José de Arimatea: Símbolo de amor y misericordia

Sabemos que cuando se acerca la Semana Santa, encontramos en la televisión películas o documentales relacionados con la Pasión de Cristo. Cuando éramos pequeños esto era de gran ayuda para nuestros padres, porque conocíamos un poco la vida de Jesús por medio de imágenes. Y a pesar de no entender bien cuál era el sentido de su muerte, se nos mostraba a un Jesús bueno, amigable, compasivo, inteligente y con el gran poder de Dios para hacer milagros. Fue así como muchos de nosotros aprendimos a querer a Jesús... a través de estas películas. Y siempre llamó mi atención un hombre llamado José de Arimatea. Lo veo como una persona de gran misericordia, un hombre que a pesar de ser miembro ilustre del sanedrín, en los momentos crueles de la crucifixión no temió dar la cara y pedir a Pilatos el cuerpo de Jesús.

| Lucía Zamora Valero (México) Lucía Zamora Valero (México)
Sabemos que cuando se acerca la Semana Santa, encontramos en la televisión películas o documentales relacionadas con la Pasión de Cristo. Cuando éramos pequeños esto era de gran ayuda para nuestros padres, porque conocíamos un poco la vida de Jesús por medio de imágenes. Y a pesar de no entender bien cuál era el sentido de su muerte, se nos mostraba a un Jesús bueno, amigable, compasivo, inteligente y con el gran poder de Dios para hacer milagros.

Fue así como muchos de nosotros aprendimos a querer a Jesús... a través de estas películas. Y siempre llamó mi atención un hombre llamado José de Arimatea. Lo veo como una persona de gran misericordia, un hombre que a pesar de ser miembro ilustre del sanedrín, en los momentos crueles de la crucifixión no temió dar la cara y pedir a Pilatos el cuerpo de Jesús.

Pedro renegó de él por tres veces en público, los apóstoles se dispersaron, pero este hombre solicitó al procurador romano que le permitiera dar sepultura al cuerpo de Jesús. Con la ayuda de Nicodemo, desclavó el cuerpo de la cruz y lo sepultó en su propia tumba, un sepulcro nuevo, recién excavado en la roca.

Ahora que ya soy madre y que además tengo la oportunidad de ser voluntaria en un hospital, puedo entender el dolor de María. El dolor de una madre sólo lo podemos entender nosotras. Cuando veo aquellas imágenes de nuestra Madre al pie de la cruz, puedo imaginar el dolor tan grande que sintió en esos momentos. José de Arimatea fue en aquel momento un poco de alivio al dolor de María, pero también fue un gran hombre que demostró su gran amor hacia Jesús y hacia nuestra querida Madre.

Fue quien sintió una tremenda compasión por un hombre bueno clavado en una cruz. Fue quien tuvo un gesto tan humano al acercarse a María y ayudarla en esos momentos de angustia y desesperación. ¿Qué hubiera sido del cuerpo de Jesús sin José de Arimatea? ¿Qué hubiera sido de María ante tal desesperación, de ver a su hijo clavado en una cruz y no poderlo bajar? Estas preguntas son sólo para ponernos un poquito en el lugar de María, porque Dios ya había escogido a José para esta hermosa acción.

En ocasiones sentimos no sólo que cargamos una cruz, si no que ya estamos en ella. Pero siempre hay alguien que se acerca a nosotros y nos regala un poquito de consuelo y mucho de su corazón. Lo que hizo José Arimatea no fue otra cosa que puro amor. El amor es simplemente dar todo lo que uno puede, sin esperar nada a cambio. Y así es como descubrimos que podemos dar aún más. Estos momentos de sufrimiento nos permiten conocer muchos corazones, pues el amor es la experiencia más hermosa que puede tener el ser humano.

Hagamos el esfuerzo de amar mucho y ser buenos cada día y sin darnos cuenta vamos a ser un poco como José de Arimatea. Regalemos todo lo que salga del corazón, que no haya un interés de por medio, que las circunstancias no nos obliguen a dar algo que no queremos dar. Porque entonces no sería amor de verdad.

José de Arimatea envolvió a Jesús en una sábana y lo depositó en un sepulcro que era de su propiedad y que además estaba nuevo. Este detalle no lo debemos dejar pasar así nada más, pues José no se detuvo a pensar qué sería de él si muriera en esos momentos (¿dónde lo irían a enterrar?). O bien si tendría que gastar más adelante en un sepulcro nuevo. No, él nunca pensó nada, sólo actuó de corazón, sólo dio su amor a Jesús y a María sin esperar nada a cambio. Damos muy poco cuando damos cosas materiales. Pero cuando entregamos algo de nosotros mismos, es cuando verdaderamente damos.

Dios nos envuelve de una bondad que es sólo nuestra y, a pesar de esto, algunas veces tenemos miedo de mirar dentro de nosotros. Tenemos miedo de regalar ese sepulcro nuevo que regaló José de Arimatea; tenemos miedo de quedarnos sin nada, no sabiendo que cuando damos nos llenamos de la gracia de Dios, que cuando damos nunca nos falta nada. Al contrario, siempre salimos ganando... afecto, alegría, amistades, bendiciones, conocimiento y muchas cosas que nos hacen mejores personas cada día. Dios nos creó llenos de amor; por lo tanto, somos amor para cada persona que conocemos.

Creo que lo mejor que podemos hacer es convencer a los demás que pueden ser mejores personas cada día. No olvidemos que cuando menos repartimos de lo nuestro más pobres nos volvemos.

Bienaventurados los que saben dar sin recordarlo y recibir sin olvidarlo.

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