La castidad matrimonial (parte 1)

El padre Carlos Padilla ha elaborado una extensa y profunda charla sobre el significado y como se debe vivir la castidad dentro del matrimonio. Debido al largo del texto, lo dividiremos en cuatro entregas para facilitar su lectura.

Viernes 6 de marzo de 2015 | P. Carlos Padilla

Queremos brillar como brilla Cristo. Queremos que en nosotros se vea la luz de Dios. Es el misterio de los cristianos. Cuando viven cerca de Dios, de la fuente de vida, tienen una luz diferente. Su forma de vivir, de mirar, de hablar, de amar, refleja el amor de Dios. El cristiano brilla cuando está unido a Jesús. Es un misterio. Surge algo especial a partir de su amor humano. El corazón se llena de vida y esperanza. Vale la pena dar la vida por amor a Él. Este año celebramos el año dedicado a la vida consagrada. Los consagrados son completa propiedad de Dios. Se han consagrado a Él, le pertenecen. Han puesto su vida en sus manos para siempre. Es un misterio, una ruptura en el camino normal del hombre. Dios los entresaca de su pueblo y los coloca como antorchas que marcan un camino. Su presencia nos recuerda que Cristo quiere brillar a través de los hombres. Los consagrados viven su pertenencia al Señor en el seguimiento fiel de los consejos evangélicos. En la forma de vivir la pobreza, la obediencia y la castidad imitan la vida de Jesús. Siguen sus pasos. Los pasos de Aquel que vivió consagrado a su Padre y a los hombres. La santidad brilla en ellos. Viven la obediencia a Dios en lo cotidiano. Pero todos los hombres estamos llamados a pertenecerle a Dios en nuestro estado de vida. Cada uno con su vocación. Dios quiere que nuestra voluntad, nuestro corazón, nuestros pensamientos, giren en torno a Él. Somos esos santuarios vivos en los que resplandece el rostro de María. Para ser santuarios vivos tenemos que girar en torno a Dios. Nuestro corazón es un santuario donde brilla la luz de Dios. Es por eso que en este retiro queremos mirar nuestra vida matrimonial como un verdadero santuario. En nuestra vocación somos un faro que refleja la luz de Dios. Allí se manifiesta su amor. Los consejos evangélicos, vividos de forma plena, con nuestros límites y debilidades, nos ayudan a ser fieles a nuestra misión. Vivir la pobreza como la vivió Jesús. Vivir la obediencia al querer de Dios en cada momento. Vivir la castidad en un amor fiel y profundo. Quiero detenerme en la importancia de cuidar el amor matrimonial. Cuando el amor que Dios ha sembrado en vuestros corazones palidece, deja de brillar la luz de Dios en nuestro amor.

Voy a detenerme en esta charla en el consejo evangélico de la castidad. Siempre que mencionamos esta palabra resuenan en el corazón mensajes negativos y limitadores. La castidad matrimonial parece de primeras una contradicción, pero no lo es. A veces vemos la llamada a ser castos y puros como algo opuesto a una vida matrimonial armónica en el que el cuerpo y el alma se donan por entero. Se ve la castidad como el límite a nuestra entrega. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Qué podemos hacer y qué se sale fuera de los límites dentro del matrimonio? ¿Qué permite la Iglesia? ¿Qué prohíbe? Muchas veces nuestra moral sexual ha estado centrada en los límites, en los mínimos. Vemos más las sombras que la luz. Más que ayudar a desarrollar un amor pleno, hemos estado preocupados de saber hasta dónde podemos llegar. Como queriendo saber cuándo me ampara la norma, o un cura benévolo que me diga que algo no es pecado. Y cuándo estoy fuera de lo que la Iglesia defiende. Esta forma negativa de ver la moral la tenemos muy metida en el alma. Vivimos poniendo límites y tratando de mantenernos dentro de los mismos. Cumpliendo, pasando por esa fina línea que divide lo que está bien de lo que está mal. Cuando me detengo a leer el Catecismo de la Iglesia Católica descubro que la castidad es «una virtud moral y también un don de Dios» (C.I.C. n.2345). Una virtud a cultivar y un don que se me regala. Además explica que: «La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las y los apetitos de la sensibilidad humana» (C.I.C. n.2341). Pero, ¿en qué consiste realmente la castidad? El Catecismo dice que: «La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y por ello, en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual» (C.I.C. n.2337). Esta es una virtud que se adquiere a través de: «Un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana» (C.I.C. n.2339). Hoy en día se tiende a identificar sexualidad con la genitalidad. La consecuencia es que se reduce el amor a sexo o se separa el amor del sexo, pero no se relacionan orgánicamente. La sexualidad ha de estar integrada en todas las facetas de nuestra vida.

Cuando pienso en la castidad pienso en algo más amplio que en el control del instinto sexual. Una persona casta es una persona íntegra. Es aquel que se posee a sí mismo, que tiene los distintos aspectos de su vida integrados. Es aquel que no se desparrama en el mundo, en los demás. Tiene un centro en el alma, un mundo propio, un núcleo. Es alguien que ama con toda su alma y con todo su cuerpo. Se posee para darse de forma exclusiva a alguien. Es algo sagrado. Es el misterio más bonito y profundo del matrimonio. Y en él está Dios. Es el movimiento de ser y darse, de ir hacia el otro y de guardarse. En el matrimonio tampoco me diluyo en el otro. Me guardo cada día y me doy al otro cada día de una forma que no me doy a nadie. Al darme no caigo en los escrúpulos. No busco continuamente dónde está el límite en el ejercicio de la vida sexual. Amo con todo mi ser. Pero antes de darme en el amor, me poseo. Es importante cuidar mi mundo interior, mi relación personal con Dios, el jardín de mi alma donde Él habita de forma especial. Y por otro lado, darme desde lo que soy al otro, desde ese mundo propio que sólo se abre para el otro y para Dios. Una persona casta es aquella que está guardada. El pudor protege su alma, su ser más profundo. Es aquel que ha sabido ahondar y se conoce. Conoce sus pasiones y debilidades, sus fuerzas y tentaciones. Sabe lo que hay en lo más hondo de su ser. No teme las sombras. Vive en la luz. Se ha guardado. O bien para entregarse totalmente a Dios en la vida consagrada. O bien para entregarse a aquella persona a la que ama. Vive la paciencia del amor, que se construye sobre la entrega generosa y la renuncia consciente. Sabe que por amor se lo entrega todo a Dios o a aquella persona a la que le ha entregado su vida. Sólo puede dar lo que tiene porque se posee, se conoce y se ama. No vive escondiendo su verdad. Vive la verdad con inocencia. Es aquella persona que mira su vida con ingenuidad, con mucha paz. Su pureza está en su forma de ver la vida, a las personas, el amor. Una persona casta no vive buscando los mínimos, pretendiendo conocer hasta dónde puede llegar. Se da sin límites. Se guarda sin límites. Se entrega totalmente. Se reserva totalmente para Dios si es consagrado. La castidad es la virtud que habla de un alma magnánima, grande, sin límites. Que sueña con los mares más profundos y se eleva a las cumbres más altas. La castidad es una gracia, un don, que se construye sobre la belleza de un alma inocente que sólo busca amar desde la verdad. Es cierto que estamos heridos por el pecado. Esa ruptura nos divide. Y se convierte en misión de nuestra vida llegar a poseernos, tener una sana armonía, unir el corazón y la razón. Que la voluntad esté llena de alma. Que nuestra vida, dentro de sus debilidades, esté en una sana armonía interior. El poseernos para poder darnos es tarea para todo el camino que tenemos por delante. Se convierte en ideal y en misión. Vivir la castidad no es entonces un deber sino el sentido de nuestra vida como cristianos. Vivir castos es vivir esa integridad que anhelamos. Es vivir el amor en plenitud.

Pienso que la castidad matrimonial es don y una tarea. Tiene que ver con volver a escoger cada día. Es la opción de toda la vida. Opto por algo cada día y renuncio al resto de las opciones cada día. Elijo a la persona a la que quiero, la vuelvo a elegir. Es el único en mi vida. Y me entrego en cuerpo y alma de forma única. Con todo lo que soy. Por eso podemos decirle a nuestro cónyuge: «Entre todas las posibilidades del mundo, te elijo a ti. Sólo a ti. No te elegí en un momento de nuestra vida cuando nos encontramos, sino cada día te elijo. Y te hago sentir que te elijo, que eres el primero. Solo a ti. Te vuelvo a elegir. Te hago sentir que eres el único». Me parece importante. Una mujer le decía a su marido que ella pensaba que cuando Dios la creó, escribió una carta de amor para ella en su alma. Cuando se encontraron, ella pudo leer en su marido esa carta de Dios guardada allí desde siempre. Ella lee en él las palabras que Dios le dirige. A través de él descubrió la voz de Dios de una forma especial y personal. No podría haber sido a través de otro. La castidad en el matrimonio tiene que ver con la pertenencia. Es un sello. Nos pertenecemos mutuamente y juntos a Dios. Pero juntos. ¿Hace cuanto que no le digo, o le escribo a mi cónyuge que es el único, que con él la vida es diferente, que me ha cambiado la vida, que me encanta como es, que una y mil veces le volvería a elegir, que le quiero para siempre? La castidad es un fuego interior y se manifiesta en el exterior. En el pudor externo ante personas que no son mi cónyuge. En la forma de mirar, de estar, de relacionarnos con otros. Pero es algo interior. Creo que es sano cultivar lo exclusivo con mi cónyuge. No significa sólo no cultivar la relación con personas que no sean mi cónyuge, o no pensar en otros, sino tener entre nosotros una complicidad, una intimidad, algo que nos hace únicos. No desparramarnos en el resto, en el mundo. En los amigos, en la vida, ni siquiera en los hijos. Nos preguntamos: ¿Cómo es mi historia de amor con marido, con mi mujer? ¿En qué momento estamos ahora? ¿Cómo es la expresión de mi ternura? ¿Cómo necesita mi cónyuge que la exprese? ¿Cómo recibo yo su ternura? ¿Qué necesito de él?

Las caricias físicas expresan lo que las palabras no saben decir. Creo que es importante no herir al otro rechazando caricias que en un momento pueden costar. Por otro lado, pienso que para que una caricia sea pura, tiene que expresar algo del alma. Para la mujer es más evidente. Para el hombre no tanto. El hombre es más capaz de separar los campos. Puede tener relaciones aunque haya habido antes un desencuentro. En la mujer va todo unido. En eso tenemos que ayudarnos. A veces lo físico sana el alma. Y nos ayuda a encontrarnos. Y otras veces, es verdad, antes hay que hablar, o salir juntos, o escribirse, o rezar y pedirse perdón, antes que recurrir a la expresión física. En eso cada uno tiene que cuidar al otro. Saber esperar, pensar en el otro, también en las caricias. Pensar en el otro siempre. La ternura. La pasión. La mirada. La intimidad. Las caricias. Renunciar a mí por amor al otro. Aprender en cada etapa de nuestro matrimonio a expresar el amor que damos por hecho. Ser creativos. Creo que hoy podemos pensar cada uno cómo es mi ternura hacia el otro. En qué necesitamos cuidar más la intimidad, la exclusividad. La pasión. ¿Cómo creo yo que necesita el otro que yo le muestre que lo quiero? ¿Cómo es mi ternura?

La castidad nos habla de un amor profundo por mi cónyuge. El día de nuestra boda se lo dijimos: «Sólo por ti. Sólo tú». Pero creo que la castidad tiene que ver con esforzarnos por vivir esto cada día, en cada momento y luchar para que el otro lo sienta. Que se sienta seguro a mi lado. Lo que vivimos entre nosotros es nuestro. La castidad no es un «no» a ciertas cosas. Es más bien un «sí» hondo y sencillo al otro. Mi camino de santidad es con el otro. Vamos juntos hacia el cielo. Tiene que ver con la exclusividad y la pertenencia. La castidad tiene que ver con la pasión. Con el amor hacia el otro de forma integral. Con mi cuerpo y con mi alma. En las palabras y en los hechos. En los gestos. Me guardo para darme a él. Sólo a él. Sólo a ella. La castidad siempre tiene que ver con la renuncia y con la pasión. Los dos pilares son importantes. La castidad matrimonial tiene que ver con la expresión más honda de caricias, gestos y palabras. Muchas veces caemos en el mutismo, en la pasividad: «Yo te quiero, ya lo sabes». ¡Cuántas veces pasa en el matrimonio! Creo que es importante cuidar y expresar ese amor. Cuidarlo interiormente y expresarlo hacia fuera. Expresarlo, a veces como yo sé y a veces cómo sé que el otro necesita recibirlo. No hacerlo así puede ser motivo de muchas crisis. Yo necesito una cosa y el otro me da otra diferente. El egoísmo nos aleja. Somos distintos, tenemos distintas necesidades de expresar y de recibir la expresión del amor. Tenemos que encontrar espacios comunes. No que uno siempre se sacrifique y el otro gane. ¡Cuántas veces nos quedamos en lo que yo necesito, lo que yo deseo! El pensar en el otro nos acerca siempre. ¿Qué necesita el otro, qué detalles necesita, qué caricias físicas y del alma? La castidad es el cuidado de ese amor único hacia el otro. Ese amor que me hace reposar, me hace sentir seguro, me hace ser mejor. Se expresa en las caricias, en los detalles, en los abrazos, en los besos, en esas cosas prácticas que descansan al otro. Son palabras, silencios, ternura, pasión. Consiste en estar sencillamente juntos. Cada uno tiene que encontrar sus formas, sus tiempos. También en lo físico. Y también en formas de protegerse hacia los que no son mi cónyuge. No pensar en personas que no sean mi marido o mi mujer. Querer agradar a mi cónyuge en mi forma de vestir. Que sienta que es por él. Cuidar la complicidad cuando estamos en público. No abandonar al otro. Que sienta que estoy ahí. No contar nuestra vida más intima a otras personas. No reírme de él ni quejarme de él todo el tiempo. El primer ámbito de intimidad siempre es mi marido o mi mujer. Nunca un compañero de trabajo, un amigo, ni siquiera debería serlo el sacerdote. Lo que tenemos entre nosotros es nuestro y no se lo contamos a cualquiera.

Es importante cuidar la intimidad sin móvil, sin ordenadores, sin series de televisión. Estar juntos sin más. Para cuidar esa vida entre nosotros. Para no desparramarnos. La castidad es elegir y hacer sentir al otro esa elección. Cuidar lo nuestro. La pasión y la complicidad. La intimidad y el pasarlo bien juntos. Las caricias y el estar tiempo solos. No dispersarnos en los hijos, en los amigos, en reuniones de Schoenstatt. El otro es lo primero. Siempre lo primero. Por el otro hago cosas que no haría en mi vida y dejo de hacer cosas que me gustaría hacer. Y lo hago sin amargarme, feliz. Por el otro lo dejo todo. Por el otro comienzo de nuevo. El otro es para mí el amor único. Cuando nos enamoramos de novios, vimos en la otra persona algo que nunca habíamos visto antes, algo que nos completaba, que nos complementaba, que nos encantaba. ¿Qué era eso? Ahora con más motivo lo vuelvo a recordar. ¿Sigue vivo en mi alma? El otro es mi camino. Mi vida. Mi hogar. ¿Qué es eso único que tiene el otro que me completa, que me hace feliz? La castidad también tiene que ver con la verdad. Con no mentir nunca al otro. Ni con pensamientos, ni con palabras, ni con secretos. La limpieza. La pureza. No hay doblez ni puntos oscuros. Que el otro siempre sepa en qué estoy. Mi mirada. ¿Cómo le miro? 

(Continuará)

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