los evangelistas es este momento. Un niño que no es como los demás. Un niño sabio que es capaz de hablar delante de los maestros de la ley y conseguir que se queden atónitos escuchándolo. Un niño que tiene que ocuparse de las cosas de su Padre, de ese Dios que cuida de todos. Un Niño que estaba llamado a llevar su esperanza, su mensaje de misericordia a muchos corazones. Y los padres de Jesús en la tierra sólo podían cuidar el don que se les había dado. Tratarlo con amor y protegerlo para que no le ocurriera nada malo. No era tan sencillo, se sentían pequeños e impotentes. Nazaret es entonces un lugar seguro, un tiempo de desierto en el que cuidar la vida que crece lentamente. ¿Cuánto tiempo habría que esperar para ver algún signo? El corazón se impacienta. ¡Cuánto cuesta esperar sin ver! ¡Qué difícil creer sin pruebas y seguir amando sin ver los frutos! La espera de Nazaret me impresiona siempre. El Rey de reyes, el príncipe de la paz, el Mesías esperado, el Salvador del mundo es un niño, un joven, un hombre igual que todos. ¿En qué se diferencia? La pregunta de Juan el Bautista tendrá sentido. ¿Es Él o tenemos que seguir esperando? Jesús es la misericordia hecha carne. Pero en esos años nada parece ser tan impresionante para que se despierte la fe. ¿Sería todo tan normal como yo imagino al pensar en ese tiempo? El silencio de esos años me conmueve. No hay milagros. Sólo esta historia digna de ser contada. Un niño de doce años capaz de enseñar a los maestros. Sus padres, sin entender, volvieron a casa: «Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres». Conservaban todo esto en su corazón sin comprender nada, sin saber cómo iba a actuar el salvador del mundo. Sólo esperan. Aguardan. Sufren en silencio. Me gusta la mística de Nazaret. En esa ciudad de la infancia de Jesús pasarían muchas cosas. Y todo sucede en la vida de familia. Es el taller de un carpintero. Una familia normal que crece en intimidad. Jesús va aprendiendo de sus padres. Crece en su interior, se vuelve más sabio, más hijo, más obediente, más dócil. Me impresiona ese Dios oculto en piel humana, en una familia sencilla de Nazaret. Sin grandes milagros ni discursos. Me impresiona la sencillez de una vida como la de todos. Yo en ocasiones busco lo extraordinario. Quiero que Dios me hable, me diga claramente lo que desea, haga obras grandes ante las que no pueda tambalearse mi fe. Quiero que suceda algo importante ante mis ojos. No me basta lo cotidiano. Por eso no menciono esos años de Nazaret. ¿Para qué me sirven? Me olvido de lo más importante. La vida se juega en lo cotidiano. Es ahí donde suceden los milagros importantes, esos que el mundo no ve, ante los que nadie se maravilla. El mundo empezó a cambiar en esos años. Por eso me gusta volver a Nazaret en Navidad. Ir a la sencillez de una vida en familia. Quiero valorar lo cotidiano, lo que sucede cada día con los míos, en mi entorno. Eso es lo más valioso que tengo. Es el regalo de lo evidente, de lo que tengo que cuidar. El amor se juega en el día a día. Obras y palabras. silencios y gestos tranquilos de amor. Jesús aprendió a amar en Nazaret. Allí amó a los suyos, a su familia más cercana. A sus padres y familiares. Allí se quedó con los suyos. Obedeciendo, viviendo, amando de forma muy concreta. Uno aprende a amar en familia. La forma como yo amo es la que aprendí en casa. Me la enseñaron mis padres, mi hermana, mis abuelos. Me supe amado. No era un amor perfecto, tenía imperfecciones y carencias. Junto con las alegrías están las heridas que me causó el amor mal entregado por los míos. Sus ausencias, sus omisiones, sus heridas causadas casi siempre sin mala intención. Así fue como aprendí a amar cada día. Jesús aprende a rezar en Nazaret, en familia. Es ahí dónde se encuentra con su padre Dios, en María, su Madre, en José, su padre. En ellos se encuentra con Dios. En su amor humano. En su vinculación honda con Dios. Con ellos aprende a rezar y a escuchar. Nazaret es tiempo de silencio. Tiempo de oración. Me gustaría que mi vida tuviera más oración, más vida interior, más silencios y más respuestas de Dios. Me gustaría vivir unido a Dios en lo más íntimo. Navidad es Nazaret. Es vivir en familia el misterio de Dios que se hace carne. Nazaret es paz en el encuentro familiar. La familia es un don, un regalo. Es ese espacio sagrado en el que puedo ser yo mismo. Nazaret es cuidar lo esencial, cuidar a los míos, a los que están en mi vida. Me gusta volver a Nazaret en Navidad y recordar lo importante. El valor del tiempo perdido con los míos. Sin hacer grandes cosas. Sin necesidad de profundas conversaciones. No es necesario. Lo importante es ir a lo que vale, compartir con los míos. Darle valor al tiempo que tengo. Pienso en este tiempo que vivió Jesús y le doy gracias a Dios. Él me cuida, me acompaña, me sostiene en mi hogar, en mi familia, con los míos. Quiero que la Navidad sea un tiempo de Nazaret.

El día de la Sagrada Familia es un don que Dios me hace. Quiero crecer en mis vínculos, en mis amores. En mi amor de hijo, de hermano, de padre, de amigo. Hoy escucho el ideal del que me habla el apóstol: «Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él». Bondad, humildad, paz, perdón, unidad, gratitud. Son actitudes necesarias. Son regalos que puedo llegar a vivir si me dejo hacer por Dios. Sólo así será posible. Porque no es tan sencillo. El amor verdadero consiste en sobrellevar a mi hermano, mirar con humildad a los demás, tratar a todos con respeto, sembrar paz a mi alrededor, perdonar a los que están conmigo. Pienso en todo lo que puedo mejorar en mi vida. Me parece imposible, aunque sé que nada es imposible para Dios. Quiero mirar esta Navidad como una nueva oportunidad para mirar a mi alrededor. Me conmueven las palabras del Papa Francisco: «Ruego a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Los egoísmos personales y nacionales se convierten en medida y criterio de todo». Hay muchas personas que viven mirándose, sólo pensando en sus problemas y limitaciones. Incapaces de mirar fuera de su mundo egoísta y limitado. La generosidad me lleva a abrir los ojos y los oídos para ver y escuchar al que sufre. Esa generosidad es la que se me invita a vivir esta Navidad. Quiero salir de mis muros. Vencer mis tendencias autorreferentes. No es fácil cambiar la dinámica de mi alma. Es lo que intento cada día y no siempre lo consigo. Me pueden el pesimismo o la tristeza. Me desanimo fácilmente. No quiero que la Navidad sea un tiempo triste y lleno de oscuridad. Quiero que la luz venza en mis tinieblas y me abra al amor de los míos. No me dejo llevar por mis enfados interiores, por los pequeños monstruos que me habitan. No le doy importancia a mis preocupaciones que me llenan de ansiedad. Mi vida no es peor que la de muchos. Es mi vida y le doy gracias a Dios por ella. Él ha sembrado en mi corazón la esperanza. Ha puesto dentro de mí un don. Puedo hacer felices a muchos con mi vida. Puedo sembrar paz a mi alrededor, entre los míos. Puedo mirar fuera de mis problemas, de mi tristeza, de mis preocupaciones. Puedo acercarme al que me necesita, ayudar al que nada tiene, cuidar al que está solo y perdido. Puedo hacer muchas cosas en lugar de quedarme quieto esperando a que me busquen, me quieran, me atiendan, me hablen, me escuchen. Puedo salir de mí y preocuparme por mi padre, atender y ayudar a mi madre, dar más cariño a mis hermanos y amigos. Puedo sonreír en lugar de propagar mi amargura. Dar esperanza en lugar de sembrar tristezas. Soy capaz de derrotar esos fantasmas que me dicen que no puedo mejorar. Son las mentiras que me paralizan. Dios todo lo puede. Los cambios son posibles si abro mi corazón en Navidad y dejo que el Niño Dios habite dentro de mí.

 

 

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