¿Progresista o conservador?

En su época, mi abuelo era considerado como un liberal. Mi padre me contaba cómo, siendo él aún un niño, les llevo a los cuatro hermanos a la celebración que tuvo lugar en la Plaza de Oriente madrileña con motivo de la caída de la monarquía y la instauración de la república. Para mi abuelo eso era para un avance histórico de la sociedad. ¡Qué sorpresa se llevaría si pudiera observar el avance social conseguido en España en los últimos años bajo un régimen monárquico! Para él la religión era una reliquia del pasado, un asunto de curas, beatas y gente anciana. ¡Qué sorpresa se llevaría si pudiera observar el millón y medio de jóvenes reunidos en Madrid en torno al Papa 80 años más tarde! Mi padre bebió de esas fuentes y, como no podía ser de otra forma, fue un opositor al régimen del General Franco y totalmente alérgico a cualquier tipo de autoridad y a la pertenencia a grupos. Con esos antecedentes, y aunque solo fuera por lealtad a las tradiciones familiares, no es de extrañar que en algún momento de mi vida me planteara la pregunta: ¿Soy progresista o conservador?...

| César Fernández-Quintanilla (España) César Fernández-Quintanilla (España)

En su época, mi abuelo era considerado como un liberal. Mi padre me contaba cómo, siendo él aún un niño, les llevo a los cuatro hermanos a la celebración que tuvo lugar en la Plaza de Oriente madrileña con motivo de la caída de la monarquía y la instauración de la república. Para mi abuelo eso era para un avance histórico de la sociedad. ¡Qué sorpresa se llevaría si pudiera observar el avance social conseguido en España en los últimos años bajo un régimen monárquico! Para él la religión era una reliquia del pasado, un asunto de curas, beatas y gente anciana. ¡Qué sorpresa se llevaría si pudiera observar el millón y medio de jóvenes reunidos en Madrid en torno al Papa 80 años más tarde! Mi padre bebió de esas fuentes y, como no podía ser de otra forma, fue un opositor al régimen del General Franco y totalmente alérgico a cualquier tipo de autoridad y a la pertenencia a grupos. Con esos antecedentes, y aunque solo fuera por lealtad a las tradiciones familiares, no es de extrañar que en algún momento de mi vida me planteara la pregunta: ¿Soy progresista o conservador?

Para poder encontrar la respuesta lo primero que necesitaba era aclararme con el significado de estos dos términos. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, una persona progresista es una persona de ideas políticas y sociales avanzadas enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad mientras que un conservador es una persona favorable a la continuidad de las estructuras vigentes y defensor de los valores tradicionales. ¡Pues vaya! Yo me consideraba una persona con ideas avanzadas enfocadas a la mejora de la sociedad, pero, al mismo tiempo, creía que hay que mantener muchas de las estructuras vigentes y muchos valores tradicionales que han demostrado sobradamente su utilidad social o política.

Para poder decantarme en uno u otro sentido necesitaba precisar un poco más estos dos conceptos. Buscando ayuda en este sentido, me encontré en Internet con un interesante video sobre el tema
(http://www.ted.com/talks/lang/spa/jonathan_haidt_on_the_moral_mind.html)

En el, Jon Haidt, un profesor de sicología de la Universidad de Virginia, describe los cinco valores fundamentales que deben ser considerados a la hora de definir cuales son las raíces morales dominantes en cada tipo de persona:

1. Cuidado por los demás (sentir compasión por los demás, especialmente por los más vulnerables; tratar de protegerlos)
2. Justicia y reciprocidad (tratar a todos por igual)
3. Lealtad al grupo de pertenencia
4. Respeto a la tradición y a la autoridad
5. Pureza (evitar actos, alimentos u objetos considerados indeseables).

Haidt, en un estudio realizado sobre 30.000 personas de diferentes países, encontró que aquellos que se consideraban como progresistas (o liberales) tenían una moralidad sustentada fundamentalmente en dos pilares –la protección a los demás y la igualdad y la justicia- mientras que los conservadores tenían una moralidad más equilibrada, sustentada casi por igual en las cinco raíces morales mencionadas.

De acuerdo con Haidt, el núcleo del desacuerdo entre progresistas y conservadores está en la importancia que estos últimos dan a la lealtad al grupo, a la autoridad y a la pureza. Los progresistas consideran que la acentuación de estos tres valores entraña tres amenazas: la xenofobia, el autoritarismo y el puritanismo. Por su parte, los conservadores consideran que cuestionar la autoridad y la lealtad al grupo amenaza el bien común y, en último término, conduce al caos. Que el hombre no solo tiene derechos sino también obligaciones y otras restricciones que le impone su propia naturaleza y el orden social. Y que la pureza forma parte del orden del ser y responde al cuidado que el hombre debe a si mismo.

Tradicionalmente, a los católicos se nos ha catalogado como conservadores por nuestro respeto a la autoridad y a las tradiciones, nuestra lealtad a los grupos (familia, iglesia, nación) y nuestro aprecio por la pureza (en relación al sexo principalmente). Pero, en lo que se refiere al cuidado de los demás, nuestra actitud no está tan clara. Para sorpresa mía, y de acuerdo con los resultados de este estudio, los progresistas valoran más que los conservadores este aspecto. Quizás ha llegado el momento de revisar nuestra catalogación; o bien, de revisar nuestras prioridades. Según tengo yo entendido, el motor fundamental del cristiano no es la obediencia, la tradición, la lealtad ni la pureza. Es el amor. Y el amor al prójimo es la mejor (yo diría que la única) manera de cuidar a los demás, de preocuparse por ellos, de evitar hacerles ningún daño. Una simple solidaridad con los demás no es suficiente. Y el amor a Dios es la manera de darle un sentido trascendente a esta actitud.

Aunque me da la impresión de que hoy en día esa oposición entre valores progresistas y conservadores ha perdido parte de su sentido, todavía persiste un claro enfrentamiento entre personas en base a sus ideologías. En este sentido, mi conclusión personal es que debo hacer caso omiso de esa supuesta dicotomía entre gentes que ven el mundo desde diferentes perspectivas e iniciar, con toda humildad, honestidad y valentía, un proceso de superación de diferencias y búsqueda de mi propia identidad basado en los siguientes puntos: a) Respetar la posición del otro; b) Aceptarla con sinceridad; c) Tratar de ponerme en su lugar; d) Buscar apasionadamente la verdad; y e) Una vez que la haya encontrado, comprometerme con ella, amarla, vivirla y defenderla. ¿Alguien quiere sumarse a este proyecto?

César Fernández-Quintanilla
Septiembre de 2011
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