Volví a escuchar a Fito

  Volví a escuchar a Fito  Una reflexión que nos muestra cómo sucesos simples de la cotidianeidad, que para algunos son insignificantes, pueden llegar a regalarnos grandes enseñanzas.

| P. Enrique José Grez López P. Enrique José Grez López


Volví a escuchar a Fito

 Una reflexión que nos muestra cómo sucesos simples de la cotidianeidad, que para algunos son insignificantes, pueden llegar a regalarnos grandes enseñanzas

 Cuando hace un rato salí a trotar volví a poner en mis oídos los compases de Fito Páez. Menuda sorpresa me llevé. Suelo tener poca paciencia con la música, algunos me tachan de pop, la verdad es que mis oídos, a diferencia de mis ojos, tienen una cierta tendencia efectista que los lleva a aburrirse pronto con las melodías que hace pocos días han parecido maravillosas. Solo así se entiende que deje botados a mis favoritos durante largos trechos de la vida.

 

Hace tiempo que no me ponía las zapatillas y me encontré de nuevo con una vieja pregunta ¿qué puedo llevar para escuchar? Cargue algunas listas y me fui. A medio camino cuando Shakira y Calamaro ya me habían animado me empecé a aburrir de compases grises y busqué. Ahí estaba Fito, nunca se había ido de mi ipod.

Carabelas de la Nada, la pista 9 de Naturaleza Sangre, la 3 de Rodolfo, Cecilia, la Vida Moderna, qué decir. ¿Qué pasó en estos dos años que puedo encontrarme de nuevo con el maestro? Uf, mucho. El barbecho de Fito que me he dado en estos dos años me encuentra mayor, todavía no canoso, pero libre para acceder a sus melodías y gritos desde una altura nueva.

¿Qué descubrí? lo descubrí afinado, orquestal, honesto. Me explico, sigue sonando igual, pero lo escucho distinto. Sus desgarros me llegan al alma, ya no destiñen. Su voz frágil y quebradiza, que con los años se ha hecho densa y variada, sigue siendo ágil para subir y descender generando una paleta afectiva notable. Segundo: Canciones antiguas y nuevas reverberaron de otro modo, escuché de nuevo los bronces, violines y pianos, pero por primera vez valoré los sintetizadores y descubrí una riqueza de percusión y fondos que me abrieron su delicadeza ambiental. Lo que más me tocó fueron las letras.

Sin dejar de ser algo sórdidas las encontré sentadas en el jardín de mi conciencia. Me cantó verdades que ayer parecían vacías y hoy explicaron sucesos. Hay frases que oí mil veces pero que recién voy sintonizando en mi historia. Es que los misterios de la vida se van abriendo tan de a poco que dos años me hacen encontrarme frente a otro Fito, ¿o será que Fito se encuentra delante de otro Enrique? ¿Qué tiene que ver esto con Schoenstatt? pues no lo sé realmente. La verdad es que cada vez que tengo tiempo de salir a correr me brotan las ideas que ando persiguiendo hace meses y les puedo poner nombre. A menudo cuando vuelvo sudoroso, vengo con un par de frases bajo el brazo. Esta vez fue así al menos. Y lo que traigo, pienso, tiene que ver con la riqueza y la complejidad de la vida. Es que la estabilidad de una obra y el cambio de los contextos nos permiten percibir cómo a pesar de que el crecimiento orgánico es lento, nuestra estatura caritativa se desenvuelve y da frutos, que al fin y al cabo podemos disfrutar y compartir.

 
 

 

 

 

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