Valores y Sociedad – Parte II

Valores y Sociedad – Parte II La segunda parte del análisis sobre la sociedad y sus valores, y sobre el rumbo moral sobre el que debemos cimentar todos los aspectos de nuestra vida. Valores y Sociedad – Parte II      

| Carolina Dell’Oro Crespo Carolina Dell’Oro Crespo

 

Valores y Sociedad – Parte II

Existe hoy un cierto nomadismo no solo físico, sino de verdad y realidad que hace no tener

referentes claros. A mí me parece muy interesante esta imagen del nomadismo. Así como

los seres humanos pasamos de nómades a sedentarios y logramos a través del cultivo de la

tierra formar una cultura, hoy padecemos un nomadismo de verdades profundas, de verdades

arraigadas, por lo tanto el concepto de patria se ve también afectado. Parece imposible

entregar a nuestros hijos una herencia basada en estadísticas, pero cómo lo haremos si hemos

cortado lazos con la memoria histórica, con la tradición, con los espacios físico inclusive.

El mismo monseñor Bergoglio advierte, en otro libro muy interesante, acerca de la ciudad de

los no lugares, donde se ha perdido la identidad patrimonial. Les doy un ejemplo muy simple:

hace unos días intenté llevar a mis hijos a alguno de los lugares donde mis padres nos llevaban

a tomar el té y me costó bastante encontrar alguno de ellos. No me parece haber vivido tantos

años como para semejante desarraigo, sino más bien creo que tiene que ver con la pérdida de

identidad patrimonial de la que hablábamos antes y que habla de una de las muchas pérdidas

de certeza que en definitiva generan una mirada fragmentaria, un pensamiento débil.

Surge entonces el relativismo como fundamento de la vida social y el quehacer político, y de

aquí la importancia de las estadísticas que se ve hoy tan fuertemente en las autoridades. Esto

queda maravillosamente graficado en el libro Tras la Virtud de Alasdair MacIntyre:

Imaginemos que las ciencias naturales fueran a sufrir los efectos de una catástrofe. La masa

del público culpa a los científicos de una serie de desastres ambientales. Por todas partes

se producen motines, los laboratorios son incendiados, los físicos son linchados, los libros e

instrumentos, destruidos. Por último, el movimiento político “Ningún –Saber” toma el poder y

victoriosamente procede a la abolición de la ciencia que se enseña en colegios y universidades

apresando y ejecutando a los científicos que restan.

Más tarde se produce una reacción contra este movimiento destructivo y la gente ilustrada

intenta resucitar la ciencia, aunque han olvidado en gran parte lo que fue. A pesar de ello

poseen fragmentos: cierto conocimiento de los experimentos, desgajados de cualquier

contexto teórico que les dé significado; partes de teorías sin relación tampoco con otros

fragmento, ni con la experimentación; instrumentos cuyo uso ha sido olvidado; semi capítulos

de libros, páginas sueltas de artículos, no siempre del todo legibles porque están rotas y

chamuscadas. Pese a ello, todos esos fragmentos son reincorporados en un conjunto de

prácticas que se llevan a cabo bajo los títulos renacidos de física, química y biología.

Los adultos disputan entre ellos sobre los méritos respectivos de la teoría de la relatividad,

la teoría de la evolución, aunque poseen solamente un conocimiento muy parcial de cada

una. Los niños aprenden de memoria las partes sobrevivientes de la tabla periódica y recitan

algunos de los teoremas de Euclides. Nadie, o casi nadie, comprende que lo que están

haciendo no es ciencia natural.

En tal cultura, los hombres usarían expresiones como ”masa”, “gravedad específica”, “peso

atómico”, de modo sistemático y a menudo con ilación a los modos en que tales expresiones

eran usadas en los tiempos anteriores a la pérdida de la mayor parte del patrimonio científico.

Pero muchas de las creencias implícitas en el uso de esas expresiones se habrían perdido y se

revelaría un elemento de arbitrariedad y también de elección fortuita en su aplicación que sin

duda nos parecería sorprendente.

Abundarían las premisas aparentemente contrarias y excluyentes entre sí, no soportadas

por ningún argumento. Aparecerían teorías subjetivistas de la ciencia y serían criticadas por

aquellos que sostuvieran que la noción de verdad, incorporada en lo que decían ser ciencia,

era incompatible con el subjetivismo.

¿A qué viene todo lo anterior? La hipótesis que quiero adelantar es que, en el mundo actual,

el lenguaje de la moral está en el mismo grave estado de desorden que el lenguaje de las

ciencias naturales en el mundo imaginario que he descrito. Lo que poseemos, si este parecer

es verdadero, son fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan

los contextos de los que derivaba su significado. Posemos, en efecto, simulacros de moral,

continuamos usando muchas de las expresiones clave. Pero hemos perdido – en gran parte,

sino enteramente – nuestra compresión, tanto teórica como práctica, de la moral.

Entonces aparecen, y a mí me hacía mucho sentido, estos pseudos seminarios sobre verdades

acerca del hombre y su comportamiento, basados en los últimos datos, las últimas estadísticas,

la última visión, donde comienza a aparecer esta fragmentación, tan presente hoy.

¿Cuál es la consecuencia de todo esto? El problema está en que para poder confiar en otro y

en mí tengo que ser capaz de dimensionar la profundidad de la naturaleza humana, no sólo

desde el punto de vista teórico sino existencial. Es decir, es imposible comprometerme y, por

lo tanto, generar confianza en otro a espalda de la experiencia de la magnitud del ser humano,

de lo que significa ser persona. Como decía Ortega, a veces por encontrar las respuestas

achicamos las preguntas.

Por otra parte, y voy a citar al profesor italiano Zamagni, uno de los grandes inspiradores del

Papa en la encíclica Caritas in Veritate, más que un vago sentimiento moral la confianza es

como una cuerda que tiene unida a la persona. Si no nos hemos sentidos unidos a esa cuerda

en una experiencia personal y de vínculos primarios, difícilmente podemos confiar. Aquí prima

en el tema de la confianza la familia. A mi modo de ver nos hemos preocupado mucho de los

tipos de familia, pero hemos descuidado el núcleo: su capacidad de ser cuerda primaria.

En este sentido la familia ocupa un lugar nuclear en el desarrollo de las confianzas. La

familia es el primer lugar de la confianza y educación de la confianza. Es hora de no seguir

en denuncias, lamentos, sino que es hora para educadores y formadores. Por su naturaleza,

la familia es el lugar en donde la relación entre sus miembros es de tal envergadura y

profundidad que es el lugar propicio para el florecimiento de lo más propio del ser humano

que es la apertura hacia los otros, la reciprocidad en última instancia el don de sí, donde la

persona es acogida. En esa familia que recibe a los hijos que llegan al mundo a desarrollarse

como personas, donde la compañía y conducción de los padres es necesaria para que lleguen a

ser los que pueden llegar a ser y no una mera caricatura de ellos.

La familia es la cuna del desarrollo humano, es la red emocional y educativa que permite

que las personas descubran su originalidad, su identidad personal a través del encuentro con

otros y, por ende, donde desarrollan su vocación de aporte al mundo, entendiendo que la

vocación personal es, como decía Aristóteles, “la conjunción entre los talentos personales y las

necesidades del mundo”.

Aquí podríamos hablar en sentido profundo de lo que hoy se llama capital humano, es decir, el

aporte de cada persona al entorno en que vive, y del capital social como el conjunto de redes y

vínculos de confianza que permiten el desarrollo de este capital humano.

No deja de ser interesante que Hermann, premio Nobel de economía, que formado en

Chicago, o sea de los que podríamos llamar duros, habla del capital social y humano como las

claves. Es decir, habla de la familia. La familia ya no es un tema de los conservadores si no de

los progresistas que quieren ver un país proyectado. Sin duda no hay una fuente de mayor

capital social que la familia, donde la confianza y la incondicionalidad son las claves, donde se

da el hábitat adecuado. Hay una ecología humana por la que debemos luchar, un hábitat para

que los seres humanos puedan ser lo que son y no una caricatura, para que cada uno pueda

desarrollar sus talentos, potenciando sus facultades a través de las virtudes que son capaces,

educadas en la autoridad de ejercer, de desarrollar y permitir que un hombre y una mujer

sean capaces de comprometer y de gestar confianza. Desde un punto de vista psicológico lo

primero que se adquiere en la familia es una confianza básica, seguridad, cuidado y afecto,

explicación por medio de la palabra del mundo como una oportunidad o amenaza. Luego el

descubrimiento de las necesidades del niño a través de la maestría o las virtudes. Por último, la

identidad personal o social.

En esta línea, y tratando de plantear cómo este dato doloroso, la falta de confianza se puede

explicar a través de muchas razones. Debemos reparar en la razón antropológica, pues si no

nos hacemos cargo la desconfianza se volverá protagonista.

Quiero terminar con la cita extendida de Chesterton:

“El hombre que hace una promesa se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo, el peligro

que esto conlleva es que no acuda a la cita. Últimamente, este miedo a uno mismo, a la

debilidad y volubilidad a uno mismo ha crecido peligrosamente y se ha convertido en la base

real de una objeción contra cualquier compromiso. No nos comprometemos porque estamos

profundamente convencidos de que, antes de respetar lo pactado nos habremos cansado del

pacto. En otras palabras, tememos que con el tiempo seamos una persona diferente. Pero

es precisamente ese cambio contante lo que constituye la esencia misma de la decadencia,

aunque a esa decadencia le demos el nombre de modernidad”.

Por eso, en vez de seguir encandilados en las luces del desarrollo y del progreso, creo que

debemos preocuparnos de educar en la familia, en las escuelas y en todas las instancias

sociales, las virtudes fundamentales que son la cuna de toda confianza y que se llama

compromiso. Por eso, preocupémonos de la familia como el patio central de toda patria.

 

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