“No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos”

                   “No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos” (Proverbio holandés)                 Una excelente reflexión sobre el aporte de los “grandes”, y sobre cómo es posible encontrar en el otoño de la vida diversas maneras de seguir creciendo, entregando y enseñando.    

| Roberto Prieto Roberto Prieto

Escena Uno:

Días atrás fuimos con mi señora a una fábrica-distribuidora que ofrece una rebaja de 30% sobre el precio marcado para juegos de sábanas nuevas al reciclar las antiguas. Una vez elegidas las que queríamos y revisadas por la tienda las sábanas que estábamos reciclando, vino la operación de envolverlas; cada juego nuevo venía en un sobre plástico con un cordelito para tomarlas y trasportarlas cómodamente, pero la persona que amablemente nos atendía tomó otra gran bolsa de plástico para poner ambos sobres en su interior.

Como yo había leído unos afiches que están puestos en el interior de la tienda y que son similares a la propaganda publicada en el diario, hice mención al concepto ecologista que sustenta la oferta pidiéndole lo más amablemente posible, con una sonrisa suave en mi cara, que no me diera más bolsas plásticas, que sólo van a parar a la basura, que se demoran unos cientos de años en degradarse, que estaba demás, que era excesivo, etc, etc.

Con similar sonrisa la persona que nos atendía acogió mi petición y guardó la enorme bolsa para otra ocasión, y mientras yo tomaba por los cordelitos nuestras nuevas sábanas, otra de las señoras que atendía en la tienda me miró dulcemente y sin ningún ánimo de ofensa (asumo esto) me dijo algo así como: “lo felicito….la verdad es que pocas personas son tan ecológicos como usted…y la mayoría son jóvenes...para ser exacta, no me había tocado hasta ahora verlo en una persona tan mayor”

Escena Dos:

 

Me subí al carro del metro y logré tomarme de una de las barras con la secreta intención de no desequilibrarme cuando partiera o frenara; lo hice con naturalidad y miré a mi alrededor con la cabeza levantada, la mirada firme, aguantando el aire de manera que el volumen de mi barriga disminuyera lo más posible. Moví los pies acompasadamente, y hasta con cierta agilidad para mostrar a quien quisiera verlo mi buen estado físico.

Todo fue en vano, ya que a la siguiente parada del metro, cuando quedó un asiento desocupado y habiendo a lo menos una decena de personas paradas muy cerca de él, pareciera que todos se pusieron de acuerdo para ofrecérmelo.

De pronto me vi sentado con las manos entrelazadas sobre mis piernas, mi barriga más dilatada y la mirada mantenida brevemente en todos y en nadie, con un dejo de cansancio que evidentemente sentía luego de haber estado durante toda esa mañana en trámites varios que me obligaron a caminar bastante, esperar de pié por respuestas que se tardaban en darme, por esa sensación de haber intentado mucho sin grandes resultados, y lo más frustrante, pensar que hasta hace unos pocos años atrás todo lo vivido durante esa mañana habría sido solo un precalentamiento para asumir verdaderos desafíos físicos

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Ambas escenas vividas en un período de tiempo muy, pero muy breve, no me dejan indiferente, pero, lejos de caer en la depresión en que caen muchas personas que porfiadamente y sin ninguna opción de ganar la batalla se niegan a aceptar el paso de los años por su vida, yo intento ver el lado amable y positivo de la vida de quienes ya ostentamos  experiencias varias y podemos llamarnos en propiedad “grandes”, sin estar necesariamente “deshilachados” pero con claros indicios de uso prolongado.

Hay muchas cosas que hoy puedo hacer y quiero compartirlas con todos aquellos que alguna vez pueden llegar a sentirse inhabilitados y por ello llegan a justificar (y justificarse) de excluirse y no participar de acciones posibles y necesarias:

  • Puedo disponer del tiempo necesario para acompañar y servir a quienes necesiten de mi compañía;
  • Puedo  ofrecer desde mis limitaciones y dolores un Capital de Gracias constante, el que la Mater hará fecundo;
  • Tengo en mis manos la posibilidad de mostrar a las generaciones venideras que la Alianza de Amor es algo que al schoenstattiano, (guardando las proporciones y sin ánimo ni intención de caer en una herejía) al igual que el bautismo, le imprime carácter;
  • Puedo testimoniar que, al igual que nuestro Padre Fundador, mi compromiso con la familia de Schoenstatt es vitalicio;
  • Puedo contar a mis nietos, con propiedad y en detalle, de la niñez de uno de sus padres, de la belleza de la familia que formamos con su abuela, de la historia sagrada que es la historia de nuestra propia familia.

 Para terminar, cito a Epicuro (IV -III A.C) en su carta a Meneceo, donde escribe: “No se es nunca demasiado joven o demasiado viejo para conocer la felicidad. A cualquier edad es bello ocuparse del bienestar de nuestra alma”. Siento que está escribiéndonos hoy a cada uno de quienes no encontramos frecuentemente la belleza de vivir el día a día en esta nuestra etapa del otoño de la vida.

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