La humildad es la grandeza del hombre

La manera en la que uno vive será la forma en que será recordado. Cuando llega el momento de entregar el cuerpo a la tierra, viene el reconocimiento de todas las obras hechas. Doña María Mares fue un ejemplo del acercamiento a Dios que se puede lograr desde la humildad. Fallecida a los 84 años, el pueblo de Villa Arista, en México, lloró su pérdida.

| Lucía Zamora Valero Lucía Zamora Valero

Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, luchamos por ser reconocidos, admirados o simplemente ser vistos por los demás. Queremos tener un poquito de fama en nuestra corta vida. El ser, pertenecer y tener son parte de nuestro inconsciente. Luchamos día a día por no ser ignorados. Queremos ser aplaudidos por todo aquello que hacemos o dejamos de hacer: nuestro trabajo, nuestra lealtad, nuestra forma de vestir, de hablar, de cantar y muchas otras cualidades o aptitudes que tenemos y que nos hacen sentir seguros.

Pero la vida nos es de aplausos ni adulaciones. La vida tiene sus altos y bajos, sus problemas, miedos, ironías e injusticias, buenos y grandes momentos que muchas veces no sabemos disfrutar, pues seguimos en la eterna búsqueda de nuestra gran dosis de fama. Nos olvidamos que existe algo tan exquisito y tan dulce y que además enriquece el alma, con una mini dosis de gloria y bienestar, pero con una gran dosis de sabiduría. Es la humildad, algo que deberíamos practicar a diario, con nuestra gente y en nuestro entorno. Sin embargo, nos cuesta trabajo ser humildes: es duro no ser reconocidos por nuestras obras y conocimientos... es duro no ser vistos.

Hace unos días murió la madre de una amiga muy querida. Desafortunadamente, no tuve la oportunidad de conocerla en persona y sólo lo hice por pequeños comentarios que mi querida Toñita hacia sobre ella. Pero creo que fue suficiente, pues logré captar la esencia y la personalidad de doña María Mares. Me parecía una mujer sencilla, bondadosa con su gente y con su familia. Que pasó por dificultades, que con esfuerzo supo guiar a sus hijos, dándoles educación, valores; sobre todo, les inculcó la buena voluntad hacia los demás. Fue una mujer que incluso sobrevivió a un secuestro, a sus casi 80 años de edad. No decayó en su fe y sólo creció en su sabiduría y en su gratitud a Dios por dejarla vivir unos años más.

Doña María falleció a los 84 años. Días antes de su muerte, seguía atendiendo una pequeña tiendita de abarrotes en un pueblito cercano a la capital potosina (México). Trabajando desde muy temprano, disfrutaba platicar con la gente, y no faltaba quien saliera de ese lugar con algo...fiado o regalado. Ella vivía sola, pero siempre estaba acompañada. El párroco del pueblo la visitaba regularmente; sus hijos y vecinos siempre estaban pendientes de ella. Los fines de semana su casa estaba llena.

Nos enteramos una semana después de que murió. Fue sepultada en su querido pueblo, Villa de Arista. Sus hijos no quisieron avisar a los amigos, ya que el lugar estaba rodeado de soldados y policías. Había habido un problema, como los que últimamente hay en México, con el narcotráfico. No se pudo acompañar a una familia dolida, pero Toñita nos contó que todo el pueblo había asistido a la misa, que las florerías se quedaron sin flores, que el periódico de la localidad le dedicó una columna, que el párroco habló con mucho cariño en su misa y que llegó gente desconocida a su casa a rezar el rosario. Me pareció extraordinario, pues no cabe duda que la manera en la que uno vive es la forma en la que será recordado. Cuando llega el momento de entregar el cuerpo a la tierra, viene el reconocimiento de todas las obras hechas, obras realizadas en el nombre de Dios, obras que nunca fueron vistas ni aplaudidas, siempre llenas de humildad, y que, al final, son reconocidas y agradecidas con mucho amor por la gente y por Dios.

Doña María, todo lo que tenemos que aprender de usted... Desde un pequeño pueblito y detrás de un mostrador, supo encontrar a Dios. Ahora debe estar tomando café con Él, disfrutando de una linda charla, una de esas tantas platicas que su gente extraña. Lástima que no nos enteramos de su muerte a tiempo, seguro que ahí hubiésemos estado. Siempre valdrá la pena acompañar a una amiga que fue guiada y educada con humildad por una mujer llena de amor, sabiduría y gratitud. Ahora sé que la humildad alcanza su máxima gloria a la hora de la muerte y en la presencia de Dios.

Dedicada a Doña María Mares.

Por Lucía Zamora Valero
México
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