La Ingeniería y Mario

        Testimonio publicado en la página web de la Universidad Católica de Chile. Es de un joven profesor de la Facultad de Ingeniería, el mismo lugar donde Mario Hiriart estudió y fue docente. Nos parece ahora que otro "joven Mario", inspirado en y por él, continúa su tarea del modo y profundidad de miras que cultivaba el Mario original.  

| Claudio Gelmi Profesor de la Facultad de Ingeniería UC Claudio Gelmi Profesor de la Facultad de Ingeniería UC

Es posible que haya habido otros a lo largo de la historia de 50 años de cuando Mario dejó su trabajo universitario, pero no lo supimos. Ahora, esta palabra dicha como testimonio cobra toda su fuerza y sentido, pues nos deja claramente frente a una realidad que existe, que se vive como misión, y toca la vida de los alumnos educándolos, tal como Mario deseaba. Gracias a Dios que nos regala sorpresas así, para dar impulso a nuestra labor cotidiana, y presenciar con qué razón Mario abanderaba el ideal de la "espiritualidad del pequeño camino de la vida diaria":
"Madrecita, tú me pides vivir día a día como una consagración permanente. Eso sólo es posible cuando hay una efectiva ofrenda en los actos concretos, pequeños, de la vida diaria; en las dificultades soportadas con verdadera alegría; en el trabajo cotidiano ofrecido y realizado con la máxima perfección; en el ofrecimiento continuo de la vida para que se realice nuestra alianza de amor."

«Entendí que para poder aspirar a ser un mejor docente debía preocuparme de manera especial por mi formación, tanto técnica como espiritual»

La docencia diaria: una expresión de mi fe:

Recuerdo vívidamente cuando un colega hace doce años atrás leyó las palabras de un ex profesor de nuestra Escuela de Ingeniería, quien es hoy Siervo de Dios, Mario Hiriat Pulido: «...Tengo interés por dignificar el cargo de profesor... Debe ser algo más que un señor que se limita a exponer su materia lo mejor que pueda, y se quede conforme con eso; debe ser mucho más, un amigo y un consejero de sus alumnos, interesarse por ellos personalmente, encaminarlos no sólo en el aspecto profesional, sino también en el moral; el ideal de profesor según nuestro concepto verdaderamente cristiano debe ser aquel que es capaz de comulgar, rezar, pedir a Dios por sus alumnos, e incluso hacer sacrificios y ofrecerlos a él por el bienestar moral y corporal de aquellos». Esas palabras calaron profundo en mí, llegaron en el momento justo, con la intensidad adecuada y, por sobre todo, cargaban con el peso de la respuesta a una pregunta que me inquietaba desde hacía ya bastante tiempo: ¿a qué estamos llamados los profesores católicos en esta universidad? La respuesta estaba a mis pies. Ya no tenía excusas para mirar para el lado y no recomenzar con mi labor como docente, ahora con la claridad y
dimensión que carecía: la sobrenatural.

Ser docente en una universidad católica de excelencia se había transformado en una responsabilidad aún mayor. No podía quedar indiferente frente a aquellas palabras. De esa manera, la convicción de entregar lo mejor de mí dentro y fuera de la sala de clases pasó a ser la forma de expresar mi fe. Para ello, tuve que internalizar que mi rol no solo se limitaba dentro de la sala de clase, sino abarcaba todo mi quehacer cotidiano. Entendí que para poder aspirar a ser un mejor docente debía preocuparme de manera especial por mi formación, tanto técnica como espiritual. Desde aquel momento, han sido piedra angular numerosos cursos, talleres de capacitación y de formación espiritual
de la Pastoral UC. Cada uno de ellos ha dejado su impronta en mí, permitiéndome avanzar en la dirección de las palabras del profesor Hiriart. En lo más íntimo de mi docencia, he aspirado a vivir la caridad intelectual ese acto de amor y humildad en el cual, nosotros los docentes, acompañamos a los estudiantes en la búsqueda de la verdad, comunicando en el trayecto, nuestra intensa pasión por ella.

Uno no se encuentra solo en esta aventura. Innumerables colegas han contribuido con su valioso ejemplo; con ese trabajo realizado con cariño, con sus detalles, dedicación, empeñados en lograr aprendizajes profundos en sus estudiantes. Compartimos esa visión de la importancia de la misión y la responsabilidad de formar personas, pero no porque es un deber, sino porque es nuestro llamado, nuestra vocación. Vocación que, por lo demás, el tiempo sabe poner a prueba una y otra vez.

Existe un momento muy especial en la carrera docente, y se manifiesta cuando tenemos esos encuentros fortuitos o recibimos esos correos electrónicos espontáneos de estudiantes que ya han dado el paso al mundo profesional. En especial, de aquellos ex alumnos que demuestran su alegría por haber conquistado y puesto en uso ese conocimiento; por haber entendido en el día a día de su labor profesional, lo que uno trató de transmitir durante esas o aquellas clases. Esos alumnos, sin saberlo, alimentan mi convicción de que la tarea realizada semestres atrás logra dar sus frutos. Sin ellos, definitivamente mi palabra empeñada en entregar lo mejor en cada clase no tendría el mismo peso.

Hoy en día, si la puerta de mi oficina se encuentra abierta, es porque delata ese sincero deseo de iniciar juntos la extraordinaria aventura de aprender, en una Universidad creada hace 125 años para el servicio a los demás.

«Compartimos esa visión de la importancia de la misión y la responsabilidad de formar personas, pero
no porque es un deber, sino porque es nuestro llamado, nuestra vocación».

 

 

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