Novena de Preparación al 31 de Mayo día 7

DIA SEPTIMO  MARTES 28 DE  MAYO      

| Juan Enrique Coeymans A. Juan Enrique Coeymans A.

Oración Inicial

Padre Dios, (espiritualmente) desde  nuestro Santuario, te pedimos que envíes tu Espíritu a nuestra alma. Ese es el regalo que no puedes  negarnos jamás.

Y en el Espíritu Santo, te bendecimos y alabamos, porque tu Hijo Jesús nos ha hecho hijos tuyos y, con él, coherederos del reino.

Como a  él, nos diste  a  María por Madre, para que nos educara  a fin  de ser,  algún día, rostro  e imagen de  Cristo para las demás personas.

Prepara  nuestro corazón durante estos días previos a la celebración del Tercer Hito de la historia de Schoenstatt, para renovar en lo profundo nuestra alianza   de Amor con María, con nuestro padre fundador y con todos nuestros hermanos de  Schoenstatt.

La Alianza nos impulse, en la fuerza de la misión del 31  de Mayo,  a  luchar en la vida  diaria con constancia, sencillez y filialidad, por una santidad cotidiana y silenciosa, y renueve en nuestro corazón el deseo de  acompañar  a nuestro fundador  en la tarea de  construir un mundo donde se ame, se piense y se viva orgánicamente.

Te lo pedimos con María, nuestra Madre, Reina y Educadora, en nombre de  Jesús que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Texto tomado de la Plática del 31  de  Mayo

La Santísima Virgen permanece fiel.  No tienen por qué angustiarse.  Es cierto que en general hay poca fidelidad.  Pero la Santísima Virgen es la "Virgo fidelis", la Virgen fiel.  Ella nos ama aunque no andemos con un traje tan limpio; incluso, si alguna vez le hemos vuelto las espaldas, ella nos es fiel.  Su fidelidad termina sólo cuando nos sabe allá arriba en el cielo...

Meditación

Nuestro padre sabía lo que era la fidelidad. De hecho era la virtud que el más admiraba. Porque él era  fiel, con una fidelidad más allá de la muerte.

Tres años  antes de morir, Hilda, la mujer de Jesús María Pagan, le preguntó: ¿Padre, usted, cuando se vaya al cielo, que va a hacer? El padre sonrió y le  respondió: me compraré un  cordel largo para tirárselo a  cada uno de  mis hijos de Schoenstatt y llevarlos conmigo al cielo... igual como dice de María en ese trozo de  la plática.

La cruzada  del 31  de Mayo implica construir un mundo orgánico, pero también formar hombres que tengan sensibilidad para el cielo. Nadie  va  a llegar al cielo sin haberlo anhelado y nadie va a anhelarlo sin haber amado.

Pareciera que Jesús, por  boca de nuestro padre, nos dijera:

“Estén tranquilos, tengan una santa preocupación despreocupada. Yo no los abandonaré nunca ni mi Madre tampoco.

Si ustedes se  vinculan a ella, si creen sinceramente que ella es la Virgen fiel, van a llegar al cielo, van a llegar a la plenitud del amor; eso es el cielo.

Toda la obra de la redención es un gran plan para  llevar  a los hombres al corazón del Padre. Ese es mi plan, mi locura, mi sueño.

Pero no los puedo llevar  a la  fuerza. Libremente  deben optar por el amor  o por el desamor; por la entrega a los demás o por el servicio de sí mismos; por la misericordia y el perdón o por el rencor y el no-olvido; por el sacrificio en bien de los otros o por la búsqueda de la propia  felicidad, a costa  de  los otros.

Mi Madre y yo, queremos que, digna y libremente, ustedes se  tomen de nuestras manos y se  encaminen hacia el cielo, amando  a los demás con sencillez y hondura.

La misión del 31  de Mayo que les di, a través de mi hijo José Kentenich, es para que ustedes  se  acostumbren a  amar integradamente, no separando nunca el amor de Dios del amor al  hermano. Para que no teman al amor humano, porque allí nos van a encontrar siempre…”

 

Oración final

Señor Jesús, gracias por tu fidelidad, por la fidelidad de la Mater y por la fidelidad de nuestro padre.

Gracias porque ustedes desean y sueñan tenernos siempre a su lado, para que podamos ser  “aparitio Christie y aparitio Mariae”, aparición de  Cristo y aparición de  María  en medio de los hombres.

Gracias por la fidelidad de la Mater a quien, cuando cada día rezamos el Ave  María, le decimos: “ruega por nosotros en la hora de  nuestra muerte”. Y ella jamás  se  hace oídos sordos  a esa petición, acompañándonos en el momento supremo y final de nuestras vidas. Así lo hemos experimentado en la partida de tantos hijos de  Schoenstatt.

Regálanos, Señor, al igual que al siervo de Dios José Engling, la gracia de confiar siempre en la fidelidad de María y por eso no temer emprender  acciones y trabajos por construir un mundo  más orgánico en  nuestro ambiente.

 Amén.

 

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