UNA JUVENTUD QUE ES SEÑAL DE ESPERANZA

  Es tiempo de vacaciones de invierno y hace pocos días la Universidad vivía un frenético ritmo de fin de semestre. Los últimos contenidos de los programas de cada curso, entrega de trabajos pendientes, exámenes, notas finales todo ello en un ambiente de agitado y nervioso ritmo para alumnos y profesores. Creo que en toda universidad estos tiempos se viven intensamente, más que en otros períodos del año. He tenido esta misma experiencia en lugares y centros de estudio muy disímiles, en África, Europa, EE. UU. de A. o Chile, pero todos se parecen en esta vorágine de actividad. Asimismo durante todo el año es posible observar que paralelamente ocurre otro tipo de actividad, lo que se puede apreciar en carteles y anuncios de un sinnúmero de iniciativas a las que convocan grupos con marcado sello solidario, en el caso de la UC, también apostólico y pastoral. En muchos casos, soy testigo de la convocatoria y el entusiasmo con el cual desarrollan sus iniciativas. Me admira, asombra y resulta profundamente motivador ser testigo de una juventud comprometida con la entrega a los otros, especialmente a aquellos que tienen mayores carencias.Me parece, que es una potente señal frente a la otra cara de la moneda, aquella más visible en los programas de televisión, los diarios, lamentablemente en nuestras plazas y barrios en Santiago y otras ciudades de Chile. Me refiero a la juventud vinculada a hechos delictuales, aquella que nos muestran reportajes que dan cuenta de la droga y el alcoholismo. Esta visión negativa que nos muestra una juventud que "no está ni allí" con sus familias, estudios, ni trabajo. Así vemos jóvenes que, según las estadísticas, evitan compromisos, matrimoniales y la formación de familia, y muestran indiferencia con la política y el servicio público. En el fondo coexisten dos realidades o visiones sobre la realidad. Así, vemos a unos y otros, jóvenes comprometidos y otros indiferentes o incluso en franca rebeldía que se expresa en distinta forma. Apelando a mi experiencia, de haber trabajado más de cuarenta años con jóvenes en el Ejército de Chile, así como aquellos con quienes he compartido en la Universidad Católica, puedo afirmar que muchos de esos jóvenes tenían el vivo deseo de ser útiles a la sociedad y de comprometerse con un proyecto que sirviera mejor a ellos y a su entorno. Creo que constatar tal realidad es vital. No podemos seguir culpando a toda la juventud de una actitud hacia la vida y de actos francamente delictuales por el sólo hecho que aparecen con mayor frecuencia en los titulares. En Chile hay una juventud comprometida, laboriosa, preocupada de defender valores, capaz de renunciar a muchos aspectos para ayudar y ser solidarios, dispuestos a dar la lucha en aras de vencerse a sí mismos no caigamos al error de desconocerlo y valorarlo.Como adultos y como cristianos deberíamos tomar muy en cuenta este hecho y pasar de la comodidad de criticar a la juventud para pasar a la acción, a asumir la responsabilidad que nos cabe como figuras de autoridad, guía y apoyo en la formación de nuestros jóvenes y las múltiples iniciativas que ellos desarrollan y que están marcadas por lo virtuoso. Termino estas líneas, ya en vacaciones de invierno, en una tranquila Universidad con pasillos vacíos y salas sin alumnos. Sin embargo, siguen en mi mente y mi corazón, los miles de alumnos que hoy, en vez de descansar, están a lo largo de todo Chile, en pequeñas localidades como Pichidegua o en otras en el altiplano, trabajando por otros con un ideal de servicio ejemplar. Siento lo mismo que cuando me reuní con cientos de Soldados que me contaban como habían vuelto a sus poblaciones ya alejados de la droga y ahora eran monitores para que otros jóvenes no cayeran a ese flagelo. En suma creo en los jóvenes y creo en Chile.