La hora de la Madre

La hora de la Madre Una reflexión sobre el mundo de nuestros días, y sobre cómo Schoenstatt presenta medios para hacerle frente.

| Marcel Gonzalo Unzueta Marcel Gonzalo Unzueta

El místico y poeta lírico Fray Luis de León, en su exquisita composición Vida Retirada, hace referencia a una senda escondida "por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido".

La era supertecnológica en la que vivimos parece empeñada en no mostrarnos caminos que conduzzcan al amor, la amistad y la solidaridad, pues la mujer y el hombre de hoy menosprecian los valores auténticos que ofrece la vida y opta, en cambio, por aplicar cánones falsos en sus apreciaciones sobre ética y moral por la vida religiosa o, simplemente, por la vida misma.

A ello se suma el pesimismo y desaliento, que disminuyen la capacidad de actuar, creer o no buscar la presencia amorosa y creadora que surge de las profundidades del amor divino.

Sin embargo, pese al desaliento y la pérdida gradual de gran parte de la humanidad sobre su entorno, la necesidad de buscar senderos ocultos ha comenzado. Se dirá que existen senderos como posibilidades de llegar hasta ellos mismos o de guiarse a través de estos. Uno de estos es el sendero de Shoenstatt, que tiene la guía espiritual más preciosa que podíamos tener: la Madre, a la que Papa Francisco recurre cada vez que debe solicitar o agradecer por su entrega cotidiana.

Esta senda tan preciada fue mostrada al mundo contemporáneo por el Padre José Kentenich, un hombre de Dios que supo proyectar esperanza, futuro de fe y coraje para los nuevos y viejos desafíos que convulsionan a esta humanidad.

El Padre supo que caminar por el sendero del amor de Shoensttat era una tarea muy difícil, acompañada de pequeñas y grandes alegrías, pero también de llanto y sacrificios.

En la sociedad líquida que vivimos hoy, como la llama la moderna sociología, se están perdiendo valores fundamentales como la fe y la esperanza. Si el Padre conoció la insensatez de dos guerras mundiales, hoy vivimos nuevas formas de conflictos, no sólo a nivel continental sino planetario. Si la China se resfría, Estados Unidos y Europa estornudan.

A propósito de esto, el Papa Francisco acaba de lanzar tres profundos mensajes: en primer lugar, no tener miedo de amar, a ser bondadosos; en segundo lugar, a que el verdadero poder está en servir a los demás; y por último, dedicado a los jóvenes, a que no se dejen robar la esperanza. Para quienes vivimos en la mística de Shoenstatt sus palabras nos viene al encuentro, pues hoy, como la situación vivida por el monje español, se cree poco en el amor y más bien tropezamos con la desconfianza.

Nuestra situación de cristianos comprometidos nos impulsa a interesarnos por aspectos esenciales de la vida, la libertad y trascender a una dimensión horizontal e interpesonal de la vivencia actual del mensaje de fe.

Y es que seguir el sendero mariano del amor es una respuesta a nuestra existencia: Nada sin Ti, nada sin nosotros. Shoenstatt tiene delante un verdadero desafío. No solo sumarse a esas voces que predican en el desierto, sino también a escuchar el lenguaje de amor y misericordia infinita que nos transmite la Madre- como dijo recientemente el Pontifice durante el reciente Angelus - y nos abre a un mundo nuevo, un mundo en el que predomina la gracia y el amor, nos somete a criticas y quiere transformar nuestra historia de dolor. El sendero que nos lleva hacia la Virgen Madre, hija de tu Hijo, como la describe Dante Alighiere, es un signo de la misericordia de Dios para con nosotros

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