HONDURAS Y LA OEA O EL NOMINALISMO POLÍTICO

El reciente conflicto con Honduras ha generado opiniones tan diversas como volubles: nuestro ser más moderno nos dice que un golpe de estado a esta altura del siglo XXI es repudiado por todos y cada u...

| Cecilia Sturla Cecilia Sturla
El reciente conflicto con Honduras ha generado opiniones tan diversas como volubles: nuestro ser más moderno nos dice que un golpe de estado a esta altura del siglo XXI es repudiado por todos y cada uno de los latinoamericanos. Y los medios de comunicación informan tan unilateralmente el caso, que es imposible formar una opinión sólida y argumentada de algo que va a impactar, más tarde o más temprano y más o menos profundamente en toda la región. Honduras muestra la cara más débil de los organismos internacionales que han surgido con el propósito específico de que no se repitiera nunca más un conflicto como el de la II Guerra Mundial. Algunos de los objetivos que se desprenden de sus estatutos son: "1) consolidar la paz y la seguridad en el continente; 2) promover y consolidar las democracias representativas, respetando las políticas de no intervención; 3) prevenir posibles causas de dificultades y asegurar el arreglo pacífico de las disputas que pudieran surgir entre los países miembros; 4) lograr llegar a un acuerdo entre los países en caso de agresión; 5) buscar la solución de los posibles problemas políticos, jurídicos y económicos que pudieran surgir entre ellos; 6) promover, a través de una cooperación activa, su desarrollo económico, social y cultural". Los televidentes ingenuos, presenciamos entonces una noticia que nos llama la atención y a la vez nos intriga. La OEA está tratando de dilucidar los pasos a seguir. ¿Pueden "secuestrar" a un presidente y en su lugar "poner" a otro tan fácilmente? Nos sumergimos en un maniqueísmo tan falso como contundente: o estamos a favor de la democracia y en contra de la destitución del presidente de Honduras, o somos unos golpistas que no respetamos las instituciones. Por experiencia histórica, ya todos sabemos que el maniqueísmo encierra una trampa mortal: el simplismo que nos puede llevar a la guerra y a todo tipo de disensión. Un ejemplo claro y reciente es la guerra de Irak y el eje del bien y del mal proclamado por George W. Bush cuando cayeron las Torres Gemelas en 2001. Lo que aconteció en Honduras ¿Fue un golpe de estado real? ¿O un impedimento al totalitarismo? Quizás el presidente ha querido perpetuarse en el poder desoyendo a la Justicia y a la Constitución. ¿Es legítimo un gobierno democrático, que, por más que haya sido elegido por el pueblo, no respeta los tres poderes? ¿Y si el presidente es un corrupto que no se somete a la Justicia de su propio país? ¿Hasta qué punto un pueblo puede permitir y tolerar que se atropellen no sólo sus derechos sino también las instituciones? Una carta del Obispo de Honduras hizo que se tambaleara mi confianza en las noticias internacionales: si la Iglesia denuncia y pide que Zelaya no vuelva para no derramar sangre inútilmente, y con esto se puede leer entre líneas que de una manera u otra avala lo sucedido, hay algo detrás que no se está mostrando al mundo. ¿Por qué callarlo? ¿La historia no nos mostró suficientemente que si no se actúa a tiempo contra los gobiernos totalitarios el resultado puede ser nefasto? ¿Debo aclarar los casos particulares o de muestra vale nombrar sólo al gobierno de Hitler, que fue legítimamente elegido y que ningún país se levantó para denunciar el régimen totalitario que fue consolidándose gracias a la vista gorda de los países más poderosos? Entonces, ¿cuáles son los pasos a seguir? ¿Se respetan las instituciones por el sólo hecho de ser instituciones, o porque cumplen o no con su función propia? Porque si a la OEA le preocupan las instituciones independientemente que éstas no cumplan con su cometido, entonces nos adentramos en un terreno resbaladizo y sumamente peligroso: vale más el "nombre" que lo que el nombre designa. Es decir, que la institución (en este caso el presidente) significa más que los actos que la institución realiza. En filosofía eso es (a grandes rasgos) nominalismo. Las cosas son entes particulares que no refieren a un concepto (y por ello mismo universal) sino que agotan su propia esencia en el nombre. Las consecuencias no son tan evidentes pero sí seguras: si no nos atenemos a respetar el "espíritu y la forma" conjuntamente, es decir, lo que es y lo que debe ser en vista de su esencia, corremos el riesgo de perder de vista la causa final de toda sociedad: el bien común, reemplazándolo por el bien particular. Porque pasa a ser más importante lo accidental (un presidente en ejercicio) que lo sustancial (el ser del presidente que debe velar porque se respeten las instituciones mismas para llegar al bien común). ¿Cuál debe ser entonces el papel de la OEA? ¿Cómo hacer para que no sólo haga que se respeten las instituciones, sino también que las instituciones respeten lo que deben ser ellas mismas? En el mismo orden se encuentra el conflicto en Venezuela. ¿Por qué la OEA mira para otro lado en un país donde las libertades son avasalladas sin escrúpulos? ¿Son los intereses económicos más importantes que los intereses de los ciudadanos? ¿No es el papel de la OEA el de constatar que las instituciones son respetadas... antes de que se produzca el conflicto? La prevención es el mejor remedio y hacia ello apuntan los mismos estatutos de la OEA, como antes vimos. Es muy peligroso banalizar la realidad que nos es dada a través de los medios. Debemos educar nuestra inteligencia de tal modo, que nuestro ojo aviste una realidad más profunda y más compleja de lo que se nos muestra. En caso contrario podemos caer en una superficialidad acrítica digna del espíritu posmoderno. No es mi intención cuestionar las instituciones sino sólo "preguntar en voz alta" si los organismos internacionales están cumpliendo su función. Es deber de todos pensar con sentido común trascendiendo el conflicto en sí. Vuelvo a repetir: los maniqueísmos son falsos, simplistas y niegan toda posibilidad de diálogo, porque para generar diálogo, es preciso reflexionar desde los últimos principios sin absolutismos reduccionistas. Si limitamos la realidad al blanco o negro, terminamos negando la realidad misma. Y la realidad es múltiple, compleja y, utilizando un término de Ortega y Gasset, claro también al P. Kentenich, perspectivística.
Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs