¿Por qué tanta saña contra la Iglesia Católica?

        Con todo este lío de la pedofilia y la consecuente crítica a la Iglesia, me puse a investigar en Internet qué piensan de la Iglesia Católica los que se han convertido a ella ya adultos, encontrando que sus opiniones y fortaleza de fe son una fuente fresca de inspiración y convencimiento de que nuestra religión es realmente completa e integradora de todas las características naturales y espirituales que Dios puso en el ser humano. Muchos que tuvimos la gracia de Dios de nacer en cuna católica, tendemos a...    

| Mario Requena Mario Requena

Con todo este lío de la pedofilia y la consecuente crítica a la Iglesia, me puse a investigar en Internet qué piensan de la Iglesia Católica los que se han convertido a ella ya adultos, encontrando que sus opiniones y fortaleza de fe son una fuente fresca de inspiración y convencimiento de que nuestra religión es realmente completa e integradora de todas las características naturales y espirituales que Dios puso en el ser humano. Muchos que tuvimos la gracia de Dios de nacer en cuna católica, tendemos a criticar a la Iglesia con esa pasión que nos da el derecho a fustigar lo que es intrínsecamente nuestro; sin embargo, algo que nos falta sobremanera es estudiar los principios que guían a nuestra Iglesia y evitar asumir que los pecados de sus miembros son pecados de la institución misma.

Tiempo atrás leí un artículo de un intelectual agnóstico que opinaba que la peor abominación humana que habría existido sobre la tierra, Hitler, nació dentro de una familia austríaca católica y eso le daba argumentos para concluir que la religión católica era cuna de seres maléficos y perversos. Obviamente, la opinión venía de una persona que se solazaba en criticar a la Iglesia Católica y que, además, expresaba poca objetividad y lucidez, pero el ejemplo sirve para mostrar que, si bien la terrible aberración que cometieron algunos sacerdotes se vio magnificada por la conducta equivocada de algunos miembros de la jerarquía católica que escondieron el crimen, el ataque que hoy sufre la Iglesia es particularmente rabioso y además sesgado. Dicho ataque viene principalmente de aquellos que profesan denominaciones cristianas marginales, cuya interpretación de la vida natural y espiritual se basa en que Dios es castigador y vengativo, que el ser humano está predestinado al pecado y que sólo la gracia de Dios nos salvará, cuestión que la Iglesia Católica no profesa ni menos defiende, ya que nosotros creemos que si bien la gracia de Dios es clave para salvarnos, nuestros méritos acá en la tierra también son necesarios para merecer el Cielo.

Una explicación que satisface sobre el por qué de la mordacidad de este ataque es que la Iglesia Católica tiene la virtud de denunciar la falta de moral y valores del ser humano moderno y dada la claridad de su mensaje no es posible negar su certidumbre; cuestión que incomoda a muchos, ya que en lo profundo de sus conciencias hay una voz que les dice que lo que están defendiendo y por ende como se están comportando es, lisa y llanamente, errado.

Nosotros diríamos que esa voz es el llamado persistente del Buen Pastor, que nunca se cansa de buscar a sus ovejas. Sin embargo, para aquellos que ya no creen en parámetros dados por la moral cristiana, ese llamado es inaguantable ya que les recuerda cada segundo de sus vidas que algo está mal en ellos y que deben cambiar sus conductas. Por ello es que cuando algunos católicos cometen pecados – “mejor aún” si son sacerdotes-, estos defensores de la cultura mecanicista se sienten superiores, ya que según ellos los crímenes cometidos por algunos curas serían suficientes para demostrar que la Iglesia Católica, en su totalidad, es una farsa. La crítica es particularmente acerva bajo la esperanza de que se hunda la única entidad de este mundo moderno que se atreve a señalar con el dedo lo que está mal en el ser humano.

Volviendo a los conversos al catolicismo, una cosa que destaca en ellos es su profunda sed de conocer, leyendo y estudiando, no sólo la Biblia sino a todos los apologistas laicos que han demostrado de mil maneras que la religión católica, tanto desde el punto de vista filosófico, ético como también teológico, tiene profundas bases en una concepción divina del ser humano que otras religiones no son capaces de sustentar. Así, tales religiones quedan como caminos para llegar a Dios, si bien válidos, menos esperanzadores, más complicados y menos comprensibles para la inteligencia y la razón humana.

Esta sed de entender y practicar su nueva religión es lo que nosotros, los católicos de siempre, hemos perdido. Y a estos conversos debiéramos imitar como una forma segura de renovar nuestra fe. El leer sobre la Iglesia y sus santos nos permitirá enorgullecernos de los cientos de miles de sacerdotes y monjas que, en el pasado y el presente, han dado sus vidas siguiendo lo que según el apóstol Marcos el propio Jesús afirmó: “‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éste”.

Finalmente, toca destacar algo propio de los católicos y que atrae sobremanera a los convertidos al catolicismo y que es el concepto del perdón, derivado del amor que Dios nos tiene. El perdón nace de la bondad divina traspasada a nosotros y del amor natural que se tiene al que cometió la culpa. Cuando se perdona una gran culpa, entonces se habla de que el que perdona tiene magnanimidad. Si además se perdona el castigo merecido por la culpa, entonces se es clemente. En estos momentos nos toca a cada uno de los católicos comportarnos para demostrar que los pecados cometidos por nuestros hermanos nos duelen y, llegado el caso, nos toca a nosotros también expiarlos. Asimismo, debemos tener magnanimidad por todos esos pobres pecadores. Pero en lo que toca a la clemencia, que lo decida la justicia humana.

 

Mario Requena

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