Que Él nos robe hasta con violencia

La palabra “rapiamur” indica en latín una acción decidida y casi violenta. Significa coger algo y trasladarlo. Cristo es quien nos traslada del pecado a la gracia. Él nos arranca casi a la fuerza para depositarnos en la mano acariciadora del Padre y en el beso del Espíritu Santo.

Domingo 21 de septiembre de 2014 | P. Joaquín Alliende

La palabra "rapiamur" indica en latín una acción decidida y casi violenta. Significa coger algo y trasladarlo. Cristo es quien nos traslada del pecado a la gracia. Él es el Verbo de la Trinidad creadora. Y nosotros, junto con todo lo creado, somos criaturas. Con ellas compartimos una tarea: hacer visible lo Invisible, atraer lo finito hacia el Infinito. En la Liturgia de Navidad, el Prefacio habla de este 'traslado' de tierra a cielo, usando en latín la ya citada palabra "rapiamur". En el sonido de sus tres sílabas resuena "rapiña", "ave de rapiña" (águila, cóndor). También, en lo militar: los vencedores "cobraron con violencia su rapiña." El texto navideño lo podríamos traducir así: 'la Palabra se hace carne para que, conociéndola visiblemente, Él nos secuestre como su rapiña hacia el amor de lo Invisible'. Concretamente, el cuerpecito palpable y risueño del Niño de María en Belén, nos roba para el cielo. Somos su rapiña. Él nos arranca casi a la fuerza para depositarnos en la mano acariciadora del Padre y en el beso del Espíritu Santo.

Nuestro fundador José Kentenich formula pedagógica y genialmente la relación de la tierra y el cielo. Dice que la tierra es una réplica del cielo, que lo desvela, que nos habla, porque es "expresión" del cielo. A la vez, porque la creación nos devuelve al origen, ella es "camino" de retorno. Por otra parte, amando bien lo visible, se evita que lo Invisible se transforme en etéreo lejano, impersonal, vago, sin temperatura. (En esto consiste el deísmo: Dios existe pero es apático, ausente). Lo visible terrenal nos "asegura" para poder llegar a amar existencialmente a la Trinidad y a los hijos ya "gozadores" para siempre.

Cada celebración terrenal de nuestro centenario es expresión-camino-seguro de la gozosa liturgia del cielo. Cada color, cada forma, los cánticos y los fuegos y las comidas y los apretones de manos, son expresión práctica y poética del misterio de Schoenstatt. Todo ello nos debiera "rapiñar" el corazón. Para ello trataremos de celebrar el 18.10.14 con intimidad festiva, con alabanza y urgencia por la misión. Desde ya imploremos a la Trinidad y a la Mater (MTA) que nos cautiven, que nos encanten, que nos rapiñen, hasta con suave violencia. Así el centenario nos convierta, también dolorosamente, a la fidelidad más plena, la santidad.

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