Valores y Sociedad – Parte I

Valores y Sociedad – Parte I Esta es la primera parte de un análisis sobre el protagonismo que tenemos en nuestra sociedad, en nuestra historia y en nuestra patria. Una visión sobre los cimientos que deben sostener nuestro todo.    

| Carolina Dell’Oro Crespo Carolina Dell’Oro Crespo

Valores y Sociedad – Parte I

Antes de empezar, quiero agradecer esta invitación y decirles que, para mí, estar aquí supone

una buena mezcla de honor y terror. Compartir mesa con grandes pensadores, algunos de los

cuales han sido además mis profesores, representa un desafío especial. Dicho lo anterior, creo

que lo mejor será asumir esta invitación como un reto, una oportunidad.

Creo que el tema de los valores y sociedad es un asunto de una envergadura inmensa, por lo

tanto mi primer desafío ha sido decidir desde dónde enfocarlo, y creo que una buena manera

será comenzar con una cita del Obispo Jorge Mario Bergoglio en el prólogo al libro Guzmán

Carriquiy : El Bicentenario de la Independencia de los Países Latinoamericanos.

“En una frase plásticamente tensionante alguien expresó que el presente no es sólo lo que

recibimos de nuestros padres sino también lo que nos prestan nuestros hijos para que

luego se lo devolvamos. Un presente recibido y prestado a la vez, pero un presente que es

fundamentalmente nuestro; hacerse cargo de él es hacer patria, lo cual es algo muy distinto

que construir un país o configurar una nación. Un país es el espacio geográfico, la nación la

constituye el andamiaje institucional. La patria, en cambio, es lo recibido de los padres y lo que

hemos de entregar a los hijos. Un país puede ser mutilado, la nación puede transformarse (en

las posguerras del siglo XX hemos visto tantos ejemplos de esto), pero la patria o mantiene

su ser fundante o muere; patria dice a patrimonio, a lo recibido y que hay que entregar

acrecentado pero no adulterado. Patria dice a paternidad y filiación…”

Desde esta perspectiva la patria nos obliga a ser actores, y actores con responsabilidad

histórica dispuestos a ejecutar las transformaciones necesarias que han de ser la cuota de

compromiso personal en la fundación de la misma.

Hacer patria es fundar una realidad en la que todos nos sintamos pertenecientes. Un sentido

de pertenencia que aúne, integre y cree vínculos significativos entre quienes compartimos una

bandera.

Las personas sin un sentido mayor de pertenencia se desvinculan, se fragmentan, se

descomprometen de las causas mayores; y este es el terreno propicio para la adversidad, la

odiosidad, el resentimiento, la desconfianza.

Lo anterior alude a nuestro ser gestor, y en este sentido es angustiosa la constante distinción

entre mundo público y privado, y la consecuente segregación de la familia a lo privado,

cuando es exactamente lo contrario. Es decir: todos somos actores de esta patria y esta

responsabilidad nos entrega un muy necesario sentido de pertenencia.

Esto es tremendamente atingente. El vínculo significativo que nos permite sentirnos parte no

es escuchar a las redes sociales, no se encuentra generando mesas de diálogo, es algo mucho

más profundo: es tener una identidad común, y una proyección futura común, y me parece

que es éste uno de los puntos de padecimiento del Chile de hoy.

La historia de un país se construye, es dinámica, abierta, pero arraigada. Hay una esencia

que hay que saber entregar para no pulverizar la identidad. Hay una tensión creativa que se

instala en el presente, en la que se debe fraguar la memoria del pasado con el devenir de su

historia. Es una tensión que obliga a construir, a revalorar, a re-nombrar las cosas, a considerar

la evolución que fortifica el espíritu y le da al hombre un sentido de misión, un por qué ha de

sentirse parte infaltable del proyecto-patria.

Para poder construir verdaderamente patria es necesario un valor base, y aquí volvemos al

punto de enfoque al que me referí al principio: la confianza. Valor que veo dolorosamente

vulnerable en nuestro país, ya que la confianza ha disminuido últimamente no sólo en las

instituciones (para qué decir las instituciones públicas, o Iglesia que está tan nombrada) sino

en las personas, y esto es lo más grave.

La confianza se reduce hoy día al ámbito familiar, y desde ahí lo que aumenta es la

desconfianza. Esta se proyecta, incluyendo a los vecinos, rompiendo así un mito bastante

arraigado y constatando, que a niveles más bajos la desconfianza es aún mayor. Yo fui

directora por años del Hogar de Cristo y me tocó comprobar la desconfianza casi constitutiva

de las poblaciones más pobres de nuestro país.

Enfrentados a lo anterior, lo que toca es preguntarse el porqué de esta realidad. Partamos

por el concepto de confianza. Desde la perspectiva de la persona humana, la confianza puede

entenderse como reducción del grado de incertidumbre. Dicho de otra manera, como una

certeza respecto del actuar de las personas:

“La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro, es una actitud que concierne

el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción del otro, es una especie de

apuesta, que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo” (Lawrence Corn).

Esta fe natural que supone la confianza es, al igual que la fe sobrenatural, tremendamente

compleja. Sin embargo, y especialmente hoy en un mundo con un alto grado de incertidumbre,

se vuelve un valor base de nuestra sociedad. El ser humano necesita poder confiar en el otro.

Necesita saber que de alguna manera el otro es “predecible”. Me voy a detener un momento

en este concepto de predecible, que tan mala prensa tiene hoy, para asociarlo a una definición

fantástica de Chesterton en su libro: “Mujer y Familia” que, desde otra perspectiva, expresa

una de las manifestaciones más gloriosas acerca de la confianza:

“El hombre que hace una promesa se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo, el peligro

que esto conlleva es que no asista a la cita”.

¿Dónde radica el acierto de Chesterton? En que la confianza interpersonal requiere la

consistencia personal fruto de un ejercicio de una profunda libertad del ser humano, ajena a la

espontaneidad y asociada a una conquista personal de sí. La confianza interpersonal no puede

sino basarse en la capacidad de prometer de cada ser humano.

Cuando oímos esta mirada tan radical de la confianza, naturalmente nos preguntamos si su

pérdida no estará basada en una pérdida anterior, que es la pérdida de la magnitud de la

profundidad humana, la pérdida de la visión de la persona como un ser DESDE, PARA Y CON.

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