Sermon 18 de Septiembre, Monseñor Ricardo Ezzati. ¡Soñemos con un país reconciliado! ¡

Arzobispado de Santiago  18 de Septiembre de 2013  Lecturas bíblicas: Daniel 2, 31-35; Mt 5, 1-12. Una significativa Asamblea se congrega en esta Iglesia Catedral de Santiago, para conmemorar el Dí...

| + Ricardo Ezzati Andrello, sdb. + Ricardo Ezzati Andrello, sdb.
Arzobispado de Santiago  18 de Septiembre de 2013  Lecturas bíblicas: Daniel 2, 31-35; Mt 5, 1-12. Una significativa Asamblea se congrega en esta Iglesia Catedral de Santiago, para conmemorar el Día de la Patria, con la mirada puesta en el futuro, como se hizo el día de la Independencia Nacional cuyo nuevo aniversario celebramos. Ese día también se reunieron los vecinos y notables de Santiago, en representación de la institucionalidad incipiente, para juramentarse por la libertad ante el mismo Cristo que hoy preside nuestro Altar, inspirando y dando sentido a los últimos 203 años de nuestra historia. Y como no hay futuro sin memoria, el presente nos brinda la oportunidad de dolernos de nuestros desencuentros, pasados y recientes. Estos han sido muy recordados, con testimonios contrastados de los últimos días de la Unidad Popular, el Golpe de Estado y el establecimiento del Régimen Militar. Son necesariamente relatos fragmentarios que dependen del recuerdo y del lugar desde donde hablan los testigos, aunque delatan también el deseo llegar a una historia única y depurada de lo sucedido. Todo eso merece nuestro respeto. Sin embargo, creemos necesario no perder la visión. El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile lo ha recordado hace unos días:”Verdad, justicia y reconciliación: es el camino que hemos propuesto para una vida digna y una convivencia humanizante. Más que nunca seguimos creyendo en esta vía, a pesar de las dificultades que se le oponen. Es el camino que Jesús ofrece para alcanzar una Patria grande de hermanos y hermanas.”. Nos alegrarnos sinceramente por lo que juntos hemos logrado construir, lo que resulta aún más meritorio cuando, dejando de lado nuestras desconfianzas, hemos mancomunado iniciativas diversas, complementarias, y a veces contrastantes, para reconstruir la anhelada democracia. Lo sabemos por experiencia: las dificultades nunca cierran el camino.    1. El sueño de Nabucodonosor  La Palabra de Dios, como siempre, nos ilumina y nos previene, para no caer en la tentación de construir un ídolo con pies de barro, por muy nobles que sean los materiales que moldean su estructura. El oro, el cobre, la plata, el bronce y aún el hierro, no lograron su objetivo porque el barro, aún unido al hierro, fue incapaz de sostenerla. Bastó un guijarro, desprendido inocentemente de la tierra, para que esa estatua esplendorosa, que daría gloria al Pueblo de Babilonia, se viniera abajo con gran estrépito y fuese enteramente reducida a un polvo fino que se llevó el viento, “sin dejar rastro alguno” de su majestuosidad. Sin embargo, Nabucodonosor no es el personaje principal de esta historia. El fue la ocasión. Lo que él tuvo fue un sueño intrigante que solamente el joven Daniel logró adivinar e interpretar, cosa que no habían podido realizar “los magos, los adivinos y los astrólogos” del imperio. El sujeto representado en el sueño, no fue el Emperador, sino las sucesivas dinastías “de un reino dividido” […] “que no llegarán a ligarse pues no se puede fundir el hierro con el barro”. Así terminará por destruirse el reino y desaparecer la dinastía reinante por culpa de un simple guijarro que crecerá y acabará con esos reinos.  Esta parábola trae a la mente la aventura de David y Goliat y tantas señales que nos ha dado Dios desde la Creación, para que no cometamos la locura de endiosarnos en nuestra historia política, religiosa, económica y social. Cuando eso sucede, tendemos a fijar la mirada en lo que hemos hecho, deteniéndonos en los resultados más destacados de nuestras respectivas empresas y, afirmados en lo propio, desacreditamos las obras anteriores o de quienes caminan con nosotros. Así hemos visto pasar reinados de distinto signo que han terminado en tragedia o en la debilidad del barro que no se mezcla con el hierro. Esta manera tan parcial de construir la historia nos enfrenta especialmente en tiempo de elecciones y así, cada tantos años, volvemos a recomenzar, exigiendo un enorme esfuerzo a las instituciones del país y a los propios ciudadanos. Este desgaste está representado en la estatua que termina por tierra, hecha polvo, derrochando esfuerzos nobles y buenas intenciones.   2. La base firme de una nueva construcción Llegados a este punto nos podemos preguntar. ¿Cómo poder contribuir a la solución de los acuciantes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la exclusión? ¿Cómo hacerlo en un país que se encuentra en un profundo proceso de cambio político, social y cultural, en que parece asomarse el inicio de un nuevo ciclo, de una nueva etapa, con sus correspondientes desafíos para nuestra convivencia democrática?  Hay signos de que nuestro ropaje institucional nos queda estrecho y surge la expresión ciudadana pidiendo cambios y reformas profundas. La desigualdad económica y de oportunidades parece un mal endémico difícil de corregir, condenando a la exclusión injusta y a la invisibilidad a varios colectivos sociales, como son, inmigrantes, mujeres, jóvenes, personas con discapacidad, grupos étnicos, entre otros. El Papa Benedicto XVI, al inaugurar la Conferencia Eclesial de Aparecida, nos brinda al respecto un aporte luminoso: “Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales […].  “En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto”[…]  Las estructuras justas son una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal […].  Ciertamente existe un tesoro de experiencias políticas y de conocimientos sobre los problemas sociales y económicos, que evidencian elementos fundamentales de un Estado justo y los caminos que se han de evitar. Pero en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo de las tecnologías y de la realidad histórica mundial, se han de buscar, de manera racional, las respuestas adecuadas y debe crearse —con los compromisos indispensables— el consenso sobre las estructuras que se han de establecer”.  Por esta razón, en medio de nuestras disensiones, muchas veces respetables y hasta necesarias, creemos sinceramente que lo importante no está en fijar la mirada en lo propio para presumir y ni siquiera en lo ajeno para denostar, sino en el Bien Común que, como su nombre lo indica, es el mayor bien de la vida en sociedad. “Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales”.  Los países que, en esta empresa, junto a sus logros tienen la sabiduría de integrar e incluir sus heridas y desencuentros, son ciertamente capaces de inaugurar una democracia más exigente y cualitativamente más robusta. Como pastor, tengo la plena certeza de que en Chile lo podemos hacer.  En este sentido, animamos a los jóvenes a seguir haciendo sus aportes al Bien Común de la sociedad, con su estudio y capacitación, con sus energías y anhelos de justicia, con todos los medios no violentos a su alcance. Lo hago con palabras del Papa Francisco, en la reciente Jornada Mundial de la Juventud: “no se metan en a cola de la historia ¡sean protagonistas! ¡Jueguen para adelante! ¡Pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor ¡un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad de solidaridad !” (Papa Francisco, Discurso a los Jóvenes27 de Julio de 2013). En eso no nos hacen un favor los jóvenes con rostro cubierto y con piedras en las manos.  3. Asumir en conjunto los temas-país Leyendo y releyendo la prensa de estos días, escuchando en los Medios a los actores políticos y sociales que vuelven a juzgar el pasado, percibimos la imperiosa necesidad de concentrarnos en los temas fundamentales del presente y del futuro, para establecer plataformas firmes de justicia, con pies de hierro, desde las cuales se pueda seguir creciendo, seguir edificando. Es la necesidad de tener temas-país, por lo menos, en educación, salud, familia, previsión. Si hemos sabido hacerlo en varias materias, ¿qué impide que podamos intentarlo en otras áreas? Ante el clamor de la muchedumbre que pide pasos decisivos en educación o en salud, por dar ejemplos actuales, ¿quién puede pensar seriamente que seremos capaces de hacerlo sin consentimientos de fondo compartidos y de la noche a la mañana? La seriedad de la acción política y social requiere de otros métodos y la credibilidad de sus agentes, de otros plazos. No intentarlo significaría, en parte, que por delante del proyecto se pone el nombre de quien lo patentó: la famosa “marca registrada”… Y, ¿qué es más importante, la patente o el proyecto? No sería aún más noble que, en el largo plazo, los proyectos llevaran como marca registrada la “denominación de origen”, es decir, el nombre del país que los gestó? La educación en Chile, la salud en Chile, la previsión en Chile… en vez de la educación, la salud o la previsión de tal o cual coalición?  El Bien Común que debe prevalecer por sobre los bienes particulares, si es tal, ya lo decía el Papa Benedicto, tiene que ir unido a los pilares que dan sustento a de toda convivencia: la verdad, la justicia, la libertad, la fraternidad, la solidaridad. Y también requiere de virtudes más subjetivas, como son la empatía, el empeño por conocer y apreciar a los demás, el deseo de “salvar la proposición del prójimo”. De lo contrario, los mismos pilares objetivos del Bien Común se debilitan y deterioran con la reiteración de las sospechas, las descalificaciones o el ninguneo (como se dice comúnmente en Chile). Y basta un solo guijarro para que se venga abajo lo que con enorme esfuerzo se ha logrado levantar.  ¿No será ésta una de las causas del malestar, que a pesar de los progresos evidentes, atraviesa la convivencia nacional? Al respecto, me permito recordar un pensamiento expresado en el Te Deum del año pasado, que recibió la benévola acogida de los dirigentes del país:  “No es el momento para hacer un análisis más pausado. Pero, una de las razones que están en la raíz de este malestar se debe a una crisis de confianza que se ha transformado en un virus omnipresente que contagia todas las relaciones de nuestra vida, ¡y esto sí que es reprochable! Se desconfía de la autoridad, se desconfía de las instituciones, se desconfía de las buenas intenciones y hasta de la viabilidad de los proyectos propios. Esta misma desconfianza tensiona la vida familiar, nos aleja de nuestro prójimo y crea barreras entre grupos y sectores. Por esta razón, el diálogo que necesitamos para solucionar nuestras querellas, se ve interrumpido, coartado, ensombrecido. Y hasta desconfiamos de su factibilidad y eficacia para lograr los acuerdos necesarios [...]  ¡Es imposible crecer en desconfianza! ¡Es imposible educar en desconfianza! ¡Es imposible amar con desconfianza! La desconfianza corta la trama del tejido humano y hace que se desplome la viga que sujeta el templo, la polis y el hogar”.  Por lo mismo, hay que enriquecer el cultivo de la confianza con la “cultura del encuentro”, que implica la actitud más activa de hacerme cargo del otro, de comprometerme con su cuidado, con su crecimiento, con su libertad, porque en la diversidad que Dios nos ha regalado está también nuestra riqueza. No se trata sólo de “tolerar” al que es distinto - actitud minimalista - sino de “celebrar” con magnanimidad nuestras diferencias, expresándolas con libertad, con cuidado y con respeto, para acrecentar la riqueza de nuestras ideas y valores.  4. En una sociedad multicultural y con sueños comunes…  Para nadie es un misterio que nuestra historia actual se desarrolla en el contexto de lo que podríamos denominar “una fractura cultural”. Sus expresiones son muy variadas, y a veces muy urgentes. Son los “indignados”, los “movilizados”, que se manifiestan mientras otros muchos permanecen indiferentes. Son los que buscan “empoderarse” por doquier, especialmente en las minorías emergentes, exigiendo formas democráticas más participativas tanto en la sociedad como en las Iglesias.  A propósito nos enriquece la reflexión del Papa Francisco con los políticos y dirigentes de Brasil:  “Además del humanismo integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente, el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación. ¡Cuánto diálogo hay! Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de los intereses establecidos. Considero también fundamental en este diálogo la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas”.  Me atrevo a decir, entonces, que enfrentamos una crisis cultural y espiritual de hondas dimensiones, atizada por un individualismo de personas y de grupos, que no nos puede dejar indiferentes a la hora de asumir un futuro donde todos tengan el lugar que les corresponde. Es lo que hace un tiempo dijimos con el lema: “Chile, una mesa para todos”.  5. La Palabra iluminadora del Evangelio Ante este gran desafío, en la tradición cristiana, emerge con belleza y contundencia la sabiduría el Sermón de la Montaña y, en especial, las Bienaventuranzas que se acaban de proclamar. En ella los protagonistas no son los poderosos, ni los ricos, ni los eruditos, ni los que determinan el futuro inmediato de las poblaciones. Los protagonistas son los pobres, los afligidos, los desposeídos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz.  Las Bienaventuranzas nos invitan a cimentar nuestra convivencia no en el hierro mal mezclado con el barro sino en la roca de la Palabra de Dios. Y esa firmeza se expresa, necesariamente, en el cuidado por los más desfavorecidos de nuestra sociedad que esperan que la justicia sea para ellos una madre que los acoja, los honre y los invite a la mesa de todos. No sólo por piedad, que ya sería un sentimiento humano, sino para que dispongan de aquello que en justicia se les debe.  En palabras del Papa Francisco, “el futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza”. Y para realizar esta misión urgente nos ha invitado con gran lucidez a “peregrinar hacia las periferias existenciales de la sociedad”. Respondiendo a este llamado, sólo quisiera referirme a dos de ellas:  Entre los marginados y excluidos de la mesa del progreso están los adultos mayores… Se han dado pasos, pero no basta; sobre todo teniendo en cuenta la mayor longevidad y el aumento de la media de edad de los chilenos.  Por otra parte, está la minoría silenciosa de las personas con discapacidades o capacidades diferentes, ¡el 12,9 % del país! y aquellos jóvenes y niños de quienes el Estado aún no se ha hecho cargo de manera justa y eficiente. Se cree que con un aporte del 40 o 50% del costo, por parte del Estado, pueden funcionar Casas de acogida, Asilos de ancianos, Aldeas de niños, Fundaciones dedicadas a la discapacidad física, psíquica e intelectual. O bien, se cree que con una Teletón bien organizada, ya se obtienen los medios requeridos. Obviamente, no es así.  Estos son tema-país que conciernen a la sociedad civil y que afectan diariamente a tantas familias que tienen abuelos, abuelas, hijos e hijas en esta condición. ¿No es pensable un pacto social entre el Estado y la Sociedad Civil para afrontarlos? Nuestra sociedad no será sana mientras no los enfrentemos como es debido.   6. Conclusión  Autoridades, amigos y amigas, hermanos y hermanas: El Sermón de la Montaña es un monumento a la fraternidad. Está basado en nuestra común descendencia del Padre Dios que no admite discriminaciones de raza, sexo, creencia o increencia. Una fraternidad que, cuando se olvida, nos lleva a actuar como Caín, perdiendo la cordura y abandonando los medios más humanos. Es la locura que lleva a alistar cohetes y a poner la confianza en las armas de la muerte. Este nunca ha sido el camino. ¡Nunca! En cambio, cuando se da espacio real a la fraternidad y se cree en ella, podemos enfrentarnos con la verdad, expresada con respeto, con amor, con franqueza y con afecto, y con un diálogo incansable manteniendo abiertas las puertas al reencuentro y a la convivencia en paz.  En estos días en que se ha recordado los 50 años del “sueño de Martín Luther King” (28 de junio de 1963), séanos permitido soñar desde la fe, junto a mis hermanos obispos y pastores de Iglesias hermanas, y a quienes representan a la comunidad judía y al Islam:  Soñemos con un país en que redescubramos la gratuidad en nuestras relaciones personales e institucionales; soñemos con un país en que las personas estén exactamente en el centro de nuestra preocupación y de nuestro quehacer; soñemos en reconocernos como hermanos, como hermanas, más fraternos aún con los más débiles, vulnerables y discapacitados; soñemos en que el mayor interés no lo tenga el dinero sino el crecimiento de las personas y la felicidad de sus familias; soñemos con que Chile sea, en verdad, una mesa para todos, también para los que emigran buscando en esta casa nuevos horizontes para su vida; soñemos en un país sin discriminaciones de ninguna especie; soñemos con un país de mano tendida y rostro descubierto; soñemos con un país justo, fraterno y solidario.  ¡Soñemos con un país reconciliado! ¡Soñemos con país esperanzado!  Y con la bendición de Dios y la materna intercesión de la Virgen del Carmen, siempre presente en nuestra historia, hagamos lo imposible porque estos sueños se hagan realidad. + Ricardo Ezzati Andrello, sdb. Arzobispo de Santiago  
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